La Moncloa –que debería ser la sede ejemplar de la dignidad institucional y la representación del Estado– se ha convertido bajo el fraternal patrocinio de Pedro Sánchez en un patio de favores, en un refugio de familiares y en un nido de escándalos. Porque lo que hoy se sabe no es un simple rumor: su hermanisimo — el músico David Sánchez, el que no sabía en qué consistía su trabajo ni dónde se ubicaba su despacho oficial– ha vivído oculto y de «okupa» de alto estanding durante varios meses en dependencias de la residencia presidencial de la Moncloa. Junto a él lo hizo su esposa –la japonesa Kaori Matsumoto– y ambos, en amor y compañía, disfrutaron de todas las comodidades del complejo presidencial con cargo al erario público, mientras fingía residir en Portugal para pagar menos impuestos. Una jugada maestra, tan cutre como ilegal, una estafa en toda regla con la que burlaba a la Hacienda pública –la de la «Farruquita de Triana», Marísú, como ya la conocen en los mentideros oficiales— que a todos los autónomos, a los trabajadores y a las familias les exprime hasta la última gota de sudor, pero que al «clan de los Sánchez» parece servirles de cortina de humo.
El hermanisimo del autarca presidente –disfrazado de artista residente en Badajoz– se inventó, con la habilidad que le caracteriza, domicilios ficticios y buenas cuentas inexistentes para asi esquivar mejor los impuestos. Pero lo peor, no es su fingida y falsa residencia en Portugal, lo más cínico ha sido su comodo parasitismo habitacional dentro de la Moncloa. ¿Qué clase de país permite que el palacio presidencial se convierta en guarida privada de la familia del presidencial inquilino? A esto lo llaman «nepotismo», pero esto es aún mucho peor: es una oficial y descarada «inquiokupación monclovita», consentida libre y voluntariamente «desde», «por» y «con» el fraternal poder y connivencia de su hermano, el presidente.
Y ahí está Pedro Sánchez –tan digno en sus discursos, tan altanero en sus poses, tan cínico en sus sermones europeos– tolerando que bajo su propio techo se cuele un «okupa» con carnet de hermano. Un presidente que no quiere controlar ni lo que ocurre dentro de su residencia oficial, ¿cómo pretende gobernar a toda España? ¿Cómo se atreve a exigir sacrificios fiscales a millones de ciudadanos mientras su propia sangre huye del fisco y se instala gratis en el corazón del Estado?
El caso es de una gravedad extrema: Moncloa –la sede que debería ser símbolo de transparencia y legalidad– queda reducida a tapadera oficial de enchufes familiares y refugio fiscal. Un «okupa en la Moncloa»: esa es la verdadera fotografía del sanchismo, un régimen basado en la mentira, la simulación, la corrupción y el abuso de poder.
Y que nadie se engañe: aquí no hay error, ni olvido, ni despiste administrativo; lo que aquí hay es un presidente que ha permitido, tolerado y encubierto que en el Palacio presidencial viva un «okupa» de su propia sangre, mientras el país entero se desangra pagando impuestos, luchando por una vivienda en condiciones y soportando recortes y viendo cómo se premia la trampa y se castiga la honradez.
Sánchez no es solo culpable de arruinar la economía, de degradar la política y de dividir a España: es culpable también de haber convertido la Moncloa en la madriguera oficial de un «okupa». Y esa mancha –por mucho maquillaje que intente ponerle Marísú y su Hacienda selectiva– no se borra jamás.
Un okupa en la Moncloa, no solo es el título de esta columna de opinión. que es, a la vez, la metáfora útil y perfecta de un Gobierno corrupto, felón y desvergonzado. Y cuando un presidente tolera todo eso, lo que está diciendo es que «el Estado ya no es de los españoles, sino de su corrupto clan y antidemocrático gobierno.
¿Como va a preocuparle el progresivo aumento de los inquiokupas cuando permite que el mismísimo Palacio de la Moncloa albergue a uno, a su hermano…? España no necesita a ningún presidente que permite «okupas» en su residencia oficial por muy hermanos suyos que sean. Necesita un Gobierno que respete la ley, que dé ejemplo y que no confunda el Estado con su cortijo familiar. Porque la Moncloa no es el piso franco de los Sánchez ni un edificio de la Sareb y, tarde o temprano, o –como les gusta decir a estos pijos progres, «más pronto que tarde»– esa ineludible factura, como todas sus trampas y felonías, tendrá que pagarla y con intereses.
