Nos fuimos a la cama como romanos. Era sábado y estábamos convencidos de que el lunes amaneceríamos travestidos en godos. Todo parecía indicar que el batacazo iba a ser de los que hacen Historia, hasta el punto de trascender a sí mismo y dar lugar a un verdadero cambio de ciclo, no ya económico, sino histórico. Pero sorpresas te da la vida, que cantaría El Gato. Como en toda mala película de suspense, el final ha obedecido a un artificio tramposo que busca hacer un guiño al público menos entendido, mientras hunde en la miseria la capacidad creadora del ser humano. El intervencionismo político, siempre omnipresente como un pésimo actor de reparto, ha terminado por asumir sin disimulo la labor estelar de productor ejecutivo, dispuesto a tomar el control a costa de lo que queda del dinero de todos.
No hay nada que aprender. Sólo aceptar la consagración por la vía política de un nuevo modelo económico que se proyecta sobre los cimientos de una colosal deuda.
Incentivados por el dinero barato, los desmanes y locuras que se han cometido durante estos años no tendrán la merecida sanción. No habrá un final necesario, con su correspondiente moraleja, del que tomar buena nota. No hay nada que aprender. Sólo aceptar la consagración por la vía política de un nuevo modelo económico que se proyecta sobre los cimientos de una colosal deuda. Y lo que es peor: el espaldarazo definitivo ha venido precisamente de la mano de los herederos directos del sagrado principio de libre mercado, los Estados Unidos de América. El Capitalismo, por fin muertos y enterrados sus principios, se reconvierte a Deudalismo: un nuevo régimen económico engendrado a partes iguales entre la pura y dura estafa de personajes sin escrúpulos, capaces de usar sus colosales pufos como chantaje, y el intervencionismo de una clase política ya del todo infumable.
El riesgo moral será el encargado a partir de ahora de convertir el capitalismo, que generaba riqueza, en el deudalismo, que propaga la pobreza.
El Moral Hazard (Riesgo Moral) es la teoría económica que sostiene que asegurar a un agente económico (individuo o empresa) contra el riesgo, produce un cambio en su comportamiento que le impulsa a asumir riesgos que no aceptaría de no estar asegurado. Es una cuestión de sentido común, fundamentada en el conocimiento de la naturaleza humana. Pero el caso es que, en estos días, el riesgo moral ha dejado de ser teoría para institucionalizarse y formar parte de un cambio que nos garantiza un futuro de crisis endémica, apenas capaz de ser soportada por los Estados -rendidos ya al poder de los nuevos señores deudales- a base de comprometer de por vida la riqueza de sus súbditos. Por la gracia de un intervencionismo cómplice que va a legitimar el desastre, el riesgo moral será el encargado a partir de ahora de convertir el capitalismo, que generaba riqueza, en el deudalismo, que propaga la pobreza. No hay más que ver cómo las bolsas de todo el mundo, al poco de anunciarse la instauración del nuevo régimen, se inundaron con los dineros procedentes de los mismos capitales secuestrados. Tal demostración de riqueza no puede pasar desapercibida, cuando el entorno supuestamente es un desierto de liquidez.
Hay quienes de todo esto ya hacen política y aspiran a reverdecer viejos laureles, y comparan esta tragedia de occidente, fruto de nuestros peores vicios, con la caída del muro de Berlín, para argumentar que el capitalismo y el libre mercado son el origen de todo mal a escala planetaria. En el colmo de la desgracia, nos quieren vender en plenas rebajas la socialdemocracia como solución última e incuestionable. Ante esto, sólo cabe preguntarse si lo que les mueve es el puro interés, o realmente son tan ignorantes que desconocen que este híbrido político socialdemocrático, que mezcla economía intervenida y corrompida con un concepto de democracia de baja intensidad, es lo que nos ha conducido hasta el colapso.
No se engañen, la existencia de Estados incapaces de separar lo público de lo privado es precisamente lo que ha permitido el paso evolutivo que faltaba para la asunción del deudalismo como modelo económico vigente. ¿Qué otra cosa son los Estados cuyos politizados entes reguladores conocen pero no dicen, saben pero no hacen? ¿Qué gobiernos son aquellos que nos venden la gratuidad de los servicios públicos, mientras socializan las pérdidas y propagan la pobreza de forma horizontal e imparable? ¿Qué democracia es aquella en la que el poder político se reúne de continuo con los grandes empresarios, mientras el ciudadano de a pie no puede contactar ni por correo con el parlamentario o concejal de turno?
Después de todo lo visto y vivido, sólo resta decir que hemos sido los herederos privilegiados de nuestro tiempo, eternos aspirantes a pertenecer a unas clase medias acomodadas –el chocolate del loro-, en un principio por la vía del trabajo y el esfuerzo y ya, en estos postreros días, mediante una irresponsable creencia en la invulnerabilidad y gratuidad de nuestros derechos. Somos deudores de una libertad heredada e inmerecida que, a la vista está, hemos sido incapaces de preservar. Ahora vamos a contemplar, una vez más indolentes, la liquidación lenta y silenciosa de nuestro modelo político, social y económico. No vale ya compadecerse. A lo hecho, o consentido, pecho. Sólo nos resta llorar por nuestros hijos, a quienes hemos abandonado a su suerte en los brazos del riesgo moral. Que el deudalismo tenga piedad de ellos.