CARTA AL DIRECTOR

Éramos lo que sois, lo que somos seréis: La libertad podrida

Éramos lo que sois, lo que somos seréis: La libertad podrida
Milicianos 'rojos' fusilan la estatua del Sagrado Corazón, en el Cerro de los Angeles de Getafe, en 1936. GC

Hacía mucho tiempo que no sentía tanta vergüenza como la que he vivido los pasados días con los gestos, las reverencias y genuflexiones que ha hecho nuestro Presidente, no elegido, ante quien ha manifestado desprecio hacia España y lo español.

A veces parecemos buscar la humillación deliberadamente y nos apartarnos de nuestro deber para lograr ciertos objetivos. Es evidente que la política es un mundo oscuro, diabólico y complejo.

El 1 de octubre de 2017, me despertó de un sueño. Traté de comprenderlo y miré hacia los últimos 40 años. ¿Qué había ocurrido?

Sencillamente nada extraordinario, al menos eso debió parecerles a nuestros gobernantes, cuando un grupo de iluminados plantearon un golpe de estado que llegó a proclamar la escisión de nuestra patria. ¡Cabe mayor infamia! La reacción fue esperar y ver, como si el pescado saltara él solo a la sartén. Pero aquello no se inició ese día…

Era el consecuente eco, a la voz de quien de verdad gobierna España, la resonancia de un proceso muy largo de entrega al nacionalismo fascista catalán y vasco por cuarenta monedas de plata, una por cada año de democrática libertad. En realidad, el precio de la traición a todos nosotros.

Quizá la mejor descripción sobre esta película de un suspense ficticio tan largo, fuera la escena de aquel cuadro medieval donde se representaba a tres hombres en un encuentro, durante una partida de caza, con otros tres personajes cuyos cadáveres andantes estaban ya podridos por los gusanos.

Uno agita su brazo descarnado armado con una hoz, otro eleva un martillo, y el tercero, en tono de advertencia, pronuncia ocho palabras: «éramos lo que sois, lo que somos seréis». Un fotograma de terror del modo en que la sociedad española se desangró en una cruenta guerra civil hace ochenta años.

Creíamos superada aquella etapa, hasta que el rencor de la izquierda radical lo ha resucitado. Si aquella «libertad sin ira» que cantábamos en el 76 se torna en radicalidad, parece evidente que recibiremos la herencia de los tres esqueletos.

La candidez con la que hemos llevado estos últimos cuarenta años, adormilados en el lema de Horacio, «carpe diem», tendría un calificativo en boca de mi padre, «pancistas»: evitar el dolor y buscar el placer, dejarse conducir y no preocupase de más.

Hemos contemplado estafas y escándalos sin cuento, de uno y otro signo político, mientras mangoneaban, chantajeaban y desespañolizaban nuestro país. Hemos votado para que nos gobernaran unos, pero decidían otros, los nacionalistas, a cambio de canonjías políticas. Su ideología, bajo la tolerancia del gobierno de turno, trató siempre de desfigurar los valores y de desvirtuar los signos de la unidad nacional.

¿Hay ahora más libertad que antes?

La respuesta a esa pregunta es compleja y muy subjetiva. Si les preguntáramos a muchos catalanes y vascos, nos dirán que envidiarían cualquier período anterior precisamente por la falta de libertad que está implantándose en esas regiones españolas.

Allí no hay libertad para manifestar su amor a España, escribir o expresarse en español, o decir que se valora cualquier costumbre autóctona como los toros, el folclore, o incluso a nuestro equipo nacional. Si eso es libertad, yo digo que está podrida.

Nada me sorprendería que muchos eligieran sin dudarlo cualquiera de los tiempos anteriores, incluida la etapa franquista a quien ahora quieren desenterrar, no sé ni por qué, ni para qué. Si tal es la importancia de mover la tumba de Franco, lo que importa a más no poder es determinar a quien más habría que desenterrar para ser justos y ecuánimes, ¿Qué opinan de Largo Caballero o de Companys? Pues el primero tiene una estatua en plena Castellana y al segundo lo quieren santificar, y nadie se rasga las vestiduras todavía.
¿Puede haber libertad donde hay manipulación masiva?
¡Decididamente no!

Algunos medios de comunicación con intereses de parte, como alguna TV nacionalista, tratan de atar la voluntad de las personas, por medio de técnicas que encierran sus mentes en el entorno que ellos desean. Dice a este respecto un eminente profesor de ética, que sólo se manipulan los objetos.

Así que cuando se trata de manejar a las personas hay que convertirlas antes en objetos inanimados para poder dominar sus mentes. Con unos medios programados para manipular, no es difícil lograrlo porque pudren la libertad con información sesgada y falsa.

Esos manipuladores han decidido que no es conveniente que nuestros compatriotas se sientan orgullosos de ser españoles. Y lo están logrando, al menos según las encuestas del CIS, pues del 85% de los que nos sentíamos bastante orgullosos de serlo en 2007, hemos bajado al 77% en 2017 (gobiernos de Zapatero del PSOE y Rajoy del PP, mediante).

Éramos lo que sois, lo que somos seréis.

Hoy nos planteamos lo que representan esos tres esqueletos, que alguna vez seremos también nosotros, como la necesidad de un retorno a la ética. Y para ello debemos preguntarnos de qué modo debemos alejar de nuestra vida a esos líderes en la sombra: ¿Dónde comienza nuestra libertad y cuáles deben ser sus límites? ¿Cómo evitar nuevas fronteras para unos contra la libertad de todos? ¿Cuál es el legado que debiéramos dejar a los que son ahora como nosotros éramos? Yo no lo sé… pero no me gusta lo que estoy viendo acercarse.

(F. A. Juan Mata Hernández, c. t.)

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