Memorias del 11-M

Ricardo Tapia
Bruselas, Bélgica

Avasallada por el ruido infernal del ir y venir citadino, la mañana trascurría con una extraña normalidad. El tiempo parecía aletargado y un silencio incómodo se sentía súbitamente en uno de los puntos neurálgicos de la ciudad. Era la mañana del 12 de Marzo.

Cerca del mediodía, los semáforos que dominaban la intersección pasaron al intermitente. Los conductores detuvieron sus vehículos: Metro, Tram, Autobuses, todos los transportes permanecieron inmóviles. Durante algunos minutos el sonido de los pájaros y su aleteo chocando al viento fueron las únicas señales de vida.

En punto de las doce del día no hubo una sola voz, la gente bajó la mirada y un silencio abismal se apoderó del vacío. Los peatones rompieron el paso y el tiempo se detuvo por unos instantes.

Desde aquella mañana en que un terremoto devastó la Ciudad de México, jamás había vuelto a sentir esa proximidad ante la tragedia. Los cuatro trenes de cercanías que estallaron en Madrid eran los mismos que abordábamos a diario. Las diez bombas que explotaron entre las 7:39 y las 7:42 pudieron haber estado ahí, escondidas entre las espaldas de esos cientos de trabajadores que abarrotábamos los vagones al amanecer.

La manifestación en Barcelona fue llamada alrededor de las siete.
A lo largo del Paseo de Gracia las mantas negras caían desde lo alto: la senyera catalana, la bandera española y cientos de listones negros ondeaban saludando a los manifestantes.
La gente inundaba las calles y cerca de las ocho de la noche el número de asistentes superaba al de la población entera de toda la ciudad.

En la llamada jornada de reflexión del sábado 13 y a solo un día de las elecciones, las perversiones del gobierno dieron un vuelco a la historia.
Una segunda manifestación fue convocada al caer la noche.

Las cadenas nacionales y autonómicas transmitieron el segundo recorrido.
Los ciudadanos volvieron a salir, esta vez caminando por La Rambla, golpeando cacerolas y gritando consignas contra el Partido Popular.
La protesta se extendió confundiendo el sonido de las televisoras con el estruendo detrás de las ventanas: Cientos de vecinos agitaban sus cacerolas desde los balcones, horas antes de que cerca del ochenta por ciento de los ciudadanos salieran de nueva cuenta a las calles, esta vez a emitir su voto.

Lo demás es una historia conocida.
Las preferencias electorales que lideraba el Partido Popular se desplomaron ante la obstinación del gobierno en ocultar la verdad.
La impericia gubernamental, la palidez de sus argumentos y la manipulación de los medios salieron a la luz. La opinión pública se enteró entonces de que aquella barbarie no fue otra cosa, sino la respuesta de los radicales masacrados por la coalición de las Azores meses atrás. De los hombres y mujeres que días antes escucharon caer las bombas, de esas personas que vieron a sus familias morir y que sintieron el terror entre las balas de las milicias liberadoras.

El Domingo 14 de Marzo, el Partido Popular perdió las elecciones y los periódicos de todo el mundo pusieron nombre y apellidos a la tragedia: Ciento noventa personas perdieron la vida en el peor atentado que se haya registrado jamás en la historia de España.

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