Suspiros de España

Jose Luís Algar
Vilanova (Barcelona)

Imagínense una abarrotada plaza circular, similar a la del Coliseo romano. Todo el público en pie, aplaudiendo ante la arena brillante. De repente, se sucede una algarabía de voces que hostigan a una figura humana, masculina y singular que entra en la plaza. Un señor famoso, habitual de la farándula y el papel «couché» irrumpe en la plaza marcando sus atributos de macho ibérico. Nuestro español de casta, lanza en ristre, se lanza hacia el pobre condenado que no logra esquivar el lanzazo. La pieza de metal desgarra la débil carne humana, y la sangre «ilumina los tendidos y se vuelca en la arena». Después de unos cuantos azuces más, «se derrama como un hocico de sangre sobre la arena». Muere desangrado.

¿Les parece macabro? ¿Les parece inhumano? Pues cambiemos a ese pobre condenado por un toro y…¡válgame Dios! Lo mismo. Algunos respirarán aliviados; solo ha muerto un toro.

Hoy en día, ya nadie concibe un sacrificio humano a favor de una divinidad, ni las sangres de las vírgenes, ni pensamos en las crucifixiones como medios de penar los actos de los condenados, pues en necesario aplicar el dicho de «renovarse o morir» con tal de hacer una renovación de aquellas rancias tradiciones.

¿Quién disfruta el toreo? ¿El toro o el torero? Interrogación retórica donde las haya. El toreo representa los más bajos instintos del ser humano, el gusto del hombre por «la sangre derramada», por la agonía y el sufrimiento ajeno.

Tratamos mal a las personas, tiramos agua caliente a los mendigos (tema del que hablaré cuando tengas mas información) si puedo matar a mi pareja a puñaladas o poner bombas en los trenes ¿Qué mas me da un simple toro? Piensen.

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