Desde la larga y oscura noche de los tiempos y a lo largo y ancho de la historia, varias han sido las ocasiones en las que la palabra «The Wall»(El Muro) ha brillado con luz propia y su significado–dependiendo del momento histórico en el que ha hecho acto de presencia– nos ha reportado las más variopintas vivencias y traído, a veces, los recuerdos más encontrados.Una de las primeras veces en la que nos chocamos con «El Muro» — y nunca mejor dicho– es en la Biblia, tras haber sido citado en el «Libro de las lamentaciones» por su autor, el profeta Jeremías (Judea, año 626 a.C.) que junto a Isaías, Ezequiel y Daniel formó el bíblico cuarteto de los «profetas llamados «mayores», porque la Biblia divide los libros proféticos en «mayores» y «menores» por el tamaño y la extensión de su obra y no por la importancia de su autor y mensajes.
Seis siglos después, el «Muro» vuelve a reaparecer en la esplendorosa Roma de los césares, cuando el Templo de Jerusalén y una de sus principales partes– el llamado «Muro de las lamentaciones» (en recuerdo del profeta Jeremías)– fueron reconstruidos y de nuevo ampliados a primeros del siglo I a.C. por Herodes I el Grande, rey de Judea.
Corría ya el año 70 d.C., cuando durante el sitio de Jerusalén y la gran revuelta de los «Zelotes» acaudillados por Juan de Giscala, las legiones del emperador Vespasiano –bajo las órdenes de su general al mando Tito– destruyeron el Templo de Jerusalén y dejaron solamente en pie la parte occidental del «Muro» exterior, construido por el rey Salomón en el año 952 a.C. Tito dejó «El Muro» en pie con la única intención de que los judíos «no olvidarán nunca y siempre lamentaran amargamente» que Roma había vencido a Judea y para que jamás volvieran a sublevarse contra el poder del Imperio. De ahí, su conocido y ancestral nombre de «Muro de las lamentaciones» desde los remotos tiempos de Jeremías.
Seis largos años después, ya en el año 76 d. C. y durante su mandato, el emperador Publio Elio Adriano llevó a cabo uno de sus prioritarios objetivos, el bienestar de todos sus súbditos(ciudadanos, libertos y esclavos) ampliando y extendiendo las mejoras laborales y socioeconómicas a todos los habitantes de Roma. Para culminar está prioridad aprobó leyes que mejorarían la vida, el trabajo y el trato de los esclavos. De ellos se decía que, solo en la ciudad de Roma, su número superaba los 400.000 (de una población no superior al millón de habitantes).
Otra de sus principales prioridades y preocupaciones fue la construcción de robustas fortificaciones defensivas en las provincias romanas de Britania. Es aquí cuando vuelve otra vez a aparecer «El Muro», pero está vez bajo el nombre de «El muro de Adriano» o «Vallum Aellian»(en latín) por ser el emperador que lo mandó construir hacial el año 122 d.C.
Este «Muro» –una colosal obra de 120 kms. de longitud que atravesaba Gran Bretaña desde la desembocadura del río Tyne, cerca del mar del Norte, hasta el fiordo de Solway en el mar de Irlanda– dividía la isla en dos mitades y permitía al Imperio romano proyectar su poder hacia el norte, en las tierras de los antiguos «pictos»(confederación de tribus celtas que habitaban en el norte y centro de Escocia).
Muchas han sido las teorías referentes a la construcción del «Muro de Adriano»: la limitación de la inmigración, el control del contrabando y el mantener a los rebeldes pictos al norte del muro romano. Esta última no parece ser tan históricamente probable como el hecho de que el «Muro» fuera construido para demostrar la fuerza y el poder de Roma. La política exterior de Adriano se puede resumir en su máxima de «Paz en y para Roma a través de la fuerza del Imperio» y el «Muro» habría sido una impresionante ilustración de ese principio llevado a la práctica.
La noche del 12 de agosto de 1961, los soviéticos –bajo las órdenes del líder de la República Democrática Alemana (RDA) Walter Ulbricht, con la quiescencia y permisividad de Kruschev y la ayuda de Erich Honecker y Erich Mielke –levantaron en Berlin un «Muro provisional» de hormigón de 45 kms. que dividió la ciudad de Berlín en dos, a la vez que otros 115 kilómetros rodearon su parte oeste, separándola de la Republica Federal Alemana (RFA).
El «Muro», internacionalmente conocido como el «Muro de la vergüenza», sirvió para impedir la migración masiva desde la comunista Alemania del Este hacia la del Oeste o bloque capitalista y, a la vez, para prohibir a los “cruzadores de fronteras”–que vivían en la economía comunista pero trabajaban en el lado capitalista occidental– pasar de una zona a la otra.
La progresiva apertura de las fronteras entre Austria y Hungría en mayo de 1989 –pues cada vez eran más los alemanes que viajaban a Hungría para pedir asilo en las distintas embajadas de la RFA — motivó enormes revueltas y manifestaciones en la famosa Alexanderplatz que llevaron a que, el 9 de noviembre de 1989, el gobierno de la RDA afirmara «oficialmente» que el paso hacia el Oeste estaba permitido.
El «Muro de la vergüenza» había caído, pero ya figuraba con brillo propio en el libro de la Historia.
Ese mismo día, miles y miles de alemanes se agolparon en los puntos de control para poder cruzar al otro lado y nadie pudo detenerlos, de forma que se produjo un inolvidable éxodo masivo. Al día siguiente –se abrieron las primeras brechas en el «Muro » y comenzó la esperada y deseada cuenta atrás para el final de sus días– una vez abierto, miles de familias, amigos y parientes pudieron volver a verse después de 28 largos años de forzosa separación.
Mientras esto ocurría, en todas las calles y grandes Avenidas de Berlín) no dejaba de sonar la legendaria música de Pink Floid con su icónico «The Wall»( El Muro). Uno de los himnos más icónicos de la reunificación de las dos Alemanias–tras el derribo del berlinés «Muro de la vergüenza»– fue la canción «Wild of Change»(Vientos del cambio) que el grupo alemán de rock, Scorpions, publicó en 1990.
No por ello debemos olvidarnos de la londinense banda de punk-rock, Sex Pistols, con su balada legendaria «Holidays un The Sun»(Vacaciones bajo el Sol) en la que Johnny Rotten repetía a voz en grito: (…) «Debo cruzar el Muro de Berlín/ no comprendo el Muro de Berlín./ Debo cruzar el Muro de Berlín / no comprendo el Muro de Berlín».
Este histórico evento marcó la vida de muchas personas, revolucionó la historia de la música y liberó a Europa del fascismo de izquierdas y de la opresión social comunista del momento. Un «Muro» que, poco a poco, creó otros «muros» que tendríamos que ir derribando.
Es bastante evidente que Pedro Sánchez –como buen portador de la gran mayoría de rasgos y signos patognomónicos que caracterizan, al hasta ahora poco conocido, «Síndrome de Hubris»(del griego «hubris»: orgullo y arrogancia)– prefiere, por encima de todo, el poder a la concordia, la división a la unidad y la venganza a la reconciliación.
Al rival hay que vencerle siempre y a cualquier precio, por eso antepone «su» omnímodo poder a la unión y a la estabilidad de todos los españoles que no le apoyan y han votado en contra de su chanchullera investidura y, sobre todo, de un inmoral, antidemocrático y chantajistico pacto –el de «la amnistía» y el de «la risa sardónica»– con el prófugo y golpista Puigdemont. Todo esto, solo a cambio de «siete» miserables, pero necesarios votos, que son los que de nuevo, le han hecho presidente del Gobierno, aunque para ello, deba construir un «Muro» infranqueable para que casi 13 millones de votantes españoles queden aislados y sin alternativa posible al llamado «Gobierno de progreso», que es el que él preside y «mangonea» a su libre albedrío.
El «Muro de la venganza» de Pedro Sánchez: –a un lado, los que no creen en España ni en su democrática forma de Gobierno ni en su unidad territorial y, al otro el resto, jueces, políticos, magistrados, periodistas, empresarios y, según él, todos los motivados por una imaginaria extrema derecha, VOX y PP, a la que hay que cortar el paso– se ha convertido en el símbolo de su nueva legislatura y , a la vez, de la decadencia política de España ante Europa.
¡Hay que construir un «‘Muro»! fue la frase «clave» en la reciente y vergonzante «investidura de la carcajada». El «Muro de la venganza» y la histriónica e irracional «carcajada» han sido el resumen político de su polémico y cicatero discurso: primero, un «Muro» que separa a media España de la otra media y que hace imposible la pacífica y democrática convivencia entre ambas; y segundo, una disonante carcajada para vejar y humillar al adversario.
Así, no es posible conseguir ni la concordia ni la paz ni la democracia ni la unidad ni el desarrollo económico ni el progreso social… ni nada de nada. ¿Pero eso es lo que quiere o es lo que le exigen desde Waterloo …?
Hace ya veinte siglos que nos lo advirtió –sin ningún rencor ni parcialidad– el emperador romano Marco Claudio Tácito Augusto (200-276 d.C), más conocido por «Tácito», el historiógrafo: << Es muy difícil juntar la concordia y el poder>>. Y es, a su vez, mucho más evidente que Sánchez prefiere el poder a la concordia.
Su cicatero «Muro de la venganza» es el muro de la discordia y de la separación. Lo levanta cuando en España hace mucha más falta abrir nuevos caminos y construir puentes hacia la paz, la unidad, la concordia, la libertad, la convivencia y la justicia — los pilares fundamentales– de esa gran «Tierra Firme», a la que alude y proclama con sobrada ampulosidad en «su» nuevo libro.
Su nuevo «Muro» es un paredón altamente sectario, muy politizado y peligrosamente ideológico. Su objetivo es similar al de Adriano y Berlín, pero no es idéntico. Con el pretende aislar a millones de españoles que no piensan como él y han votado en su contra por el peligroso giro politico que quiere darle a España.
Al otro lado de su «Muro» están los prófugos de la justicia, los golpistas, los herederos de una organización terrorista, los corruptos y los violentos a los que ya indultó y, ahora, pretende «amnistiar».
En definitiva, «aunque no son todos los que están, si están todos los que son y quieren romper España». ¿A quien representa un tipo de presidente que no defiende la igualdad y convivencia entre todos los españoles y construye un nuvo «Muro» basado en la venganza para seguir dividiendo y enfrentando otra vez a todos? ¿Acaso no le bastó con nuestra pasada «guerra cainita» o lo que pretende es que no la olvidemos y para eso ha asacado la vengativa y revanchista «Ley de la Memoria Democrática»…? ¿O quizás al no parecerle esto bastante, intenta otra vez, que la sombra de un nuevo «Muro» amenace la unión, la igualdad y la convivencia de las rivales y ya olvidadas «dos» Españas?
Este «Muro» encierra un nuevo Gobierno más sectario, más vengativo y mucho más radical –en el que han adquirido mucho más peso político las personas que más han tenido que ver con sus maquiavélicos tejemanejes políticos para alcanzar su ansiada investidura– con un Consejo de Ministros que nos aleja más y más, cada día, de las reales necesidades de España como nación y, a la vez, nos acerque más a ese radical socialcomunismo y lo imponga–tanto en el PSOE como en el nuevo Gobierno–pero siempre a las órdenes del victorioso prófugo y golpista que es, sin duda, el auténtico presidente de España «en la sombra».
Para evitar que Sánchez y sus 22 ministros consoliden el «Muro de la vergüenza», de la separación y de la division entre españoles, hay que hacer un llamamiento a todas aquellas organizaciones políticas y sociales que quieran recorrer la senda de la recuperación de los principios constitucionales y reunirse para reflexionar –todos juntos–sobre los ilegales pactos y acuerdos que les ha permitido formar un gobierno –que aunque legítimo–vuelve a enfrentar de nuevo a los españoles y nos retrotrae a otros tiempos oscuros ya olvidados.
Pedro Sánchez y su gabinete ministerial están tratando de convencernos de que la «derechita» de Feijóo y Abascal es «filofascista», que no puede ni debe gobernar y que hay que impedirlo y destruirla como sea, a costa de lo que sea y al precio que sea.
El nuevo Gobierno Sanchista–al confundir la «Transición» con la transacción– ha puesto en marcha por la vía rápida un maquiavélico plan de «contraposición absoluta» a la constitucional, democrática y pacífica Transición del 78 y , se olvida, de que lo que entonces se construyó fue un campo de juego limpio y pacífico con reglas pactadas por todos y de mutuo acuerdo y, hoy, el actual Gobierno construye un auténtico campo de batalla y un «Muro de la Venganza» para asegurar su autoprotección frente a los que claman justicia,igualdad,paz y convivencia para todos.
Aunque no creo que este «Muro de la Venganza» dure lo que duró el de Adriano y el de Berlín, el día en que caiga… que sea más pronto que tarde y lo haga –no al compás de los acordes de Pink Floid, ni de Sex Pistols ni de Scorpions o de algún nuevo grupo musical del momento– sino al de la «Marcha fúnebre» de Chopin.
Sánchez debería dejar esas histriónicas y deleznables risotadas en público y estar más pendiente de las ya cercanas y premonitorias «Idus de marzo». Debe recordar lo que el auríspice Espurina le respondió a Julio Cesar –cuando éste le espetó sonriente con aquello de que: «las Idus de marzo han llegado y no me ha ocurrido nada»– «sí, pero todavía no se han ido», fue su lacónica respuesta.
Poco después, César moría a causa de 23 puñaladas recibidas a los pies de la estatua de Pompeyo, un 15 de marzo del año 45 a. C..
Pedro Manuel Hernández López, médico jubilado y Lcdo. en Periodísmo.