OPINIÓN

Víctor Corcoba Herrero: “Del corazón mundano a la poética marina”

Víctor Corcoba Herrero: “Del corazón mundano a la poética marina”

El dinero no resuelve nada de manera absoluta. Necesitamos de otro brío asistencial. Por desgracia, nos hemos acostumbrado a reducirlo todo a un simple proceso mercantil que, además, suele dejarnos sin alma. Hay que centrarse mucho más en las personas antes que en las cosas, ponerse a cultivar la cercanía y el abrazo para mantener la concordia. La realidad, por consiguiente, nos llama a un cambio de actitud, que debe residir en equilibrar avances con el fundamento de lo originario. Sólo hay que adentrarse en el planeta oceánico y ver como las corrientes mudan de aires. También en la parte terrícola, el cambio climático puede llevarnos a un colapso social, financiero y medioambiental.

El mundo no vuelve a ser el mismo cuando le agregamos una gota de agua y una llama de vocablos. Surgen los sueños. De ahí, la urgente necesidad de activar el coraje moral de la colaboración/ cooperante, para entrar en otro escenario más poético que poderoso. Este es nuestro principal deber, ponernos en disposición unos de otros, puesto que estamos para ser heraldos de los auténticos valores humanos, que son los principios de nuestro natural pulso viviente. En ocasiones, acostumbro a reflexionar sobre el injusto título de nombrar como Tierra a este planeta, cuando es incuestionable que debería denominarse Océano; y, los individuos, en lugar de intentar hacer camino, antes debieran franquear olas.

Indudablemente, tenemos que cambiar de andares o de vuelos en el baño. De entrada, deberíamos observar más para concienciarnos mejor. Sólo hay que sentir las llamadas de aquello que nos rodea, que es nuestra fuente de vida y sustento del linaje. Precisamente, ahora que sabemos que el 70% del astro está rodeado de masa líquida, un elemento esencial de purificación y de savia. Esta superficie, revestida por los mares, bombeando todos los rincones de la superficie mundial para amortiguar los impactos del calentamiento global debe hacernos repensar, con mentalidad activa, la obligación de la ciudadanía de custodiar su estado celeste y a no llenarlo de extensiones inertes de plástico flotante, por ejemplo.

Esto nos demanda a trabajar unidos para crear un nuevo equilibrio estético, lo que nos exige no extinguir todo lo que la creación nos ofrece desde el inicio. Nuestra obligación es restaurar su vitalidad y devolver el cauce de la poesía azul a las alas del iris, que todos llevamos consigo. Por otra parte, tanto los cursos del agua como las grandes extensiones marinas, también nos dan la oportunidad ya no solo de alimentarnos, también de alentarnos en la perspectiva del bien común hacia la familia.

Sea como fuere, bajo este enérgico y laborioso estimulante oceánico, el raciocinio debe germinar armónicamente. Lo decía el inolvidable Quevedo y lo reconocí en su perpetuo hábitat literario torreño, en Torre de Juan Abad: “Los que de corazón se quieren sólo con el corazón se hablan”. Así es, un buen deseo en la mirada siempre ilusiona y acrecienta la contemplativa. En consecuencia, sostenidos y sustentados por este don incesante de los níveos latidos que nos fortalecen, buceamos sin miedo para poder discernir la luz que nos conviene e iluminar nuestras propias profundidades.

Advertimos con gran complacencia corregir errores históricos y edificar visiones verdaderamente esperanzadoras, como una gobernanza económica mundial, lo que conlleva asimismo una arquitectura fiscal global, que nos aproxime a nuestro tronco común. La nobleza de tantas gentes nos recuerda que empiezan a soplar vientos de cambio. Justamente, el año pasado se aprobó la ambiciosa meta mundial de conservar y gestionar el 30% de las zonas terrestres, marinas y costeras para 2030 y un acuerdo clave sobre subvenciones a la pesca. Desde luego, todo este ambiente de preocupaciones requiere de un compromiso colectivo para proteger la cultura de los derechos humanos, y no ahogarse en mezquindades, sabiendo que todo depende de nosotros, también esa marea idílica necesita del verso nuestro para ser inmensidad de oleaje en comunión.

Inevitablemente hemos de volvernos poetas, a tiempo completo, para llenar nuestro específico oratorio interno de puros sentimientos, que son los que nos mueven y transforman; porque poetizar es comprender, conducirse y reconducirse constantemente, al tiempo que es ir más allá de los actos y de las actividades, conservando los ojos de niño y la mirada de abuelo, que todo lo acaricia con una sonrisa. Al fin y al cabo, somos la mística de nuestro distintivo misterio.

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

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