Así, en nombre de los derechos de autor, que -como señala el manifiesto de periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de Internet- no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos
Desde el principio de los tiempos han abundado los individuos que se han propuesto vivir a costa de los demás. No hay excepción en la historia de ningún pueblo. En todos los confines del mundo hay quien trata de servirse de los demás para su propio gozo y placer. Hasta el rey David, se cuenta, envió a la guerra al marido de una mujer que deseaba para tener más fácil seducirla, lo que supone un acto claro de apropiarse con asechanza de lo que no le correspondía.
Las clases dominantes, desde siempre, han actuado contra los grupos delictivos y clandestinos con benevolencia en lugar de con severidad. Sin que se entienda bien por qué, pues benevolencia -como dijo Antonio Machado- no quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad de bien.
Hay en la historia abundancia de piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros que lo eran por «mandato» de quienes regían o gobernaban.
Según relata Wolfranm zu Mondfeld en su libro «Piratas»: «Los salteadores del mar constituyeron desde un principio una potencia militar indiscutible. El Imponente Imperio Romano hubo de echar mano de 500 naves, 120.000 soldados, 24 generales y su más brillante estratega, Gneo Pompeyo, para poder hacer frente al antiguo azote de la piratería mediterránea, y si salió al fin victorioso, fue más por la astucia política que por el poderío militar. Un pirata catalán -que no me apunte nadie eso de: «de casta le viene al galgo»-, Roger de Flor, mantuvo fuera del Imperio Bizantino durante luengos años a las huestes turcas, consideradas entonces como invencibles. Y fueron unos piratas ingleses, Sir Francis Drake y John Hawkins, dos de los más famosos piratas de ese país, los que -luchando también «contra los elementos»- lo salvaron en 1588 de una invasión española, contribuyendo a la destrucción de la «Invencible».
Los asaltantes de los mares constituyeron también un factor económico de importancia indiscutible. Por sus manos pasaban sumas inmensas, para seguir conductos a los que nunca habían sido destinados. Participaron en tales negocios, reyes, banqueros y armadores. Fueron piratas franceses e ingleses los que llevaron a la quiebra y al estancamiento centenario al imperio colonial español en Centro y Sudamérica, a la vez que levantaban la potencia económica de sus propios países. Así, por ejemplo, Jean Ango era tan poderoso que tenía más barcos que la corona francesa y el doble de dinero.
Es evidente que esa potencia militar y económica de los piratas se convertía también enseguida en un factor político con el que había que contar en todo momento. Los príncipes, reyes y emperadores «hacían la corte» y adulaban a los corsarios, a cuyos pies pusieron cuantiosas sumas de dinero, títulos nobiliarios y las más altas condecoraciones, con el fin de propiciárselos. Bizancio, Turquía, Francia e Inglaterra compraban sencillamente a los capitanes piratas más famosos y les encargaban el alto mando de sus escuadras y hasta la misma España (único gran país europeo donde la piratería jamás llegó a echar raíces -no es el caso de ahora ni, precisamente, por las descargas de Internet-) hizo tratos en ese mismo sentido con hombres como Azor Jairedín y Sir Henry Mainwaring», dos de los personajes más estrechos de conciencia de la época.
Pero, de un tiempo a esta parte -con lo del Alakrama- se habla demasiado de piratas en este nuestro país. Y ahora, en los últimos días, se habla más aún de piratería. De piratería a través de Internet para ser más exactos. Mas, como ocurre siempre -últimamente demasiado en España-, en nombre de un valor se aprovecha para llevar a cabo un atropello, cuando no un expolio o una vulgar injusticia: «que le quiten a uno la libertad en nombre de la libertad, le perviertan en nombre de la virtud, le den matarile en nombre de la vida, le digan digo cuando le debieran decir Diego y enarbolen las banderas de la izquierda por la pasta».
Así, en nombre de los derechos de autor, que -como señala el manifiesto de periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de Internet- no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos (como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión), se está tratando, se trataba más bien -al parecer, de momento, ha sido abortado el abordaje- de llenar no sólo las arcas de los músicos, cineastas (una parte importante de ellos la auténtica farándula) y escritores (la verdad, pocos…, más bien escribidores como Aznar y su esposa, Ibarra, Felipe González y unos cuantos políticos más, entre otros), sino las del Estado vía canon e impuestos indirectos de todo lo que supone el mundo de las copias de libros, cintas y obras musicales. Y eso si que es puro filibusterismo por el hecho de su sobrevaloración abusiva.
Por ejemplo: si el autor de un disco, no ya de los unplugged (qué demonios -como dice J. J. Millás- querrá decir unplugged), los duetos, las remasterizaciones, etc., vende, que es fácil en muchos cantantes, un millón de copias, sólo a tres euros de beneficio por copia, habrá ganado tres millones de euros; pero si vendiera 20 millones de copias en todo el mundo -sin descargas de Internet- habría ganado 60 millones de euros; sin contar con lo que le pagará de por vida la SGAE por la reproducción pública del disco.
De modo que, con estas cifras, el Estado y su benevolente actuación con los piratas, sacaría un buen pellizco, posiblemente de sobra, para que el Gobierno pueda aumentar el número de asesores, personal de libre designación y de confianza, cuando no de «mantener» otros 300.000 liberados sindicales (gracias al despotismo «en la red») y, cómo no, subirse los sueldos abusivos que ya tienen.
Y, aunque las pérdidas fiscales, si no se consuma el abordaje, por «evasión de impuestos» alcancen los 1.000 millones de €, no hay que olvidar que las empresas -muchas relacionadas con la farándula y de gente de la misma farándula- dejan de ingresar por diversos motivos más de 6.000 millones de € cualquier año. Siendo la destrucción de empleo (5.000 puestos en los últimos cinco años) «por culpa de las bajadas en Internet» una menudencia comparado con lo que el mundo empresarial está ocasionando ahora con su intransigencia, su vil perspicacia y su ridiculez salarial -ello tiene hundido el consumo, y, por ende, el empleo- que no lleva a otros sino que la explotación y la opresión rayana en el más descarado fascismo.
Así mismo, sin contar las bajadas de Internet, me da que con estas cifras Víctor Manuel no tendrá necesidad de echarse los corderos al hombro; Ana Belén no tendrá que pedir limosna en la puerta de Alcalá ni en ningún bazar de Estambul; Almodovar no sufrirá ningún ataque de nervios; Alejandro Sanz no tendrá que coger cerezas en el Jerte como jornalero; Lolita no se verá obligada a vender prendas de «Berca» y «Estradilario» en los mercadillos; Ramoncin no tendrá que repartir octavillas de los derechos de autor en la Puerta del Sol ni Loquillo en Las Ramblas; Mecano no tendrá que ponerse a vender juguetes y Julio Iglesias no se verá «arruinado» porqué la vida siga igual. Pongo por caso.
Se pongan como se pongan, sin juicio no hay condena. Eso debería ser el primer principio democrático y no la censura camuflada que nos quieren endosar estos lobos fascistas con piel de obrero, protectores de futbolistas, banqueros, ricos y señoritos latifundistas, clerigalla obispal, profesionales de la economía sumergida, empresarios explotadores, corruptos de todas las idiosincrasias y, ahora también, de piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros faranduleros.