Rafael Blasco García: «Enero»

Calendario de enero
Calendario de enero

Regresa enero con su mascarón de proa como un rompehielos del nuevo año, y, tras el hartazgo pascual, nos sumerge en el declive de las metáforas con las que días antes arropábamos nuestros propósitos más loables para esta nueva andadura que se inicia. Mes de cuentas escasas y de necesarias reflexiones, en el que nos sentimos un poco mendigos de nosotros mismos. Trasnocha el frío entre farolas pensativas, ruidosos camiones de basura y gatos errabundos, con noches de paraguas desarbolados por el viento en las que los escasos noctámbulos se retiran pronto, envenenados de alcohol y café negro, con el regusto del mal sabor del tabaco apagado, evocando la dignificación que trae la primavera y el largo apogeo del verano con el oro de los mediodías. Lunas hermosas las de enero y nieves que nos remontan a la infancia, cuando aún creíamos en un mundo bueno. Volvemos a enfrentarnos con el discurrir del año confiando, como decía Winston Churchill, en la idea de que el éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.

Amamos la vida pero nos asusta la indefinible zozobra de las inseguridades, temiendo que se rompa nuestra diaria aureola de paz y costumbres; la vida se paga con vida y tememos el silencioso derrumbe del futuro. La humanidad ha soportado su miedo como ha podido; vivimos el momento de las grandes concentraciones y las grandes soledades en las que se infiltra el miedo telúrico y el vértigo de la vida, que siempre han estado presentes en la literatura y en la poesía. Seamos viajeros ilusionados con el devenir de los días y sus pinceladas de desliz filosófico. Al concluir este leve viaje circular regresará la Navidad en la que siempre retorna la ilusión de la infancia, porque los que ya no están nos enseñaron a vivirla. Cultivemos los entrañables ratos perdidos con los amigos; nada identifica tanto como perder el tiempo en común compartiendo cervezas, risas, secretos y pesares, sumergidos en ese viejo tango descangallado e ingrato que, con frecuencia, nos trae la vida. Que el verso prenda en los días revelándonos formas que se adormecen en el aire y nos traiga un núcleo de tiempo en fiesta de luz corriendo por los ríos del alba, raudos y musicales. Hay que huir de los pequeños venenos que destruyen el tejidos sutil de las relaciones humanas; venenos que nos martirizan con la punta incandescente de sus cigarrillos de ironía e hipocresía.

También la política va requiriendo que le cantemos las cuarenta al lucero del alba, con nuestro eructo de insolencia y rebeldía que reclama la ruptura con esa timidez cómoda e impúber que tanto paraliza. Hay días en los que despertamos revolucionarios y propicios a vestir al desnudo y a enseñar al que no sabe, pero pronto la intención se vuelve laxa, debilitada por nuestra obsecuencia hacia las normas reaccionarias que canalizan nuestras inquietudes de filantropía hacia el lodazal donde conviven la pedantería, el orgullo y la distancia social. Enero nos muestra sus caminos y, entre ellos, el equivocado sendero de la soledad, esa laguna profunda donde sucumbe la ilusión por vivir y la entrañable actividad de existir. Demos paso a la reflexión en este mes silencioso por el que hemos brindado, y desarrollemos una cierta actitud ecléctica necesaria para armonizar pensamientos desde la razón y la verdad. Practiquemos el amor en ese recorrido pequeño y diario de los detalles increíbles; el amor, que es observador y minucioso, precisa un toque de locura; con él se puede salir de la vulgaridad y retornar al tiempo en el que olíamos a futuro con toda nuestra libertad de colores.

Sin caer en un optimismo panglosiano hay que hacer un alto ante tanto catastrofismo, reivindicando la puesta en acción de nuestras pulsiones vitales que nos llevan a ver el abismo y la belleza de la vida en la inocente mirada de un perro, en el olor de las tormentas, en la fragilidad de la salud, en el dolor de las pérdidas, en los amaneceres, en el adormecedor fuego de los leños ardiendo en el hogar, en las sonrisas francas, en los besos, en los abrazos sinceros, en la dulzura de los reencuentros, en sentirnos enamorados, en el nacimiento de un hijo, en la humana complicidad de un llanto compartido, en la ternura de las caricias, en los cielos estrellados, en visitar al enfermo en su lecho de la fiebre; hacer compañía en ese tenue tiempo que transcurre en la frágil frontera que separa la vida de la muerte, donde late el dolor y una individualización que espera nuestra presencia y nuestra escucha más que nuestras palabras. Amar, vivir y tener fantasías tienen denominadores comunes e individuales. En la inconexa filosofía que nos habita encontramos la intermitencia de la felicidad que mantiene nuestra perseverancia e ilusión por la vida. Brindemos nuevamente por este reencuentro con un nuevo enero que en el umbral del año nos invita a la irrestañable necesidad de vivir.

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