Crispadores

Ángel Ruiz Cediel
Alcalá de Henares (Madrid)

Los oficios de hoy en día, seguramente debido a la desaparición o merma de los tradicionales, son de lo más curioso. En estos tiempos en los que no hay empresa pública o privada que quiera pagar un salario digno, y mucho menos con garantías de continuidad, y que quienes no tienen empleo y valen o tienen conocimientos noles queda otra que buscarse la vida a como dé lugar, están naciendo con profusión los desempeños laborales o profesionales más imaginativos: opinadores, concursantes, freakys, free-lances, logreros, brokers, vivos, crispadores…

Todos, todos tienen su miga, no se crea. Y no es nuevo, no; ya en los años sesenta pasó algo parecido, aunque en aquel entonces, que todavía había lealtad social y hasta se creía en las patrias y en las organizaciones sociales, fue por otras razones tales como la incorporación (o reincorporación) de España a la Europa de la nunca debió de haber salido: ligones, gogo-girls, gigolós, etc. Y no fuera usted a alguien del pueblo y le dijera que era gogo-girl en una boite, que seguramente, para que le comprendiera, tendría que explicarle que la cosa era fingir los efectos de la electrocución dentro de una jaula ornamental de un local atronado por los desafinos del Apocalipsis. O eso, o no le entendía, claro. Pero, ¿y lo de ligón?… ¿Cómo explicar que uno se dejaba crecer en forma de hacha las patillas hasta la quijada, que el cabello lo llevaba en una media melena con instinto de casco de militar nazi, que se enfundaba en unos pantalones campana que le notoriamente le marcaran paquete y las venas del vientre le hicieran protuberancias, y que, tras aprender el macarrónico argót de las playas, se iba a vivir a la costa a costa (es intencionada la redundancia, listillo) de las turistas que venían de allende los Pirineos en busca del libertinaje de las tres eses: sun, sand and sex. ¡Qué tiempos, ¿eh?!

Pero el caso es que éstos que vivimos no le van a la zaga, no. El liberalismo salvaje ha propiciado que todo valga, lo mismo el que las empresas sólo quieran ejecutivos pipiolos que crean que los pájaros maman y a los que puedan manejar como a títeres por unos eurillos, como que quienes han sido exiliados del bienestar y el empleo seguro se busquen la sobrevivencia poniendo en práctica cuanto han aprendido después de mucho trastear por esas empresas y esos mundos de Dios. ¿Vender lo que todo el mundo vende?… ¡Vamos, quite usted de ahí, hombre! Eso ya no cursa. Éste es tiempo de bichos, de trasgresión, de ir más allá de la razón. Lo ordinario no funciona ya. Y así han nacido estos empleos que al principio mencionaba. Hoy, la sociedad dispone de toda una batería de sabios de domingo que por un módico estipendio lo mismo nos ilustran acerca de la reproducción del cangrejo canadiense que nos asesoran en psicología o destripan la realidad social con la maestría del más experto cirujano, siempre versados en todo, sea física cuántica o mecánica celeste lo mismo que arte o sexualidad; hoy, tenemos galerías de bichos o excéntricos -con o sin sus virtudes intelectuales perturbadas-, dispuestos a liberarnos del estrés con sus esperpentos, a indicarnos dónde está el camino exacto de Gamínedes o cómo se pliega el universo bajo las faldas de un señor que parece señora y que no es ninguna de las dos cosas; hoy, si se es actor/actriz y se está en la decadencia justa para que ya no cuenten con uno/a, o le están tomando medidas para el traje de pino, pues se va ese unoa a Cuba o donde sea, se lía por acuerdo con los medios correspondientes con un popiolo/a de edad púber, y, ¡hala!, espectáculo listo y a vivir del cuento en revistas o programas de mucho glamour; hoy, si no se padece de pudor y todo le importa a uno importa un maravedí, pues se monta consulta de astrólogo, se atavía como un mamarracho con una túnica o con la cortina del baño, se amanera hasta hacer burla de la feminidad, se ponen algunos anuncios en algunos periódicos o revistillas, y listo, un filón de ingenuos formará cola para que se les informe acerca de lo que los mandingas tienen previsto para ellos, y todo sin responsabilidad penal; y aun, si los escrúpulos lo permiten, puede uno convertirse en un gurú de la salud logrando curaciones milagrosas a fuerza de piedrecitas de colores, haciendo que la gente se ría como un cosaco mientras se les mete la mano en los bolsillos, y hasta haciéndoles que se vacunen de los males de la inteligencia haciéndoles ingerir su propia orina. ¡Qué tiempos, Señor, Señor!

Hay que sobrevivir como sea en este mundo de truhanes, y, en su logrería, si no se saca navaja o se usa revólver -que también hay quiénes lo hacen-, todo vale. ¿No llegan a encomiables empresarios auténticos mafiosos, trapicheros, golfos y otras especies de semejante jaez?… ¿No existen los bancos y el FMI?…. ¿No existe la ONU?… ¿No se ha hecho con Argentina lo que se ha hecho?… ¿No son referentes sociales los que lo son?… Pues eso, ¡hombre!, que todo vale. Si la corrupción ha llegado adonde nos ha sumergido, no es desde luego de la noche a la mañana, sino porque, corrupta la níeva cumbre, los lodos del deshielo de la ignomia van montaña abajo impregnándonos a todos con su fetidez. La sociedad, ya se sabe que es muy permeable. Y aquí se levantó la veda para que quien pueda se apropie de lo que sea al precio que sea. Es tiempo de vivos, en fin, y el que trabaja por unos eurillos con nómina y horario y todo eso, es, en el decir del momento, un pringao. Así está la cosa, ¡qué le vamos a hacer! ¿Que no te corrompes y no te pliegas al corruptor?…, pues allá tú, pero te van a empezar a caer amenazas, demandas y hasta puede ser que algún premio gordo que te arruinará la vida -o te la quitará-, sin que nada ni nadie pueda hacer nada, porque, anda, ve y demuestra que el orden vigente o el poderoso mafioso de turno se ha conchavado contra ti, que lo mismo terminas en Cienpozuelos -y no de alcalde, precisamente-, o en el Alonso Vega.

Mejor ser logrero y consagrarse, si se tienen los contactos adecuados y se conocen los circuitos, en lograr cosas para los demás, sean licencias, recalificaciones o lo que sea. Ser logrero tiene mucho porvenir. Pero, sin duda, el neoficio que más porvenir tiene es el de crispador. Este desempeño tiene mucha enjundia, y no hay partido político que se precie que no tenga tres o cuatro crispadores de primer nivel en su ejecutiva, ni aun un medio de comunicación que se respete que no cuente con algunos de ellos entre sus estrellas, aunque sea la propietaria de ese medio la mismísima Iglesia. Ser crispador tiene mucho, pero que mucho porvenir. Y no vale cualquiera, no; para ser crispador hay que haber mamado yogur en la primera infancia en vez de leche, hay que tener vinagre en las venas y la vesícula manando bilis en la misma profusión que agua mana la fontana del Éufrates, tener el occipucio alicatado de collejas desde el parbulario y hasta haber sido el hazmererír de todas las chicas del barrio, bien sea por el tamaño físico o el intelectual. Ser enano o pigmeo intelectual es un atributo complementario muy a ser tenido en cuenta, como un master o así. Pero no acaba aquí la cosa, porque esto es sólo en lo físico, en el plano elemental y aun intelectual; hay que considerar también el formativo, cosa imprescindible para graduarse como crispador de primera: hay que leer cuanto de escatología se ha escrito en la Historia -es muy importante estar bien documentado-, y tener una gran disciplina de trabajo, pillándose los cataplines con la tapa del piano o el inodoro cada vez que se tengan deseos de sonreír o parezca que la vida puede ser bella, porque la tensión laboral hay que mantenerla en todo momento, pues que no sabemos cuándo puede hacerse necesario desesperar a cualquier prójimo o amargarlo. Si preciso le es al buen crispador conocer la nota musical de cada trompeta juiciofinalera, imperioso le es desrrollar sus dones a tiempo completo, pellizcándose las entrepiernas a la menor oportunidad, masticando limones a dos carrillos de postre o sabiendo a ciencia cierta la retahíla de apellidos que sus hijos debieran en justicia ostentar en vez del suyo. Ser crispador es muy sufrido; pero si se logra alcanzar la titulación de crispador de primera, se tiene la vida resuelta. Nunca faltará un cristiano programa radiofónico o televisivo en la que no tenga plaza de honor, ni una columna en un afamado periódico que no cuente con él, o siquiera sea una editorial dispuesta a acercarnos con su nombre y apellidos los horrores y faltas imperdonables de los otros. No es preciso ser veraz para desempeñarse en este oficio, ni siquiera riguroso; basta con un fluido dominio de epítetos peyorativos, un regular control del desprestigio ajeno, una capacidad aceptable de inventiva y aderezarlo todo siempre con la pimienta de la ofensa gratuita al tiempo que se pone carita de inocentón, de no haber roto un plato en la vida. Es muy recomendable ser muy diestro en el manejo del libelo, e incluso en poner en boca de los demás cosas que jamás dijeron, además de acusarles de sus propios defectos. La técnica del espejo es muy resultona, siquiera sea como adorno, aunque también se puede utilizar para desorientar al difamado. Las artes dialécticas de destrucción personal, también suelen ser muy útiles, como los idiomas en los antiguos oficios tradicionales. Ya digo: ser crispador, es un oficio -qué digo: una carrera- muy sufrido, requiere mucho esfuerzo, mucho vinagre, mucho yogur, mucho ponerse talco de pimienta en las partes nobles y supositorios de guindilla con regularidad, y disciplinarse todo el tiempo, viéndolo todo a través de un colador de acero inoxidable, y siempre después de haberse puesto unas cuantas gotas de lejía en cada ojo, a modo de colirio, para tener una visión justamente escatológica.

A estas criaturas de antiguo cuño, hoy reconocidas como insignes profesionales de la destrucción social -¡por fin!-, debemos estarles muy agradecidos. Se han esforzado mucho y muy seguido, han militado en mil partidos intentando hallar atril de altura para su enanez moral e intelectual, y son muy útiles como gancho para los líderes moderados, quienes en ellos tienen a su ariete, su alter ego, la sombra esa de la que hablaba Jung, su media mitad, su amor platónico, su Mr. Hyde. ¡Qué sería de éstos sin aquéllos! Debemos reconocerles su entusiasmo, esa constancia febril en recordarnos lo malos, malísimos que son éstos y aquéllos, y lo bueno, buenísimos que son los suyos, cómo Dios mismo come de su mano y les insufla al oído las palabras justas, sin duda a través del Espíritu Santo. Es más, debemos hacerles monumentos en los parques, en las plazas, en nuestros corazones, porque desarrollan y promueven, no sólo nuestras vísceras y nuestras emociones más elementales y tanto tiempo dormidas en beneficio de la improductiva y miserable concordia, sino también la industria armamentística y esos enfrentamientos que cíclicamente nos llevan a destruirnos entre nosotros y arrasar nuestro país, generando así tantísimos alegrones con cada nuevo nacimiento repoblacional y tantísimos puestos de trabajo en la reconstrucción de la patria.

Amémosles sin reservas, sí. Los crispadores son necesarios, imprescindibles, insustituíbles. Levantémosles monumentos por doquier: son el picante de nuestra desconvivencia. Una propuesta para ese monumento: Una pústula en un enorme esfinter.

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