Miedo. Sobre todo, miedo.

MADRID, 05 (OTR/PRESS)

¿Es valentía, desfachatez, o es estulticia…? ¿Qué es exactamente lo que ha llevado al Partido Popular, y muy especialmente a su presidente Mariano Rajoy, a presentarse en Palma de Mallorca de la mano de Francisco Camps?

Deben estar tan absolutamente convencidos de que la corrupción no merma ni un ápice el apoyo de su electorado que se permiten el lujo de acudir al escenario donde se juzga la presunta corrupción del PP y de su anterior presidente Jaume Matas, con la compañía protagonista de un presunto corrupto cuyas posaderas están prestas a arrellanarse en el banquillo de los acusados.

«¡Somos imbatibles… somos los mejores!». Con ese epílogo, Camps, cierra una intervención de más de diez minutos, aplaudida fervorosamente por los asistentes a la Convención. Los mismos aplausos con que se festejaron las medidas que el PP ha sellado contra la corrupción y entre las que solicita un endurecimiento del código penal. Un compromiso que supuestamente reverdece su antiguo código ético y que, visto lo visto, nunca llego a poner en práctica.

Y es que, rizando el rizo de la desfachatez, Camps acusa al Gobierno de quitarle «todo menos la dignidad». Solo cuando uno se siente muy seguro de su posición de fuerza, es capaz de mantener un comportamiento tan descabelladamente descarado. O es eso, o es que se echa en brazos de un «de perdidos al río», en la confianza de que los votos puedan lavar los posibles delitos y sus consecuencias judiciales. O quien sabe si ambas cosas.

Y, a todo esto, Rajoy haciendo un papelón insoportable, consciente de que en un futuro no muy lejano, coincidiendo quizás con las elecciones legislativas, todo este asunto se pueda volver en su contra, haciéndole muy abrupto un camino que el esperaba llano y suave. Porque el, que sabe perfectamente de que van las cosas, debe tener un miedo también insoportable a que finalmente la imputación de Camps vaya mucho mas allá del simple cohecho pasivo, y que el tema de los famosos trajes, de por sí vergonzoso, desemboque en financiaciones ilegales.

Con Francisco Camps no ha tenido la suerte, o el poder de convicción, que tuvo con el tesorero Bárcenas. Y ambos casos, aunque parezca mentira, pueden resultar muy similares.

Ahí está, quizás, el meollo de esta especie de comedia bufa que ha sido la aplaudida presencia de Camps en Palma de Mallorca y el compromiso contra la corrupción sellado en el congreso del Partido Popular.

¿Valentía, desfachatez, estulticia…? Miedo. Sobre todo, miedo.

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