Estamos viviendo uno de los peores momentos de la democracia

¡Váyase, señor Zapatero!

A la dificultad objetiva de las circunstancias se une la incapacidad manifiesta de quienes tienen que resolverlas

No es que Zapatero esté dando bandazos; simplemente es su forma natural de sostenerse

En la calle es un clamor y en las páginas de los periódicos se lo dicen a coro, desde hace semanas, analistas españoles y extranjeros.

Esta misma mañana y casi al alimón, coincidiendo en el títular y hasta en el enfoque, lo repiten Ignacio Camacho y Manuel Martín Ferrand.

Ante, cuando las lluvias torrenciales o los ríos desbordados inundaban una determinada población, era costumbre marcar el punto alcanzado por las aguas.

Hasta aquí llegó el nivel en las catástrofes de tantos del tantos de mil y tantos.

Habría que instalar en el Congreso de los Diputados una placa en la que, con fecha de 25 de mayo de 2010, pudieran leer las generaciones venideras, bajo una reproducción del BOE en el que el Gobierno anula la restricción crediticia a los ayuntamientos publicada en el BOE de la víspera:

«Hasta aquí llegó la incompetencia de José Luis Rodríguez Zapatero en el Gobierno de España».

Si es que lo tuvo alguna vez, el presidente ha perdido el oremus. Lo mismo anuncia que no habrá trasvases que los autoriza, de igual manera promete aprobar un Estatut según el criterio del Parlament que lo enmienda, tan pronto amenaza «a los ricos» con un nuevo impuestos que se olvida de ellos, promete no tocar las pensiones y las rebaja…

Si José María Aznar tenía razones para acuñar el grito que le valió las llaves de La Moncloa -«¡Váyase, señor González!»- las razones que hoy apuntan la caducidad del jefe del Ejecutivo, el riesgo de su permanencia, son tan grandes que, en la medida en que el Congreso sea verdaderamente representativo, un coro de diputados, al estilo del Orfeón Donostiarra, debiera entonar al unísono:

¡Váyase, señor Zapatero!

Estamos viviendo uno de los peores momentos de la democracia. A la profundidad de la crisis económica, social y financiera se une la fuerza desestabilizadora de una gravísima crisis política y de liderazgo.

El Gobierno Zapatero ha pasado de seguir una deriva equivocada a perder por completo el rumbo, el control y los nervios hasta convertirse en un problema sobreañadido.

La situación combina el pesimismo de la ley de Murphy con la incompetencia del principio de Peter, de tal modo que a la dificultad objetiva de las circunstancias se une la incapacidad manifiesta de quienes tienen que resolverlas. Por si no bastase este panorama inquietante, la gente tampoco confía en la alternativa y se está produciendo un colapso de confianza.

Cada día parece un poco peor que la víspera y amanece con contratiempos nuevos agrandados por la torpeza de las soluciones.

Zapatero, con alarmantes síntomas de estrés y envejecimiento prematuro, es la estampa andante de un fracaso; no hay contrariedad ante la que no zozobre ni previsión que no falle.

No es que esté dando bandazos; simplemente es su forma natural de sostenerse.

Cuando el presidente, mal aconsejado y dado a dejarse malaconsejar, decidió creer que la recesión se resolvería sola, olvidó que incluso para que así ocurriese era menester que al menos se quedase quieto.

Si pensaba dejarla pasar tenía que haberse limitado a no hacer nada. En vez de eso se lanzó a un vértigo mal calculado de medidas paliativas que no lograron sino deteriorar las condiciones defectuosas de una economía exánime.

Cada presunto remedio incrementaba los males, hasta llegar a un punto en que la crisis dejó de resultar un fenómeno sobrevenido para devenir en la consecuencia de una política errónea, mal dirigida y peor resuelta.

Ahora ya está tan abrumado que yerra incluso cuando rectifica porque ha perdido toda referencia y todo crédito. Se mueve como un zombi desorientado y sus movimientos desencadenan una mezcla de irritación, zozobra y pánico.

Este martes escuchó en el Senado un griterío coral, destemplado y faltón que era un eco estridente y remoto del «váyase» de Aznar a González.

La repulsa brusca, estrepitosa, de un PP impaciente augura un final de legislatura insostenible; en este clima crispado, bronco e intemperante no hay manera de hallar una salida razonable.

Con el Gobierno desquiciado por sus propias piruetas, con la oposición alborotada, con los sindicatos desengañados, con las instituciones bloqueadas, con el sistema financiero tambaleante, con el Estado en quiebra y con la gente cabreada y empobrecida no cabe más recurso sensato que un adelanto electoral que al menos proporcione una nueva legitimidad política a quien le toque afrontar el desastre.

Cartas nuevas para una nueva partida. No las habrá porque el que tiene que repartirlas aún confía en que le salga un comodín de la gastada baraja. Se resiste a aceptar que ya no le quedan bazas favorables ni en la manga.

 

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