Como el tejado en una casa,
Tienen algunos también la cabeza,
El sitio donde suele haber goteras
Con el paso del tiempo, y no me pasa
A mí por mi firme naturaleza,
Pues, con más de noventa primaveras,
Tengo el cuerpo y la mente, dicho sea
Sin alardes, prestos a esta tarea
De hacer versos, poniendo a unos, tejas
De todos los colores, y la pringue
Quitándosela a otros que andan a ciegas,
A mi aire: ¡si no lo quieres, lo dejas,
Pero ahí lo tienes, a ver si se extingue
Tu mal de ojos, y no te la pegas!;
Así son mis versos, que llaman sátiras,
Con los que he escrito páginas y páginas,
Y si Dios me da salud, como creo
En su hijo Jesús, quien, látigo en mano,
Arrojó a los mercaderes del templo,
A los hoy sus compinches les arreo
Cada palo, a veces poco humano,
Que los dejo tiesos, tal, por ejemplo,
A los Rojos, que son, en línea recta,
Los hoy Socios de Honor de aquella secta;
Hay entre ellos y yo, -si ya lo he dicho,
Lo repito-, una enorme distancia;
Lo que yo escribo en verso lo he sufrido;
De quienes ya descansan en su nicho,
En prosa y en segunda instancia,
No personalmente, ellos lo han oído,
O, a lo mejor, tan solo lo han leído;
En boca pues de los Rojos … ¡el colmo! …
Tal dan, como siempre, … ¡peras da el olmo!.