Pilar Labe Navarro

Pilar Labe: «Si no había UCI libre, ¿por qué no se trasladó a mi padre a otro hospital que la tuviera?»

Protocolos que no permitían la asistencia real a los enfermos las veces necesarias, sanitarios con cinta adhesiva en mangas y perneras por desinformación o desconocimiento y pánico a llevar a sus familias el virus.

Pilar Labe: "Si no había UCI libre, ¿por qué no se trasladó a mi padre a otro hospital que la tuviera?"

Sin lágrimas. No solo no me salen los aplausos en el balcón, sino que tampoco me salen las lágrimas. El Covid-19 no me ha quitado el olfato ni el gusto, me ha quitado muchas otras cosas. Me ha robado la emoción de la pena. Está posponiendo el duelo, tanto que igual ni llega.

Para ocupar ese espacio en mis neuronas por el momento solo encuentro la emoción de la ira, y en abundancia. Mi cerebro se esfuerza en poner cara al culpable de la muerte de una persona con 77 años y vida plena, como ponía en el escrito para su atención en Urgencias del Hospital Royo Villanova de Zaragoza el 26 de marzo.

Al hombre más grande y más fuerte que conozco se lo llevó algo tan pequeño… ¿O realmente se lo llevó el protocolo?

¿La falta de atención? ¿Lo dejaron morir sin tocarlo por el miedo y el desconocimiento?

Lo enterraron solo, le robaron diez años de su vida, bien ganada a base de puro sacrificio como el resto de los de esa generación.

¿La culpa es del director del hospital por adoptar el protocolo? ¿O de quien no entraba a la habitación para colocarle la mascarilla de oxígeno porque tenía que pertrecharse de dos batas, cuatro guantes, unas calzas, un gorro, dos mascarillas y una pantalla que inmediatamente iba al fuego y así una y otra vez en cada acceso de cada habitación?

Protocolos que no permitían la asistencia real a los enfermos las veces necesarias, sanitarios con cinta adhesiva en mangas y perneras por desinformación o desconocimiento y pánico a llevar a sus familias el virus.

¿O le echo la culpa a los protocolos del médico de atención primaria que durante siete días dejó morir sus células faltas de oxígeno en su casa bajo la atención de la que durante 52 años ha estado a su lado sin conocimientos de medicina como para saber que necesitaba imperiosamente un respirador en una UCI que nunca se le concedió?

¿Había llegado su momento? ¿O el cúmulo de mala suerte lo aceleró? Si no había UCI libre, ¿por qué no se lo trasladó a otro hospital que sí la tuviera?

El pánico que su cara mostró el día que una ambulancia lo trasladó al hospital quedará grabado en mi retina. También tengo clavada la imagen de su boca abierta tras la muerte. Muerto ante la soledad de 48 horas sin nadie conocido a su lado, cogiéndole de la mano, poniéndole la mascarilla que hubiera permitido seguir subiendo la saturación como en Urgencias le subió.

Nadie me explicó cuánto tiempo se puede vivir con una baja saturación. Mi mente lógica solo veía que si estaba agitado era por falta de oxígeno. Me siento culpable por no haberme saltado las normas y haber acudido a su lado cuando más me necesitó en sus 77 años y 21 días de existencia.

Nadie le hizo llegar el mensaje de aliento de sus nietos en el móvil porque el hospital ya era un cementerio. Nadie me explicó si allí él era consciente de su inminente muerte. Me queda amargura y resentimiento por no haber estado a la altura de los conocimientos o de la valentía para atenderlo.

Me da igual que hoy haya camas o UCI libres. Me da igual la solidaridad, las donaciones, los respiradores, el trabajo de los sanitarios y resto de servicios esenciales, del color de la política y de la ineptitud en la gestión, de las estadísticas diarias, de ser el país con peor gestión del mundo, me dan igual las denuncias colectivas, porque nadie me lo va a devolver.

No tengo una cara a quien culpar con certeza pero la lista es muy larga: la médica de atención primaria que siguió el protocolo de atención telefónica, el hospital, el consejero de sanidad en Aragón, el desgobierno de España, Europa y el mundo que no escuchan las recomendaciones de la OMS, que hace oídos sordos del aviso de pandemia, de las políticas de sanidad, de los recortes, de la falta de presupuestos para investigación, el Presidente diciendo en TV que no se iba a desatender a nadie por razón de su edad y que no se iba a dejar morir a nadie sin atención médica.

Que se lo cuenten a tantos ancianos muertos en su cama. Nadie de su alrededor próximo estará convirtiéndose ya en polvo.

Ni creo en la eternidad ni en Dios, tan solo creo en el recuerdo de los que lo queríamos. No siento dolor y entiendo la necesidad de la gente de darme el pésame, pero no me sirve. Entiendo la sorpresa de la gente al saber qué José María se ha ido cuando hasta el día anterior estaba trabajando su huerto y bailando con su grupo. Tan solo me debo a la salud de mis hijos y a hacer que el recuerdo de su abuelo permanezca ante la incredulidad de que ya no esté cuando vuelvan a salir de casa.

Me debo al respeto que me causa la fortaleza de mi madre pasando el duelo en casa con la prohibición de salir, con el deseo de que el termómetro no suba, rodeada de las pertenencias comunes y recibiendo el pésame de los próximos en la distancia y soledad más absoluta. Hoy, un mes después de su salida, es cuando he podido reunir las palabras para expresar públicamente todo mi odio.

Pilar Labe Navarro

Zaragoza

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