Kepa Tamames: «¿Éramos así?»

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A mí me pasa, y también a no pocos entre mis conocidos, por lo que aprecio. Me refiero a que en nuestras vidas hay una especie de línea divisoria a partir de la primavera de 2020, un antes y un después de lo que popularmente se conoce como «pandemia». Sí, hablo de la COVID‑19 esa que aún no se sabe cuántas personas mató, o si mató a alguna, o si murieron literalmente de miedo, o si fue natural o inducida, o si está siendo peor el «remedio» que la «enfermedad». Hablo de sus olas y variantes, que cesaron cuando ya casi no quedaban letras del alfabeto griego. La sobremortalidad se achacó entonces al «bicho», y ahora se culpa al fuerte calor (que nunca hizo, como bien es sabido, en pleno verano), que a su vez viene derivado del cambio climático. De nada sirve que la tele nos diga esto último y al tiempo que casi todos los incendios tienen huella humana, en forma de accidente o irresponsabilidad. Tendría que repensarlo, pero vaya, a bote pronto, me parece a mí que si es una cosa, mal puede ser también la otra.

Pero centrémonos en ese «antes y después» aludido. Uno ve ahora reportajes  televisivos de hace apenas unos años, y es como si de repente te trasladaras a otra dimensión: familias enteras ―de peques a abuelos― abriendo sus fiambreras en el epicentro de la playa atestada, para dar buena cuenta del condumio coral, pues se asume que la familia que come unida permanece unida… al menos hasta la partida de dominó en la sobremesa.

Lo que uno siempre llamó «policía» ―o «agentes del orden», en su versión cursi―, ahora están más cerca de «pasma», «madera», o simplemente «poli», en el mejor de los casos. Es lo que tiene haberse portado así, salvo honrosísimas excepciones, durante la crisis sanitaria que nos impusieron. Creo con la mano en el corazón que la segunda tanda de sustantivos, lejos de ser despectivos, se acercan más a lo puramente descriptivo. Mucho “caballero”, mucho “usted”, pero al final te asestan el garrotazo, y encima con recochineo: “No se preocupe, que luego puede recurrir”. Pues es para preocuparse, señor policía/pasma/poli, porque usted sabe tan bien como yo que esto de los recursos es un engorro de mucho cuidado, además de la mala leche que a uno le genera toda esta mierda administrativa, añadido a que como se les meta en la cabeza que pagas la multa, de nada servirán folios de explicaciones y de clases improvisadas de interpretación legislativa, por muy evidente que sea. Ellos tienen la sartén por el mango («presunción de veracidad»), y con ella te atizarán en toda la cocorota si les apetece, y cuantas veces les apetezca.

¿Eran así?

Los médicos y enfermeras en quienes siempre pusimos nuestra confianza ciega nos negaron el pan y la sal, y en ello siguen con la mandanga de la «cita previa» y el tapabocas en el centro, mientras nada osan decir sobre la muchedumbre compartiendo sudor y babas durante el chupinazo de turno. ¡Mucho mejor calladitos y sumisos! Los primeros se apuntaron sin mayor dilación a las fuerzas represivas, y las segundas se quejaban amargamente entre coreografía y coreografía de que estaban exhaustas por el ingente trabajo. Pero para bailar con el gotero y colgarlo en las redes ya sacaban tiempo y energía. Quién sabe, acaso se les subieron a la cabeza los aplausitos vespertinos que, quiero pensar, avergüenzan ahora a más de uno.

¿O eran/éramos así?

Cualquier funcionario de tres al cuarto se erigió en autoridad competente para las más variadas fruslerías, que sin embargo nos jodía bien jodida a la ciudadanía toda. Y también aquí pareciera que la malhadada «cita previa» ha venido para quedarse.

¿Acaso eran así?

No son pocas las personas que siguen llevando mascarilla ―doble ración según casos― en lugares públicos, bien sea en la barbilla, en el cogote, o bajo la axila sudada, y algunas hasta en la boca, sin percatarse de que algo sustancial, elemental, obvio ni cuadraba entonces ni mucho menos cuadra ahora.

¿Éramos así?

Políticos, sindicatos y judicatura nos mienten por la mañana, y luego el resto del día. Cientos de asesores puestos a dedo para asesorar lo que les ordenen que asesoren. A uno le da por pensar que son como los famosos «expertos», aquellos que nunca existieron. Pero ya les va bien con tamaños sueldazos por hacer entre poco y nada. Y la masa inane ―a la que un servidor pertenece como cualquier otro― tomando cafelitos en cada esquina, paellas en el chiringuito y viendo la tele en modo estatua de sal.

¿Éramos así?

Por cierto… ¿dónde para aquel muchacho que noqueó de una hostia limpia en toda la jeta a Rajoy, mientras este paseaba arropado por su troupe de palmeros dejándose ver ante la prensa? El bofetón con mano abierta fue de los que duelen con solo verlo. Imagino que el chaval creyó que el presi se lo merecía, por lo que fuera, y allí que se lo plantó sin avisar ni mediar palabra. ¿Dónde está este hombre, pregunto, ahora que tiene trabajo para dar y tomar? Sobre todo para lo primero. Tarea no remunerada, se entiende; aunque todo podría hablarse en estos tiempos de bizum y crowdfunding. A buen seguro que no le faltarían patrocinadores. Aunque también pudiera ser ―y eso es lo más desolador― que reserve sus certeros ganchos para la próxima legislatura, si acaso cambia de color, que no de fundamento. Porque aquí no parece que merezca el punch en la barbilla quien roba, miente, estafa, se corrompe o adula baboso, sino quien viste camiseta diferente, lo que le identifica como enemigo eterno y sin fisuras.

¡Ay!

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