Manuel Morillo Miranda: «Educación deconstruida»

Educación
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No es una falacia decir que la educación se parece cada vez más a la alta cocina, con sus técnicas novedosas y sus artilugios inimaginables hasta hace poco tiempo: esferificación, nitrógeno líquido, terrificación, aires y espumas, rotovapor, gelificación…y, por supuesto, deconstrucción; son conceptos de moda en la gastronomía actual que por supuesto no voy a explicar. Me considero de los de plato lleno y no me entra en la mollera una tortilla deconstruida, para bebérmela en una copa. Entiendo que haya personas abonadas a la modernidad, pero no me veo haciendo una cata de aire o espuma, se lo dejo a otros con paladar diferente.

No sé qué pensaría el finado Jacques Derrida,  máximo exponente de la teoría filosófica de la deconstrucción, sobre la cuestión de que el ámbito filosófico haya llegado a lo culinario; aunque en nuestra época se relaciona a la filosofía con cualquier técnica o disciplina que en realidad no tiene nada que ver con la misma. Si la deconstrucción consiste en deshacer minuciosamente algo para darle una nueva estructura, sobre todo a nivel del pensamiento, podemos observar, si miramos las cosas con perspectiva, que se están haciendo reformulaciones o deconstrucciones constantemente, y una en particular nos ocupa y preocupa: la deconstrucción en la educación.

Sobre este tema lanzo una pregunta al aire para ver si alguien recoge el guante: ¿Por qué se deben cambiar las cosas que funcionan? Es un asunto que me exaspera profundamente. Sobre la cuestión educativa, lo primerísimo en lo que se debe hacer hincapié es en que estamos subyugados por las directrices europeas. Esa idea primigenia de una UE unida se está resquebrajando poco a poco por leyes torticeras que pueden provocar la desunión más absoluta. En materia de educación estamos viendo que estamos en la cola de Europa, nos siguen ninguneando constantemente, moneda diferente pero el perro tiene el mismo collar. Grecia avisó, Reino Unido se lanzó al vacío sin red, Italia juega al despiste, etc;

Aquí hay una cuestión clara y distinta, como decía aquel francés que de todo dudaba y que nada aceptaba, excepto su existencia. Si comparamos la educación de Finlandia con la de España, se parecen como el huevo a la castaña. Como decía el gran Ortega, «somos europeos pero no tenemos conciencia de serlo» porque no hay creencia en un terruño común. Si hay algo que define a la construcción de Europa, es el conflicto antes que la paz, dos guerras mundiales lo atestiguan. Se intentó hacer un proyecto piloto para instalar flecos del sistema educativo finés en España, pero es harto imposible porque son dos culturas totalmente contrarias la mediterránea y la nórdica/eslava. Al final los países europeos se rigen por la afinidad, y está claro que estamos más cerca de Francia o Italia por pensamiento y tradición.

El caso es que la pregunta que formulé antes es muy importante ahora. No sólo estamos sometidos a ese holding europeo, sino que los políticos tienen miedo en nuestro país al que dirán. Si hacemos una comparación con los términos culinarios del principio, el sistema educativo está plagado de conceptos vanos como: competencias básicas, claustros pedagógicos, laboratorios de transformación, rúbricas, etc; Nos tratan de incompetentes cuando en realidad lo somos, nos machacan a reuniones y cursos que no tienen sentido alguno, prefieren pensar que los alumnos han de vivir en un mundo platónico perfecto en el que no existe la frustración pero en la vida real no es oro todo lo que reluce.

Supongo que todas estas deconstrucciones son el efecto de las pruebas educativas que nos ponían año tras año (sobre todo a Cataluña) en la cola de Europa, las otrora PISA, ahora son las in-competencias básicas. Pero la verdad es que tenemos alumnos magníficos que se incorporan de forma idónea al mercado laboral, no importa el itinerario sino la finalidad. Por otro lado, no dejar que un alumno no repita no es la mejor forma de fomentar la diversidad precisamente, es engañarlo por completo, es ponerle la miel en los labios para después darle la palmadita  Al final existe un filtro de la realidad, lo fenoménico, el último curso de bachillerato; la deconstrucción, por el contrario, permite que el alumnado viva en el noúmeno, en lo artificial, en lo virtual, en el mundo de Alicia o en el de Yuppi, como ustedes vean. Si hubiera algún tipo de cabeza pensante, se haría un itinerario para evitar ya el fracaso escolar desde el segundo curso de secundaria, no hay peor cosa que estudiar por obligación. Menos mal que bastantes alumnos tienen dos dedos de frente y por sí mismos deciden que su camino va por otros derroteros, los ciclos formativos, y no el bachillerato.

Desde luego, el sistema educativo, por iniciativa europea o bien porque los que elaboran las leyes no saben hacer la O con un canuto, no va por el camino correcto. La última muestra de este despropósito es el futuro modelo de las pruebas de selectividad que será vigente en 2028. En el caso de filosofía, parece preparado por niños de primaria y no por personas que deben fomentar el espíritu crítico, el debate, el pensamiento analítico. Las novedades son buenas, pero si algo funciona no se debe cambiar. Ciertas personas piensan que el sistema educativo está anclado en lo blanco y negro; pero vuelvo a recurrir a Ortega, lo primero que se debe subsanar es la misión de la pedagogía y su influencia.

Sino el choque entre pedagogos y docentes está más que garantizado, al menos con los de la nueva ola porque los veteranos tampoco creen en un examen de matemáticas sin resolución de problemas, al paso que vamos será lo siguiente. Hemos pasado de la búsqueda de la excelencia a la idiotización constante de nuestros alumnos, y eso no se debe ni puede consentir. Por el futuro de nuestros jóvenes, más nos vale que se dejen las cosas como estaban y que la educación no se vuelva un sucedáneo o una huella de lo que fue.

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