Una sociedad desazonada por su futuro, sacudida por un profundo desasosiego

El sexo y el hambre de los españoles

Las encuestas del CIS certifican la obsesión social por la economía y el placer

En ese cuadro las alcobas sirven de válvula de escape, como un territorio blindado contra las tribulaciones o el pesimismo: el sexo es gratis y el desempleo deja mucho tiempo libre

Como subraya Ignacio Camacho en una magnifica columna de ABC -«El polvo y las telarañas«-, se trata de un asunto tan antiguo que lo dejó escrito el Estagirita, tal como recoge el Arcipreste:

«Aristóteles lo dijo y es cosa verdadera/ que el hombre por dos cosas se mueve: la primera/ por el sustentamiento, y la segunda era/ tener ayuntamiento con hembra placentera».

Las encuestas del CIS certifican en pleno siglo XXI hasta qué punto la condición humana sigue aferrada a esa dualidad pragmática.

El desempleo (79 %) y la economía (47 %) figuran de largo a la cabeza de las preocupaciones de unos españoles que, en sondeo paralelo, se declaran altamente satisfechos con su vida sexual, en proporción tan alta (80 %) como su inquietud por el paro.

El terrorismo, otrora en cabeza de nuestras cuitas nacionales, queda relegado al cuarto lugar por más que Rubalcaba haya acojonado al pueblo con el anuncio de un inminente «espectacular» atentado.

(Por cierto, ministro, espectacular es el juego del Barça, la belleza sugestiva de Sharon Stone o la tecnología tridimensional de «Avatar», pero los atentados son siniestros, devastadores o simplemente canallas; vamos a tener cuidado con las palabras).

Lo que muestra el retrato sociológico del final de este año de zozobras es un país refugiado literalmente en la cama ante la ausencia de horizontes colectivos, volcado en una intimidad hedonista a falta de mejores alicientes externos y rebelde a la posibilidad de que las congojas económicas crucen la frontera sur del ombligo.

Ésta podría ser la fotografía de una nación optimista, dispuesta a defender sus relaciones privadas frente a la angustia social y razonablemente satisfecha -fanfarronería aparte, que hay asuntos en los siempre tendemos a maquillar nuestra imagen- con pasiones individuales que no necesitan subvención ni engordan el déficit.

Pero también la de una sociedad desazonada por su futuro, sacudida por un profundo desasosiego ante las perspectivas de realizarse mediante la dignidad del trabajo.

Quizá como sustrato de una memoria histórica de pobreza y desvelo, el paro se ha mantenido entre los primeros factores de intranquilidad social incluso cuando objetivamente no existían motivos, cuando España creaba empleo estable y sostenido.

Ahora que se trata de una realidad lacerante, que diezma el tejido laboral y destruye la estabilidad de los hogares, la gente lo percibe como una amenaza cercana capaz de aniquilar sus expectativas y transportarla a la tragedia civil de la exclusión.

En ese cuadro las alcobas sirven de válvula de escape, como un territorio blindado contra las tribulaciones o el pesimismo: el sexo es gratis y el desempleo deja mucho tiempo libre.

Lo que describen los sondeos es un país con tanto polvo en el dormitorio como telarañas en la despensa. Y acaso en ese rincón del alma donde se guardan las esperanzas.

 

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