¿Qué culpa tiene el burro de la estupidez humana?

Miguel Massanet
Barcelona

Supongo que la mayoría de los que lean este artículo ya habrán podido observar que, en la parte trasera de muchos de los coches que circulan por Catalunya, hay adherida una pegatina con la imagen de un burro (ruc, en catalán).Sí, me han entendido bien: un burro, un jumento, un pollino, un platero o un équido como lo queramos nombrar. En principio, nada que debiera llamarnos la atención; en todo caso, una singularidad que, al ser usada por tantos dejaría de serlo para convertirse en una simple “vulgaridad”. En principio, la imagen de este simpático y dócil animal nos mueve a ternura: con sus grandes y dulces ojos, su belfo blanquecino y sus patas robustas y cortas nos induce a considerarlo un amigo afable; y esto, con toda seguridad, es lo que tuvo en mente su autor, un tal Eloi Alegre, cuando diseñó el dibujo del animalillo que, por lo visto, estaba destinado a servir de icono a una organización de defensa de los burros autónomos de Catalunya.

Sin embargo, el destino final de tan inofensivo reclamo fue otro muy distinto del que su autor había planeado ( siempre hay un componente crematístico en cualquier circunstancia de la vida) y, miren ustedes por donde, el infeliz pollino fue a para a las manos de unos separatistas, vaya :de unos discípulos del señor Carot Rovira para que lo entiendan mejor; quienes, en una súbita inspiración, pensaron que si, en el resto de España, los automovilistas utilizaban un toro para adornar sus coches y demostrar con ello su españolidad; bueno sería que Catalunya, para diferenciarse, dispusiera también de su propio símbolo identificativo, por aquello de intentar jorobar a los del toro. Considerando que un pollino con las crines erizadas y con sus distintivos masculinos bien marcados era poco adecuado para sus fines, decidieron afeitarle lo primero y suprimir, castrar o eliminar lo segundo, dejando al pobre rucio convertido en un travesti asexuado.

Fuera como fuese, el caso es que, el cuadrúpedo orejudo, tuvo éxito entre los parroquianos del independentismo; quizá por aquello de que la pegatina podría considerarse como una burla a los animosos defensores del toro ibérico. Consecuencia: a los pocos meses ya eran multitud los conductores que exhibían con orgullo en la trasera de su montura mecánica el famoso distintivo.Hasta aquí la crónica de lo sucedido.

No obstante, una vez analizada con detenimiento la ocurrencia de los nacionalistas, se me ocurren algunas objeciones. La primera es su falta de originalidad. El burro ya hace años, concretamente desde 1874, que es el símbolo distintivo del partido Demócrata Norteaméricano. Si sólo se tratara de una broma inocente podría aceptarse, pero si con el rucio de marras se ha pretendido mofarse del resto de los ciudadanos españoles, la verdad es que el invento les ha salido rana. Veamos, puestos a elegir podrían haberse decantado por un león, un tigre de bengala o, sin ir más lejos, una simple garrapata; cualquiera de ellos estaba en condiciones de poner en un serio aprieto a nuestro astado bicorne. Los dos primeros por su ferocidad y fuerza y, la tercera, por su molesta y enojosa persistencia en hacerle la puñeta a la pobre bestia. El famoso rozno, por el contrario, no representa ningún peligro para el Miúra hispano; más bien sería una víctima propiciatoria, máxime, si se tiene en cuenta que el bovino está entero y luce un par de bemoles que no se los salta un torero y el otro, pobrecillo, está que se sale del armario.

Luego tenemos los “choteos” que le pueden devenir al conductor del vehículo. Ya sabemos que los humanos y, en especial, los de este país, somos muy aficionados a las prosopopeyas, y a cualquier defecto de nuestra naturaleza le encontramos el animal con el que compararlo, por ejemplo: ¡eres más terco que un burro!, o ¡mira qué eres asno!, o ¡éste tío no se apea del burro! o ¡burrancona!, o ¡burraca! (prostituta venida a menos); y tantas otras expresiones que, si me exprimiera las meninges, podría llegar a enumerar. En cualquier caso, a mí se me ocurre que, si la idea era epatar de verdad al morlanco en cuestión, lo mejor hubiera sido –siguiendo la doctrina dialogante y entreguista del Presidente del gobierno con la ETA – escoger la imagen de: ¡una vaca! Una ubérrima, oronda y sexi hembra vacuna que, sin duda, hubiera podido, con sus sensuales mugidos, poner en vereda al macho y atraerlo a su terreno como, desde que el mundo es mundo, viene sucediendo con las hembras de todas las especies, incluida la humana.

Y es que, señores, aparte de bromas, lo cierto es que los políticos catalanes llevan tantos años insuflando a los ciudadanos de esta parte de la España levantisca ( no levantina), la animadversión hacia el resto de comunidades de la nación (como si todas ellas padecieran la peste); hasta tal punto, que no nos debería extrañar que los nuevos catalanes, que nazcan en el futuro, lo hagan con un gen incorporado que lleve impresas las cuatro barras y la animadversión hacia todo lo que tenga el marchamo de hispano. Lamentable, tan lamentable que, a los que amamos esta tierra, nos causa vergüenza ajena el tener que figurar como los leprosos de la peninsula, rechazados por todos aquellos que están hasta las narices de aguantar nuestras inconveniencias.¿Cuándo aprenderemos a que, dando coces a los demás, nunca llegaremos a ninguna parte?

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