‘La memoria histérica’ o la historia de un artículo censurado

Felipe Angel Rodriguez Herrero
Madrid

Corren malos tiempos para la libertad de expresión. Todo aquello que se salga de lo politicamente correcto o no comulgue con las opiniones oficiales corre el riesgo de que sea censurado. Llevo más de un año colaborando en el periódico gratuito «EL DISTRITO».

Nunca me censuraron ni parcial ni totalmente un artículo hasta hoy. Les envié con la suficiente antelación un texto titulado ‘La Memoria Histérica’ para que saliera publicado en el número correspondiente al mes de julio.

Comentaba con cierta ironia esta nueva ola republicana que nos invade y hacia hincapié en los vicios de la II República. No me molesta que no lo hayan publicado sino la justificación. Ignoran el artículo pero, a su vez, me piden uno estrictamente cultural como si la historia común de los españoles, para bien o para mal, no formara también parte de nuestra cultura.

Me pregunto, por tanto qué se entiende, en este país, por cultura y si hay que andar con pies de plomo para decir las cosas que dicta el sentido común.

No soy un escritor de partido; no quiero serlo porque no deseo, en modo alguno, renunciar a mi independencia. Siempre he escrito lo que me ha parecido, con mayor o menor acierto.

Este es el artículo censurado.

LA MEMORIA HISTÉRICA

El 75 Aniversario de la Proclamación de la II República está dando pie, a algunos partidos, a intentar ganar en la calle lo que apenas han conseguido en las urnas aunque, ahora, estos anhelos republicanos, se pasean con más garbo por los innumerables sitios de Internet que por el corazón de las ciudades.

Tal vez piensan, como decía, Don Miguel Maura que ocurrió con aquella, que volverán a encontrar la Tercera en el arroyo pero no; en el arroyo es más fácil que terminemos encontrándonos a un E.T. morado de frío que una república nonata . No digo esto porque me sienta monárquico. Si algún día se decidiera convocar un plebiscito en el que los ciudadanos tuviéramos que elegir entre monarquía o república, probablemente elegiría esta última opción pero si, a su vez, se añadiera otra consulta para decidir entre varios modelos posibles, yo no me decantaría por el de la II República Española.

Fracasó y el compendio de aquel fracaso lo tenemos este mes en el recuerdo de dos efemérides- el 14 y el 18 de julio- que representan, como ninguna otra, la gloria y la decadencia de la “Niña Bonita”, el esplendor y el acoso y derribo de un régimen convulso.

Del 14 de julio de 1931, solemne día de apertura de las Cortes Constituyentes, Alcalá-Zamora dejó dicho:” Traemos a las Cortes la República intacta y plena de su soberanía que el Gobierno ha respetado y defendido contra quienes la atacaron”.

Parece olvidar como hoy se olvida, que el Gobierno Provisional, surgido del Pacto de San Sebastián, nació golpista y revolucionario. Pusieron sus cayucos de descamisados en el mar de la agitación y, en menos de un año, se encontraron ante la playa monárquica vacía de poder. Perdieron la Elecciones Municipales pero ganaron las riendas del Estado.

Aquel 14 de Abril lo tenían todo a favor: a la prensa, al pueblo, al ejército, a la Guardia Civil y a tantos otros pero ese enorme crédito fueron perdiéndolo con el paso de los años hasta llegar a la trágica fecha del 18 de Julio de 1936.

Algunos la llamaron la República de los Intelectuales. No es que no los tuviera. Los tuvo y muy importantes pero, de alguno de ellos, se podría decir lo mismo que decía Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros”.

Léase los Ortega, Marañón, Ayala y compañía, firmantes del manifiesto fundacional de la Agrupación al Servicio de la República. Cuando llegó la hora de defenderla, la creyeron indefendible o, lo que es peor, apoyaron a Franco.

Hoy volvemos al mismo discurso. Se firman manifiestos, nos dicen que sus valores son el antecedente de la democracia actual y quieren hacernos creer que vivimos, como entonces, tiempos republicanos.

Tienen razón; salta a la vista que los contratos basura, son republicanos y la especulación urbanística y el bajo nivel de enseñanza y la alta tasa de fracaso escolar, e, incluso, el despido libre y los beneficios bancarios son republicanos total; en fin, hasta la recién acordada reforma de las pensiones parece tan republicana que si Largo Caballero levantara la cabeza tal vez se preguntaría ¿y para esto hicimos, compañeros, la revolución?

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