El ministro de Asuntos Exteriores –José Manuel Albares , alias el nuevo «Napoleonchu», ese servidor público que lleva más tiempo mirando a su jefe que al mundo— ha decidido añadir un nuevo personaje a su corte de diplomáticos: el Embajador en «Misión Especial para los Derechos LGTBIQ+». No, no es una broma ni un sketch del Club de la Comedia. Es real, es oficial y, sobre todo, es ridículamente sintomático de los delirios de un Gobierno que ya no sabe distinguir entre una acción política exterior real de un activismo doméstico con banderitas de colores.
La creación de esta figura no responde a ninguna necesidad diplomática, ni a una demanda internacional, ni a una emergencia humanitaria. Responde– simple y llanamente– al impulso propagandístico de un Ejecutivo obsesionado con pintar la realidad con el brochazo grueso de su «moralina queer». Lo importante no es defender los derechos humanos de todos, sino usar las siglas LGTBIQ+ como una perfecta coartada para justificar más estructuras, más cargos, más presupuesto y más titulares. ¿Próximo paso? ¿Un embajador para asuntos de «género fluido» en la región antártica…? ¡ No lo descarten!
Veamos, con un poco de bisturí crítico, las posibles y las previsibles justificaciones que el pequeño gran Albares esgrimirá en sus próximas comparecencias:
1.- “Es un paso al frente por y para los derechos humanos.”
Falso y cínico. Los derechos humanos no se defienden con figuras decorativas y bien remuneradas, sino con diplomacia seria, firmeza estratégica y coherencia internacional. ¿Qué credibilidad tiene un Gobierno que clama por los derechos LGTBIQ+ mientras cierra acuerdos energéticos con regímenes donde se persigue la homosexualidad y se cuelgan a los homosexuales en las grúas de las calles…? ¿Alguien ha visto al ministro enfrentarse a Irán, Marruecos, Arabia Saudí o Qatar por sus políticas represivas hacia estas personas…? No. Pero sí se le verá en importantes foros europeos presumiendo de su “compromiso oficial con la diversidad”, mientras firma contratos con los mismos verdugos a los que no se atreve a incomodar.
2.- «España debe ser el referente en derechos LGTBIQ+ en el mundo.”
¿A qué precio…? ¿Con qué impacto…? ¿Y para qué exactamente…? Ser referente en derechos civiles está muy bien cuando se hace con contenido y coherencia, no cuando se monta un «show diplomático» al servicio de las ideologías de izquierda, de centro- izquierda y «queer». Las embajadas deberían estar para defender a los ciudadanos españoles, fomentar las relaciones bilaterales y proteger nuestros intereses estratégicos. Pero no: ahora también servirán como plataforma de agitación identitaria. ¿Imaginan a un embajador español en Uganda dando lecciones de «diversidad sexual» mientras se negocia un acuerdo de cooperación sanitaria? El choque entre culturas será antológico… y el resultado, contraproducente.
3.-“Es un sincero gesto de compromiso con la inclusión.”
No. No es un gesto de clientelismo simbólico, sino una forma de mantener bien engrasadas ciertas redes asociativas y electorales que viven de la subvención establecida y del perpetuo victimismo . Este nombramiento no mejorará la vida de ningún homosexual en Chechenia, ni evitará que un transexual sea agredido en una dictadura teocrática de Oriente Medio o de África . Pero sí servirá para que ciertos colectivos afines al sanchismo se sientan muy bien “representados”… en la ficción diplomática, claro.
4.-“Es un embajador sin costes adicionales para el sufrido contribuyente.”
¿De verdad…se lo creen…? ¿Y el despacho, el equipo, los viajes, los informes, la representación internacional, los actos protocolarios…? ¿Todo eso cae del cielo como el «maná» en el desierto…? No hay que ser un economista muy avispado del FMI para saber que detrás de este nuevo cargo habrá una nueva oficina, asesores múltiples, desplazamientos , muchos titulares para medios afines e incluso subida de impuestos . Todo con cargo al presupuesto del Ministerio de AA EE, que cada vez se parece más a un «woke» departamento de imagen de una empresa de publicidad que a una herramienta del Estado.
5.-“España debe alzar la voz donde otros callan.”
España debe alzar la voz, sí, pero con rigor, con estrategia y con sentido de Estado. Y debe alzarla por los derechos de todos, no solo por las causas que encajan con la neo agenda «querer» e ideológica del Gobierno. Que el gran «Napoleonchu» confunda, a estas alturas, «diplomacia» con «militancia» ya es muy preocupante, pero que lo haga en un momento geopolítico tan frágil, donde el prestigio internacional se gana con hechos y no con gestos, ya roza la temeridad y el ridículo
El » Puto Amo» –como ya han bautizado con sorna a Pedro Sánchez en ciertos círculos por su afición al decreto y la puesta en escena teatral– sigue creyendo que gobernar es fabricar símbolos para su propia mitología. Y Albares, su fiel y servil escudero, ejecuta esa visión con disciplina de cortesana. Lo de menos es si el nuevo embajador logra algo. Lo importante es que haya una bonita foto, una impecable nota de prensa y el correspondiente aplauso en Twitter.
Mientras tanto, España sigue perdiendo peso politico internacional, nuestra acción exterior se diluye en el negro humo ideológico, y la diplomacia se convierte en un festival «guiñolero» de gestos vacíos. Pero eso sí: con mucha purpurina y con la bandera del «Arco Iris» al viento, todo al más puro «estilo queer», porque las teorías del «wokismo» ya les resultan anticuadas.
Pedro Manuel Hernández López es médico jubilado, Lcdo. en Periodismo y ex senador autonómico del PP por Murcia.
