Manuel Morillo Miranda: «¿Dónde quedó la resiliencia?»

Central nuclear
Central nuclear

La verdad es que no sabe uno ni por dónde empezar con tantos focos y fuegos abiertos, con tanto pirómano suelto y tan pocos apagafuegos, y no es una metáfora porque España está ardiendo, literalmente; lo triste de la cuestión es que las llamas llegan también a lo político, debería ser tiempo de apaciguar y calmar, pero no lo es. No lo es porque este gobierno bicéfalo errante, en sus dos acepciones, está dando bandazos y se preocupa más por guillotinar a los supuestos culpables de la debacle andaluza que de hacer algo por nuestra tierra. Y lo más jocoso es que tanto socialistas como «morados» están realizando los cambios de cromos a la vez, como si existiera telepatía política, así que se les ve bien el plumero. Y mientras tanto las hienas secesionistas, como siempre y en diferente grado, se siguen aprovechando como carroña que son, igual que hicieron con Scar en el «Rey León».

Yendo al grano que es gerundio, debemos hablar de la gran cantidad de incendios que están asolando y desolando nuestro país. Hay que aprender mucho de los cuentos y en mayo ya estábamos avisados de la que se avecinaba, pero no se hizo ni caso y el «lobo» vino sin avisar, como suele pasar. En todos los programas y panfletos políticos últimamente el punto estrella es el del medio ambiente, pero cuando se está en el poder se aplica lo de «donde dije digo, digo Diego». Lo repugnante del caso es que las promesas están para cumplirlas, no para enviar ingentes cantidades de dinero y armas a un conflicto sobre el que tenemos falta de información, pero sí hartazgo por las consecuencias para nuestros bolsillos; ni para achacar este desastre veraniego al cambio climático solamente, ésta es una excusa vaga y vana que alumbra de pleno la falta de transparencia de este desgobierno.

Se dijo que no se usaría energía nuclear por su alto índice de contaminación, pero de golpe y porrazo dicha energía se convierte en verde y se apuesta por ella como si fuera un descubrimiento. Se supone que un gobierno que apuesta por las energías sostenibles y renovables debería aprovecharse de los poderes de los dioses Eolo y Apolo, pero más lejos de la realidad imposible, porque importa más que un pájaro se empotre contra un aerogenerador que nuestro bienestar personal y colectivo, en cuanto a las facturas de luz y gas se refiere cuando nos hacen temblar de emoción al verlas en el buzón. Por no hablar del precio de la gasolina, que vive en vaivén constante mientras el precio del barril se ha mantenido constante, y no precisamente al alza como se piensa, cuando le damos vitaminas al vehículo nos dan ganas de ir todos en bicicleta, más barata y más sana, pero no somos todos Van Aert o Van der Poel para hacernos 200 kilómetros cada día, y menos a pleno sol.

España ha tenido, y tendrá, diversos desastres medio ambientales, a bote pronto y dejando de lado lo de este verano, hay un caso que nos hizo pensar que al final no dominamos a la naturaleza como pensamos desde el neolítico, sino al revés: el Prestige. Fue un error garrafal no detener inmediatamente al capitán de dicho barco para que no sucediera el irremisible daño posterior a nuestro ecosistema marino. Lo que está más claro que el agua es que no aprendemos; se dice que el ser humano es el único animal que puede tropezar dos veces con la misma piedra (aquellas campañas de la DGT de antaño), pero se ve que aquí eso lo tenemos como norma habitual. Hay un concepto que desconocía hasta hace unos años, y que es vital ahora mismo: el concepto de «resiliencia», que si analizamos concienzudamente brilla por su ausencia en la actualidad.

Si atendemos a la definición de resiliencia, podemos decir que es la pura anticipación ante lo contingente, es decir, ante lo que puede o no suceder. Si aplicamos este término a lo que nos concierne podemos hacerlo en unos cuantos casos: resiliencia es quitar poder a los terratenientes para que el ganado pueda hacer labores agrícolas mientras pasta, como hacer de cortafuegos naturales; resiliencia es dejar actuar a los cazadores para que controlen las plagas y no que campen a sus anchas los peligrosos jabalíes como sucede en Barcelona (que se lo digan a su alcaldesa a ver si le entra en la mollera y decide salir de su poltrona); resiliencia es destinar dinero a erradicar los roedores y controlar las plagas de insectos en invierno, y no empezar en verano cuando el problema no tiene arreglo, como sucede en primer caso con las ratas en Barcelona y en segundo término con las cucarachas en Valencia.

Resiliencia es limpiar los cauces de los ríos, arroyos y rieras (que es lo más peligroso porque solo llevan agua en otoño, y nada durante el estiaje), y hacer entender a la gente que aparcar en lo que es un cauce seco es mala idea y que tu coche puede acabar en el mar (que se lo digan a los de Vilassar de Mar); resiliencia es que no exista precariedad y sí mejor preparación en el gremio de agentes forestales y bomberos, para que no haya pérdidas humanas como ha habido estos días; resiliencia es, en resumen, mejorar los protocolos de actuación en caso de incendios, inundaciones, vendavales, etc; porque nos podemos anticipar, en el caso de un terremoto no porque no sabemos cuando va a suceder exactamente.

Pero como del dicho al hecho hay un trecho, nos encontramos con lo contrario, con una falta de sensibilidad y resiliencia política apabullante. Se preocupan más de tener contentos a los hooligans de lo «anti»: animalistas, vegetarianos y demás, que son opciones muy respetables pero que son irrespetuosos con el prójimo a su vez. Se meten en jardines que al final repercutirán en nuestra economía personal, como penalizar a los bancos y a las eléctricas. Quieren ganar puntos y votos, como si ya hubiera empezado la campaña para dentro de 18 meses, mediante medidas como la gratuidad de los abonos de tren a nivel estatal, pero a su vez obvian que hace falta una cantidad inmensa de personal sanitario y que el virus sigue vigente. Mantienen en sus cargos, a toda costa, hasta que el tufo los acorrala, a maestros de la corrupción, y luego si te he visto no me acuerdo, hay ya más cadáveres políticos que municipios. Se regocijan al decir que han de subirse el sueldo porque lo hacen muy bien y que a ver qué harían los otros en su lugar.

Pero no penalizan a un pirómano que no deja de ser un asesino que disfruta con lo que hace, que es irreflexivo e hipócrita cuando ayuda a apagar lo incendiado, habría que equiparar
su pena a la de violadores, asesinos y terroristas. Mal va un gobierno supeditado a minorías, contrario a la búsqueda del bien común, pero la sociedad ha empezado a despertar del letargo y la bajeza acabará en castigo, de qué tipo ya se verá. Para finalizar, debemos realizar un aparte con el ministro Bolaños, que es capaz de tirarse toda una entrevista criticando a la oposición pero que es incapaz de hacer autocrítica (como su jefe) ni de hablar de medidas en el futuro. En fin, deberían dejar de fijarse en los demás, está claro que tienen miedo y saben que se acerca su fin. ¿Dónde quedó la resiliencia? Desde luego aquí se ha perdido, y tristemente tardaremos en volverla a hallar.

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