Lo de «dar leña» a los políticos y financieros no me parece mal; lo que no entiendo es por qué no se hizo antes. Pero los de a pie tampoco nos podemos «poner estupendos» como si, por ejemplo, nadie hubiese pagado algunas obras en negro.
También tendríamos que practicar la autocrítica para procurar no cometer más errores. Y es que, como dice Anne Graham en un «power point» de los que circulan por Internet, en demasiadas ocasiones «dijimos que estaba bien», sin pensar en las consecuencias.
Recuerdo, por ejemplo, que, ya en los años de la Transición, mucha gente de a pie, siguiendo a políticos y progres, presumía de lucir junto al reloj una banderita autonómica, al mismo tiempo que tachaba de fachas a los pocos que optaban por la banderita española.
Pasado el tiempo, esos mismos políticos y progres acusarían a esos que tildaron de fachas de haberse apropiado de la bandera española, cuando, que yo recuerde, a nadie prohibían llevarla.
También recuerdo cómo los profes de izquierda y de a pie -no liberados-, a pesar de sufrir en sus propias carnes el declive de la enseñanza, ni siquiera intentaron hacérselo ver a sus líderes educativos, causantes en gran medida de la indisciplina y del deterioro de la educación.
Y es que mucha gente, en vez de pensar por sí mismo, prefería hacerse eco de lo que otros pensaban por ella. Consideremos otro ejemplo: hasta hace muy poco tiempo, casi nadie – Vizcaíno Casas con su libro «Las Autonosuyas» y pocos más- cuestionaba el sistema autonómico, y si alguien lo hacía, también se le tachaba de facha.
Pero si en unos temas, por fin, hemos aprendido, en otros seguimos en la misma línea, como por ejemplo, autocensurándonos por la monserga de lo políticamente correcto.
Y seguimos repitiendo como loritos lo que va estando de moda, en vez de pensar por sí mismos. Y si, por ejemplo, un ministro dice algo obvio respecto del matrimonio, pero que no va en la línea de lo políticamente correcto, se arma la marimorena, como acabamos de ver hace unos días. Y luego, ¡nos quejaremos!