OPINIÓN

Victor Entrialgo De Castro: «Escopetas de feria descorregidas»

Victor Entrialgo De Castro: "Escopetas de feria descorregidas"

En esta feria permanente tenemos 22 caballitos ministeriales, cadenas y cubiletes en los que el gobierno no para de darnos vueltas, coches de choque, trenes con brujas, tómbolas con perritos pilotos y muñecas chochonas en el Ministerio, pero estos días todo el mundo quiere tirar a los palillos de Vox y al pim pam pum con el profesor Tamames para ganar su peluche electoral, aunque el tiro de escopeta de aire comprimido tiene el punto de mira descorregido.

El profesor estudió en una universidad de 70.000 alumnos frente a la actual de dos millones. Aquella universidad enseñaba que la edad y la experiencia eran generalmente oportunidad para hacer acopio de sabiduría.

Hoy sin embargo, un sinfin de mentecatos se permiten arrojar en desdoro suyo su edad, admirablemente llevada por cierto, como si hubiera estado en su mano haber detenido el tiempo o si hubiera cobrado su cojera en alguna reyerta tabernaria en lugar de la Transición, «la más alta ocasión constitucional» que vieron los tiempos pasados, están destruyendo los presentes y difícilmente verán los venideros.

Si sus heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas al menos en los que saben cómo se cobraron. No se escribe ni se habla con las canas ni con los tintes sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.

Y al profesor Tamames, como al Real Madrid, le basta el último momento de su rueda de prensa para dar una lección a los majaderos que piensan que la ignorancia y la juventud insolentes que deambulan a sus anchas por el Gobierno bastan para gobernar este pueblo.

La moción de censura, como una novela de Cervantes, podrá ser satírica más que ejemplar, pero es buena y necesaria desde hace ya mucho tiempo. Tanto que el pueblo español debiera sentirse avergonzado de no haberla demandado desde el mismo momento en que Sánchez llegó al poder a lomos de golpistas, niñatos y filoterroristas.

España y los españoles tienen mala memoria, que no es lo mismo que el odio, que impide vivir, pero su falta es importante porque afecta al modo de abordar los asuntos públicos de al menos 48 millones de personas. Una memoria tan mala que el Gobierno ha querido construirle una a su imagen y semejanza.

En esta segunda moción de censura, cortada por los mismos artífices y el mismo paño que la primera, unos cuantos hombres honrados van a dar noticias de esta «discreta locura», mientras miles de interesados esperan agazapados para repetir «Ya lo decía yo», en lugar de la lucha por todos los medios contra el mayor de los males de este país, una lucha de cada día y  oportunidad, porque ya llevamos perdido demasiado tiempo.

¡Ni un día más! Cada día que Sánchez siga en el poder hará más daño. Y todo aquello que contribuya a interrumpir la construcción de su búnker será un bien para la Nación.

La moción de censura de Vox y el profesor Tamames es «una enmienda a la totalidad» de una época nefanda en la que el gobierno y el parlamento español ha sido invadido por el peor de los virus políticos, «el sanchismo,» que se ha servido de separatistas golpistas y niñatos repelentes, que los próximos meses van camino de despeñarse desde la alta cumbre de sus ignorancias y atrevimientos hacia el abismo de su simplicidad.

Todos en esta feria disparan en estos días a los palillos que Vox pone en las ruedas de Sánchez para que pierdan aire. Pero las escopetas de esta feria estan descorregidas.

Quien daña no es la sabiduría de la experiencia. Sólo un país que ha perdido la noción de la educación y la cultura puede hacer creer en su propio interés que es mayor el eventual daño de la moción de Vox y el profesor Tamames, nuestro Cicerón, que el que lleva causando Sanchez, nuestro infame Catilina, a la Nación.

Aquella sí que fue una moción de censura irregular. La de alguien que alcanzó el poder con golpistas y enemigos de España. Y acto seguido, con el coche sin revisar, fue recogiendo a todos los que hacían dedo y se puso a conducir sin dormir.

Víctor Entrialgo

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