Señoras y señores, sumen pasividad y estupidez y sabrán lo que está sucediendo en Cataluña con la cuestión del castellano y el catalán. El «Conseller d’Educació», que por lo que se ve tiene como función enfrentar al profesorado y crear problemas y bandos, no tiene ni idea de lo que significa y dignifica ser docente. Ahora resulta que este necio y sus secuaces harán oídos sordos a la sentencia que obliga a impartir una cuarta parte de las horas totales en castellano, y, yendo más allá, nos amenaza con enviar hordas de inspectores a hacer controles a las aulas cuales orcos y sancionar a quien cumpla dicha ley; vamos, el mundo al revés.
No voy a entrar en la cuestión de la importancia del catalán como lengua vehicular más allá de su ámbito territorial, porque cualquiera sabe que, por cuestiones e intereses políticos, es prácticamente nula. Opino que hay riqueza en todas las lenguas que se hablan en nuestro país, véase: castellano, catalán, mallorquín, valenciano, gallego, euskera, bable, castúo.. y alguna más. El saber no ocupa, o no debería ocupar lugar alguno en nuestra sociedad y se debería tratar de sumar y no de restar como quieren los de siempre. Si hacemos un análisis exhaustivo sobre diferentes conceptos, comparando castellano y catalán por poner un ejemplo, observamos que su raigambre etimológica es muy parecida en multitud de dichos vocablos. Y si hablamos del castellano de antaño, las similitudes son meridianas.
Pero volviendo al quid de la cuestión, los que de verdad saben son los necios, tontos, botarates a quienes les vendemos nuestras almas, de modo voluntario o no, en cuanto a política se refiere. Estos adalides de la mentira, virtuosos de la retórica, reyes de la hipocresía, se mueven como peces en el agua cuando de jugar con nuestro porvenir se trata; tarde o temprano deberán pagar, unos y otros, el desasosiego, la inquietud, el sinvivir al que estamos sometidos de modo cotidiano y que no tiene visos de cambiar. El gobierno central y el govern català son dos paradigmas de una mala praxis, más acorde con el absolutismo de Hobbes que con el parlamentarismo de Locke; el primero pensaba que un gobierno no debe tener límites para no volver a ese estado de naturaleza primigenio de guerra de todos contra todos, el segundo pensaba que el gobierno es necesario para salir de ese estado de naturaleza, pero al gobierno se le puede y debe sancionar cuando de arbitrariedades y abusos de poder se habla. Juzguen ustedes en qué punto nos encontramos y ante qué tipo de contrato social.
De verdad que estos necios saben mucho, o eso piensan, unos se hacen los tontos porque han de contentar a los otros debido a sus ínfulas de poder contenidas en pactos antinaturales, y es vergonzoso que quien se hace llamar presidente no sea capaz de hacer autocrítica y sí de realizar un discurso personalista, egoísta, con una enorme falta de sensibilidad y mintiendo como un bellaco. Los otros, los separatistas catalanes, se aprovechan como hienas de que el centralismo esté aprisionado entre la espada y la pared, se vanaglorian de que el poder central les tenga que pedir permiso hasta para ir al lavabo; no se puede tomar decisión alguna sin su consentimiento, el de los secuaces de asesinos y el de los comunistas de bolsillo. Mientras siguen con su cruzada independentista, utópica y trasnochada que no lleva a ningún sitio, salvo en su ideario metafísico irrealizable.
El problema se va a producir en un corto plazo en los centros educativos catalanes, en los que el hartazgo empieza a ser ya de dimensiones colosales ante las actuaciones de esta Gestapo de pacotilla que quiere y no puede coartar nuestras libertades. Y esta insumisión con dicha ley traerá cola: querellas, quejas de padres, disputas entre compañeros… Y por supuesto, en última instancia lo sufrirá el alumnado, porque eso es lo que quieren y necesitan, que exista un rebaño dócil, que formemos a personas sin ningún criterio propio, que fomentemos la incultura y que nadie levante la voz ante las injusticias y atropellos propiciados por una clase política déspota, con falta de empatía y utilidad.
«El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe de modo absoluto», qué gran razón tenía el señor Lord Acton, y cuánto debería aprender más de uno.