Indecisos y decididos

ay indecisos que poseen aire muy decidido. Son los peores. Avisaba Amiel que el hombre que pretende verlo todo con claridad Antes de decidir nunca decide. Pero también existen los decididos que disimulan una cierta indecisión.

Y son los más oscuros. A mí me parece que Zapatero pertenece a este último grupo, con un salpimentado de ese deseo de todos los políticos de ser amados.

Las decisiones siempre provocan sentimientos de agravios en los demás. Luis XIV decía a sus amigos que en cuanto nombraba alguien para un cargo creaba un agradecido y cien descontentos, aspecto terrible pero que no puede paliarse dejando las plazas vacantes.

El juez sabe que su sentencia desagradará a una de las partes. El profesor es consciente de que las notas alegrarán a algunos y entristecerán a otros alumnos. El director de la empresa toma decisiones que conoce de antemano que serán recibidas en algunos sectores con renuencia y disgusto. Decidir no suele ser una fábrica para hacer amigos, y gobernar es, fundamentalmente, decidir.

A mí me parece que el presidente del Gobierno tiene decidido, firmemente, lo que va a hacer, y que esa resolución sólo la sabe él, y la tiñe de aparentes dudas y vacilaciones. Naturalmente, a sus ministros les gustaría saberlo. Y a sus compañeros de partido. E incluso a mí, por si la decisión es seguir sufragando el desempleo hasta el mismo borde del precipicio de la ruina con objeto de advertirle a mis hijos.

O podría ser que nuestro pragmático presidente no deseara ser amado, sino ser votado, deseo realista y consecuente con su actividad profesional. Y es respetable. Pero para que él también sea respetable debe desvelar su decisión, porque seguir insistiendo en que lo peor ha pasado puede provocar una inconmensurable, perniciosa e irreversible falta de respeto.

 

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