No hay mejor ruta que la de hacer el camino existencial unidos, es la orientación debida y la mayor concreción para conseguir realidades colectivas. Desde luego, estar juntos armoniza y embellece. Personalmente, lo descubrí en uno de los pregones que ofrecí en la mística localidad hispana de Torre de Juan Abad, ante una multitud de gentes, caracterizadas por su entrega de corazón. Fruto de esta poética unidad ciudadana, cohesionada en su atmósfera artística y pictórica, con más de veinte ciclos internacionales de Conciertos, al fin han conseguido que se reconozca la monumentalidad del marco histórico; un templo del siglo XIII creado por la Orden de Santiago y su patrimonio interior, que posee un conjunto de retablos únicos, además del sublime Órgano del siglo XVIII, un instrumento por excelencia de la música sacra, al servicio del espíritu creativo y de la comunión de abecedarios universales.
Torre de Juan Abad, por si mismo es un hogar que nos trasciende; sí, jamás lo duden, lo tiene todo, para saciar el ánimo y ascender a las diversas expresiones, a todas aquellas locuciones que son sensibles a la belleza. Esto es lo que en verdad hace posible un diálogo fructuoso. Su Iglesia, que ahora además será bien de interés cultural, une y reúne a todo el pueblo. Sin duda, el Órgano y la música instrumental que cobija a lo largo de la historia, han dado una magnífica contribución a la alianza de valores, trascendiendo la diversidad de lenguas y cultos. Indudablemente, este espíritu de concordia supone un fuerte avance y un meritorio esfuerzo. Hacer triunfar los principios de coalición, que son de orden espiritual y moral, por encima de los fermentos de división, es dejar a un lado el interés del negocio humano para que prevalezca la bondad del destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza.
Reconozco que la apuesta celeste siempre me ha interesado, obedeciendo a los cuatro imperativos de la verdad, de la justicia, de la clemencia y de la libertad. No olvidemos que cada uno de nosotros es una nota musical que da luz a un entusiasmo generado en la voluntad, que ha de ser pulso porque somos parte de la pausa etérea, para dar conjunción solidaria al pentagrama de los días. Únicamente en familia se enriquece el olmo del alma, dándose y donándose sin esperar nada más que un abrazo y una sonrisa. Fuera poderes y esclavitudes, que nos encarcelan. Vuelvan a nosotros, con creatividad y valentía, el acercamiento entre análogos. Esto también lo pude vivir en Torre de Juan Abad, en otro de los pregones, con multitud de gentes venidas de otras localidades colindantes, sintiéndose como en su propia casa. La cuestión radica en trabajar el amor de amar amor, que es lo que genera vida y deja huella. Estas familias sí que practican este culto.
El surco dejado por esta humanidad Torreña en mi interior, es difícil de describir con palabras, puesto que todas sus ventanas suelen estar abiertas al acompañamiento. Por cierto, aún resuena mar adentro, la ola que me lanzó a la tribuna uno de los escuchas: “labore el verso y concierte con los conciertos, déjese de lo mundano”. También procuro hacerlo, con cosas concretas, no con palabras. Hoy más que nunca tenemos que ayudarnos unos a otros, reprendernos para salir del círculo vicioso del mal. Por ello, es menester sumar esfuerzos conjuntos para despojarse de las miserias mundanas. Igualmente, en Torre de Juan Abad, vi la posibilidad de construir un mundo mejor, con ánimo cooperante y coraje incorporado a los acordes del Órgano, intérprete de los sentimientos, de las más nobles liras e idílicas emociones.
En cualquier caso, a poco que nos adentremos en las historias humanas con una visión global, hay cuestiones esenciales en este mundo de todos y de nadie en particular, que deben reconocerse como un bien público mundial con las correspondientes responsabilidades generales, si en verdad queremos llevar a buen término un nuevo consenso, tomando plena conciencia de que el mejor combate no se lleva a cabo con armas sino con amor. En este sentido, el cultivo del arte, como son estos ecuménicos conciertos de Torre de Juan Abad (Señorío de Quevedo), verdaderamente nos trascienden por el enclave y todo lo que le rodea a través de la trasparencia de los sonidos y la hermosura de los textos, lo que hace que sea una experiencia singular inolvidable, tan estética como vital, sobre el misterio de la creación, sustento de la certeza de nuestro origen común.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor