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Yo también puedo prometer y prometo
Que, lo que no vengo haciendo hasta ahora,
Lo haré en el futuro sin ningún aprieto,
Sin más, sin resentimiento ni demora;
De no hablar bien más levantaré el veto,
Co la misma seguridad que el sol dora
La espiga al tiempo que verdea el seto;
Que siempre que hablo de los Rojos, hablo
Mal de los mismos no es ningún secreto;
Vengo, por poco que enrede el diablo,
Sino mandándolos a hacer puñetas,
Metiéndolos en su pocilga o establo;
Es tanta mi fijación con estos jetas,
Que, con mentarlos, sino me duele el alma,
Se me llena el cuerpo de agujetas;
Claro que debiera tener yo más calma
Y no tomármelo esto tan a pecho,
Sabiendo que en mentir se llevan la palma
Y que solo son material de deshecho;
Pero como siempre andan con el embudo,
Ancho para ellos, ¡cómo no!, y estrecho
Por lo menos para mí, ¡leche!, acudo
A mis sátiras y los pongo a parir:
Frente a ellos, ellas son mi escudo,
Pues no hay mejor defensa, se oye decir,
Que un buen ataque, y ellas son mi espada,
Mi ayer, mi hoy y lo que queda por venir;
Ya nonagenario, sí, ¡ahí es nada!,
Sobre el lomo de mi percherón, de abrojos
Recorro los campos donde esa manada
Pace de no dejarme en paz con antojos …
Dejaré que abreven en mi arroyo,
Mientras no se libren de tantos enojos;
En Román paladino: el muerto al hoyo
Y el vivo al bollo, en tanto que mis ojos,
Sentado de mis sátiras en el poyo,
No vean que los Rojos … ¡dejan de ser Rojos!.