Los españoles opinamos con la misma rotundidad de Ucrania que de Oriente Medio, de la industria de la intimidad que de jugar o no con un falso delantero centro. Pero cuando se trata de luchar contra las arbitrariedades e inmunidades del poder del tirano y sus escuderos nos limitamos a tratar de adivinar donde va a poner la bolita el trilero.
Y lo hacemos dando voces sin pensar las cosas dos veces. Lo mismo en las tertulias políticas que en Sálvame o en el Chiringuito. Liberamos nuestras emociones tomando partido y por ese flanco apasionao nos las sirven en bandeja los espabilaos. Futboleros y taurinos los españoles somos campeones del mundo a toro pasao. Nos da vidilla apuntarnos a un bando más que a un gimnasio y preferimos pronunciarnos según nuestro cristal, antes que matizar la mentira y la verdad al margen de quien la profiera o buscar silencio de anfibio metiéndonos dentro de un libro.
En la tele, las redes o el bar buscamos la identidad en un bando o una cabila, deseosos de diversión y tomar partido, ya sea el Barca o el Madrid, Belmonte o Manolete, La Pantoja o Paquirrín. Pero cuando Séneca decía «Vivir es militar», no se refería a ésto, sino a que vivir es luchar, tomar partido por las objetivos y causas que lo merecen como acabar con los atropellos de un arrogante dictador acorralado por la corrupción política y económica y cercado aún más por la propia sombra de su personalidad. Y en el ámbito personal, afrontar las desgracias y pérdidas con grandeza y resignación. «Todo lo que lloramos, lo que nos asusta, son tributos de la vida, -que pagamos todos- y de eso no esperes inmunidades ni las pidas».
Así que militar no es tomar partido por una facción aunque en España afirmamos cualquier cosa con rotundidad sin lugar a la contradicción o siquiera a la duda metódica, como hacen en algunas emisiones los franceses. Y lo hacemos dando voces, porque, en lugar de valorar si una opinión sencilla se corresponde con la verdad, seguimos escuchando al charlatán que hila argumentos en apariencia válidos hacia su exclusivo fin, como estos majaderos que nos gobiernan con una arbitrariedad tras otra, en lugar de haberles impedido llegar o haberles echado a tiempo.
Hasta los telediarios gritan. Y una cosa es que cualquiera opine lo que quiera en ejercicio de su libertad, -tenga valor lo que dice, o no lo tenga,- y otra que los presentadores, convertidos en comisarios partidistas de los partidos a los que sus medios subvencionan, te digan lo que tienes que pensar.
Sea por penínsulos expuestos a todos los vientos o el horror al vacío o al silencio o porque encontramos salud dándole a la lengua, vivimos chantajeados por cuatro charnegos acomplejaos que llegados de Castilla se dicen separatistas porque el pujolismo los despreciaba y a los que pagamos su empeño en destrozarnos el solar, repartirse nuestros dineros y hablar entre ellos con bonitas lenguas que los demás no entienden, salvo cuando viajan, por lo que, tratándose de una cuestión de opinión y de lengua, no estaría de más que pasáramos todos de vez en cuando por el opiniotorrinolaringólogo.
El caso es que somos un pueblo poco labrador, acomodaticio, consumidor, muy opinador y chillante, rijoso y pronto a sulfurarse, que acostumbra a ver a los trileros mover los cubiletes, pero la hora de la verdad, ladrador y poco mordedor, poco organizador y perseverante. Y lo que hoy es más vegonzante. Tan poco militante en las cosas en las que Séneca pedía militar que, escasos de dignidad, a fecha de hoy todavía no hemos sido capaces ni de echar a un trilero trepa y gañán como Pedro Sanchez.
Victor Entrialgo