Los más benévolos opinan que se ha equivocado demasiadas veces; el resto simplemente considera que ha mentido
El cuarto año de la crisis, que empezó dieciocho meses antes de que Zapatero reconociera su existencia, ha arrancado en medio de un fuerte pesimismo colectivo, una atmósfera generalizada de desaliento psicológico que puede agravar el panorama y desarmar todavía más la débil estructura de resistencia social.
Los españoles ven nubarrones negros en el futuro inmediato, aunque también a largo plazo, según el barómetro del CIS de diciembre, que indica que la salud y la familia, por este orden, son lo más importante para los encuestados, lo que más satisfacciones reporta y, además, que es la familia en quien más se confía cuando surgen los problemas.
Para 2011, un año que para un 44,2% estará «lleno de incertidumbres», la mayoría prevé un empeoramiento del paro, la inseguridad, las drogas, el medio ambiente, la vivienda, la inmigración y las pensiones. Este último aspecto es el que suscita más unanimidad, con un 62,3% que considera que empeorará.
La crisis ha calado profundo en la sociedad española. Así, la inmensa mayoría considera que, en los próximos años, su principal reto es luchar contra el paro (79,2%)y mejorar la competitividad económica (44,4%).
Pero, además, los españoles no confían en un futuro mejor para las próximas décadas de siglo: o, al menos, no en determinadas materias.
Así, los encuestados consideran que la herencia a los jóvenes será peor en empleo, condiciones laborales, protección social y calidad de vida o medio ambiente. Eso sí, mejorará la libertad, la solidaridad, la igualdad y los derechos humanos.
La mitad cree que el paro va a empeorar, y aún son en conjunto más optimistas que, por ejemplo, los andaluces, entre los que tres de cada cuatro temen quedarse sin empleo antes del verano.
La mayoría de los parados carece de esperanza en la posibilidad de encontrar trabajo, pero si la tuviese daría igual, porque tampoco iba a encontrarlo.
Las perspectivas más razonables apuntan a que el desempleo no aumentará, o al menos no volverá al vértigo de la caída del 2009, sin que ello implique mejoras significativas; la mejor previsión de crecimiento en este ejercicio se atoja insuficiente para crear tasas netas de ocupación.
Afirma Ignacio Camacho en ABC que, en las actuales circunstancias, el optimismo consiste en aspirar a quedarse como estamos:
«Consiste en conformarse con no descender más peldaños de la escala de bienestar que hemos bajado de golpe y a costalazos, y en aceptar con cierta resignación que 2011 sea un año de tristezas llevaderas en el que las penurias mohínas de los últimos tiempos discurran al menos sin nuevos sobresaltos».
«En este clima de desmoralización resalta la confiada ofuscación de Rodríguez Zapatero, cuya inmersión forzosa en un cierto realismo político no alcanza para que deje de cometer el error que más le ha hundido ante la opinión pública: la persistencia en pronosticar mejoras que no sólo no se producen, sino que se alejan en un horizonte de descalabro socioeconómico».
Añade Camacho que este martes, durante la larga entrevista que concedio a Carlos Herrera, el actual inquilino de La Moncloa anduvo «espeso y defensivo, centrado en la prioridad de no parecer irresponsable«.
«Pero continuó destilando ese aire de autocomplacencia esperanzada que para muchos ciudadanos se ha convertido ya en una irritante cantinela muy parecida al engaño».
«Su empeño voluntarista en atisbar señales de recuperación resulta ya un discurso cansino en el que la gente ha dejado de creer».
«Los más benévolos opinan que se ha equivocado demasiadas veces; el resto simplemente considera que ha mentido».
Dice Camacho que alguna vez acabará acertando, aunque ni siquiera eso se puede dar por sentado porque la crisis no ha tocado fondo y los indicios de mejoría no empezarán a notarse, en el mejor de los supuestos, hasta el final de su mandato, pero en todo caso ya no está en condiciones de rescatar su devalada capacidad de análisis.
«Y aunque ha rebajado el provocativo optimismo que antes le arrastraba a escandalosos vaticinios fallidos y ha moderado la arrogancia con que se jactaba de controlar una situación que a todas luces había sobrepasado sus facultades, carece de crédito para enviar mensajes de confianza».
La conclusión de camacho no podría ser más lapidaria:
«Un país con aspiraciones no se puede conformar con que su líder deje de decir tonterías».
