OPINIÓN

Víctor Entrialgo de Castro: «El General en su laberinto»

Víctor Entrialgo de Castro: "El General en su laberinto"

Ganaron los votos contra Él y perdieron todos sus aliados, pero la gran vergüenza y drama de la Nación es que haya cinco millones doscientos sesenta mil setecientos cincuenta y dos personas, ¡5.260.752! que después de lo que han visto hacer a su mujer, hermano, suegros, padres, amigos y demás familia, y sobre todo a Él, aun siguen votando a un mentiroso compulsivo lleno de inquina y malos instintos que está destruyendo la democracia, el partido y la Nación.

Acechado por los jueces y pillado con la familia in fragantti, el autócrata se va quedando sólo buscando una salida. «El general en su laberinto», novela de García Márquez, recrea justamente los últimos días de Bolívar durante el viaje que, buscando una huida parecida, le llevó a la costa caribeña de Colombia para intentar abandonar América y exiliarse en Europa.

Sustituya, muy estimado lector, la venida por la ida y descubrirá que lo que quieren decir algunos cuando hablan de «República» es República Dominicana. Añada Europa por temporadas y tendrá la hoja de ruta que llevará a Sanchez en falcon al ostracismo huyendo de su conciencia si la tuviera y de más de la mitad de la Nación, que ese día celebrará con algarabía y seguramente sin flores el fin de tanta mentira, tanta chulería, tanta arrogancia, tanto desprecio.

Pero la peor tiranía, la que después de destruir la Nación le impedirá salir del laberinto, es su narcisismo, tan grande que va a acabar con él agarrado al poder como una mujer de esas del partido, o del ministerio. No sé si Pedro Sanchez se dejará sentir, como él mismo aconseja en cuanto al género, pero con la cantidad de cosas que tenemos pendientes, nos está haciendo perder mucho tiempo, porque la actitud de este sujeto al que vemos yendo y viniendo con actitud femenina, ha pretendido una sóla cosa. Que el mundo estuviera pendiente permanentemente de Él.

Igual que todos los podemitas y mentecatos que pueda usted sumar  Sanchez no ha hecho más que llamar la atención con la disculpa de una ideología que ni siquiera tiene, como esos niñatos malcriados que van a  Parlamentos o televisiones a vender su dignidad y decir, aquí está mi vulgaridad, si la queréis soportar bien y si no también.

Todo obedece a su pulsión narcisista para la que desde el principio buscó el poder. Por eso todo ésto no terminará bien. Porque aunque parezca muy tieso y echao palante está huyendo desde que llegó. Huyendo hacia adelante. Y cuanto más miedo y más cobardía, más desafío y más chulería.

El mismísimo día de las elecciones, mientras hacía su paseo matinal el déspota vió un perro sin dueño, le lanzó un silbido de rufián y el animal se detuvo en seco. El perro lo observó a fondo mientras lo acariciaba pero luego se apartó de golpe, le miró a los ojos, emitió un gruñido de recelo y huyó espantado. Siguiéndolo por un sendero desconocido el presidente se encontró sin rumbo en un suburbio de casas de adobe en cuyo patio se alzaba el vapor del ordeño cuando de pronto se oyó un grito: ¡Longanizo!

No tuvo tiempo de esquivar una boñiga de vaca que le arrojaron desde algún establo y se le reventó en mitad del pecho y alcanzó a salpicar la cara pero fue el grito más que la explosión de la boñiga lo que lo despertó del estupor en que se encontraba pensando en que tenía que salir de Moncloa.

Castejón que, a pesar de las boñigas, no encuentra la salida a su laberinto,  continúa empeñándose con la misma desfachatez con la que empezó, lo que sólo puede ser obra de su patología, con la certidumbre melancólica, eso sí, de que vivirá el resto de sus días sin el consuelo de la gratitud pública, aunque lo que busca no es el cariño sino la atención.

«Parece que el diablo controla el gobierno de mi vida, escribe Bolívar al general Santander el 4 de agosto de 1823. Dos siglos después Pedro Sanchez escribe cartas de amor a su mujer que vienen a decir lo mismo».

La mula que tiene reservada para irse es la mejor de una recua de cien que un comerciante catalán le ha dado al gobierno a cambio de la destrucción de su sumario de cuatrero. Castejón tiene ya la bota en el estribo que le ofrece el palafrenero cuando Bolaños se dirige a él:

-«Excelencia». Castejón permanece inmóvil con el pie en el estribo y agarrado de la silla con las dos manos. «Quédese amo» le dice el ministro «y haga un último sacrificio por salvar la Patria».

-«No Bolaños», replica él, hemos jodido a tantos y armado tal estropicio que ya no tengo patria por la cual sacrificarme. Era el fin. El autócrata general Pedro Simón Bolívar Castejón se iba para siempre.

Buscando la salida final de su laberinto, como cualquier dictador bolivariano se oyó un grito entre los muchos que no le soportaban: ¡Longanizo!. Y Castejón susurrará al final al oído de su lugarteniente Bolaños: «¡Qué cara nos ha salido esta mierda del sanchismo! Vámonos volando que aquí no nos quiere nadie».

Está huyendo desde que llegó. Huyendo hacia adelante. Y cuanto más miedo y más cobardía, más desafío y más chulería. Es su patología. Un hombre tiene que ser valiente para llegar y para irse. Fue un cobarde para llegar y lo va a ser para marcharse.

Víctor Entrialgo de Castro

 

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