Fernando del Pino Calvo-Sotelo

Un Gobierno incompetente y, además, peligroso

El mismo que protestó por un Ébola sin muertos pide “lealtad institucional” (sin saber qué significan ninguna de las dos palabras), o sea, silencio, con 12.000 muertos.

Un Gobierno incompetente y, además, peligroso

La caótica gestión de la epidemia por parte de las autoridades españolas, probablemente la más calamitosa del mundo, ya no es un secreto para nadie, pero el peligro real que para el futuro de España supone este gobierno parece toparse aún con la ingenuidad real o simulada de una casi inexistente oposición política y mediática, suave y blanda como el algodón.

El mismo que protestó por un Ébola sin muertos pide “lealtad institucional” (sin saber qué significan ninguna de las dos palabras), o sea, silencio, con 12.000 muertos.

Una lealtad no recíproca, naturalmente: pronto activarán el escudo deflector para intentar redirigir hacia sus adversarios, con su habitual falta de escrúpulos y contra toda evidencia, la ira que seguirá al pánico.

No todos contemplamos la epidemia de igual modo. Para una persona normal es, ante todo, un drama humano.

No ocurre lo mismo con un psicópata, por ejemplo, insensible por definición al sufrimiento ajeno.

Otros, con frialdad inhumana, contemplan la epidemia como un “momento leninista”, una oportunidad, un instrumento al servicio de la revolución.

Comencemos por la cuestión sanitaria. La contención temprana de Corea del Sur y de otros países como Singapur, que reaccionaron sólo una semana después del primer caso, aísla sólo a los enfermos y sus contactos y controla enseguida la situación con escaso impacto social y económico.

El pequeño número de afectados es fácilmente tratado con los recursos del sistema sanitario, lo que redunda en una mortalidad total muy baja.

Corea impuso medidas estrictas sólo en el foco local de la epidemia, comenzó a producir y realizar test de forma masiva (hoy producen 100.000 diarios) y evitó la saturación del sistema reservando los hospitales para pacientes graves. El aislamiento y, en su caso, tratamiento de los positivos se acompañaba de la trazabilidad del sujeto en los días anteriores.

En Corea no faltan mascarillas, ni tests, ni respiradores y, con una población parecida a la española, sólo ha tenido 170 muertos.

El modelo de contención tardía aísla con medidas draconianas de enorme impacto social y económico a sanos y enfermos por igual porque se ha perdido el control y se ignora quién está contagiado.

Al reaccionar tarde, el sistema de salud se colapsa en los focos locales, lo que aumenta significativamente la mortalidad.

En este sentido, el informe de hace un mes del equipo enviado por la OMS a China, aun tomado con el escepticismo que merece el opaco régimen comunista, muestra prácticas útiles en una contención tardía y pone de manifiesto la inacción del gobierno español.

En China las autoridades tuvieron como prioridad dotar de medios de protección adecuados a los sanitarios, por lo que la transmisión dentro de los hospitales fue muy limitada (al contrario que en España, en la que la imprevisión y una falta de material propia del Tercer Mundo les ha convertido en población de riesgo, mermando además recursos insustituibles).

Asimismo, aislaron el foco de Wuhan para impedir que se expandiera por el resto del país (como podría haberse hecho con Madrid y los otros dos focos iniciales), y una vez aislado, aplicaron el principio de concentración de fuerzas.

Los recursos nacionales se destinaron a la zona 0: se enviaron más de 40.000 médicos y sanitarios de otras partes de China, se les aseguró el suministro de toneladas de material y se amplió el número de camas a más de 50.000.

Por último, las medidas de contención se ajustaron al contexto epidemiológico de cada ciudad o provincia afectada (sin medidas nacionales indiscriminadas) y las políticas sanitarias se basaron en la evidencia científica (no en el pánico).

EEUU es otro caso de reacción tardía y me temo que los números pronto lo reflejarán, pero será paliado por la enorme maquinaria de producción industrial de un país que es rico porque la propiedad privada y la actividad empresarial son respetadas y no vilipendiadas, y donde la fluida colaboración entre gobierno y sector privado logra que sólo Ford vaya a producir 50.000 respiradores en tres meses.

El gobierno español no ha seguido ningún modelo de contención: se ha limitado a perder el tiempo.

No hizo aislamiento temprano de los focos de infección, ni concentró recursos en ellos, ni proveyó de medios en colaboración con el sector privado, deseoso de ayudar, y continuamos con carencias del material de protección y tratamiento más básico, asegurando la pronta llegada de remesas que nunca llegan.

Hace un mes, cuando el asunto era aún manejable, nadie extrapoló un mecanismo de contagio que era una función exponencial anunciadora de catástrofe. El desacreditado gobierno y sus desacreditados “expertos” (arquetipos del País del Nunca Dimitirás) no sólo pecaron de negligencia, sino que asumieron la grave responsabilidad de alentar la manifestación del 8-M, calificada de “locura” por un responsable de la OMS y que exige, sin duda, la depuración de responsabilidades.

La desinformación desde el gobierno es tremenda (algunas CCAA informan mejor): el aumento de infectados y fallecidos se ha dado durante semanas sólo en términos absolutos y no porcentuales, y se han omitido datos provinciales y municipales por 100.000 habitantes, imprescindibles para identificar los focos. Hace dos semanas, Sánchez avisaba que llegaríamos a 10.000 casos y ahora estamos “oficialmente” en 110.000, una grosera infravaloración en orden de magnitud de la cifra real.

La dramática cifra de fallecidos es más fiable y, aunque esta proporción disminuirá, hoy uno de cada cinco muertos por coronavirus en todo el mundo es español, y España será pronto el país del mundo con más muertos por coronavirus por 100.000 habitantes. Por si el sufrimiento causado por la epidemia fuera poco, España está amenazada por la izquierda radical y subversiva hoy en el poder, parte de la cual quiere aprovechar la emergencia sanitaria para un cambio de régimen.

El estado de alarma en manos de un gobierno normal sería lógico e inocuo, pero en manos de bolivarianos se ha convertido en una amenaza creciente.

Al igual que con el 8-M, priorizan la ideología y el poder frente a la salud pública.

La crítica a la monarquía, el abuso normativo del estado de alarma (CNI), el constante desprecio al Estado de Derecho, la bananera propaganda de la TV pública, las subvenciones selectivas a medios, la falta de control parlamentario, la censura en ruedas de prensa blindadas y las medidas económicas propuestas, cuyo mensaje ideológico cuestiona la propiedad privada y la libertad de todos, suponen indicios tan preocupantes que me pregunto por qué nadie hace sonar la alarma. Estamos ante todo un programa bolivariano de restricción de nuestras libertades y de destrucción económica.

De hecho, la agenda comunista bolivariana prefiere un país empobrecido y dependiente de la limosna del subsidio que un país próspero lleno de ciudadanos independientes y libres; busca el descalabro económico porque su hábitat natural es un país pobre y sometido (con dirigentes ricos, igual que en Venezuela).

En medio de este doloroso drama humano, algunos sólo ven en el pánico creado y el poder otorgado por la excepcionalidad su última oportunidad para arrastrarnos al infierno bolivariano.

Contra esta malignidad, necesitamos una oposición clarividente, audaz y combativa, también en el socialismo moderado, un periodismo valiente, una sociedad civil no silente, unas instituciones fuertes y un pueblo que además de poner el corazón en los balcones utilice la cabeza en las votaciones.

Fernando del Pino Calvo-Sotelo

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