Zapatero reapareció por fin este lunes, aunque sólo «a medias» y con un extraño formato, durante el acto institucional celebrado en el Congreso de los Diputados con motivo del aniversario constitucional.
Su clamorosa ausencia durante la crisis de los controladores ha suscitado la perplejidad de la opinión pública y merece una severa crítica.
Por primera vez a lo largo de 32 años de vigencia de la Constitución se ha declarado el estado de alarma, cuya gravedad exige que el presidente del Gobierno explique la medida ante los ciudadanos con la solemnidad que requieren los asuntos de Estado.
Sin embargo, el presidente cedió todo el protagonismo a Pérez Rubalcaba, creando nuevas incertidumbres sobre quién manda de verdad en el Gobierno y haciendo dejación de las obligaciones que le impone su alta responsabilidad.
Como escribe Carlos Herrera en ABC, «en la adorable España de las cosas se busca un líder, un líder que no se parapete ante la mediocridad de la retórica, que no le eche la culpa al contrario, que diga ásperamente la verdad, que intervenga ante las cosas de cada día con la severidad imprescindible del cirujano de campaña».
En la España acosada de la primera década del siglo XXI es necesario un líder que no le tenga miedo a las llamas de las hogueras, a las brasas sembradas en los caminos o a los desprendimientos de piedras en los desfiladeros.
Es necesario un líder que no piense en las próximas elecciones, que reestructure sin complejos el sector bancario -las cajas-, que convenza a los bancos que hay que depreciar sus activos inmobiliarios hasta el valor real de las cosas, que cumpla un plan de austeridad sin temor a la contestación social, que meta en cintura a algunas Comunidades Autónomas, que reforme el sistema de pensiones aunque sus efectos se materialicen a largo plazo, que reforme la legislación laboral para que se cree empleo y se aplaque la morosidad, que liberalice la negociación colectiva, que se atreva a instaurar un copago sanitario, que cambie el sistema educativo buscando la excelencia y el esfuerzo, que invierta en I+D+I, que busque apoyos en los contrarios, que no le tenga miedo a la calle, que no se parapete en líderes empresariales a los que pedirles árnica y que marque estratégicamente el camino a seguir para parecernos a quienes nos conviene y no a quienes resulte estéticamente adecuado para la mentalidad de un universitario tardío con nostalgia asamblearia.
UN TIPO QUE NO SE ENTERA
Este lunes, Zapatero se limitó a decir que se siente «satisfecho» de los resultados de la operación, pero fue incapaz de despejar las incógnitas que expresan los expertos y los ciudadanos sobre las circunstancias políticas y las decisiones jurídicas del caso.
En este contexto, conviene recordar que -según el artículo 116.6 de la Constitución- la declaración de estado de alarma, excepción o sitio no modifica el principio de responsabilidad del Gobierno.
Suscita también serias dudas la pretensión del Ejecutivo de prolongar la situación. En efecto, la Ley Orgánica 4/1981 concibe a los estados excepcionales como una anomalía cuya duración debe ser la «estrictamente indispensable» para restablecer la normalidad.
Resulta extraño por ello el empeño del Ejecutivo en agotar el plazo máximo de 15 días, una vez que el espacio aéreo está abierto y los aeropuertos, plenamente operativos. Si se confirma la intención de solicitar al Congreso una prórroga de hasta dos meses, habrán de aportarse argumentos muy contundentes.
La imagen de España ante los mercados internacionales sufre un impacto negativo cuando se mantienen los aeropuertos bajo control militar o cuando el presidente sigue obcecado en la vigencia de una medida que debe ser excepcional por definición.
Ha llegado, por supuesto, la hora de exigir responsabilidades a los controladores por su actitud intolerable, rechazada sin matices por la opinión pública y las fuerzas políticas, pero también es urgente buscar soluciones a medio plazo.