En tiempos de la Roma imperial, si las relaciones del emperador con el senado no eran malas, la divinización resultaba previsible; para la historia quedará la elocuente frase del emperador Vespasiano que pronunció mientras estaba muriendo:
«Ay,ay,ay:creo que me estoy convirtiendo en dios».
Sin embargo, aquellos cuyas relaciones no eran tan fructíferas con el senado podían verse sometidos a un procedimiento en sentido inverso, la damnatio memoriae («condena del recuerdo»). Se destruían, o reesculpían, sus imágenes y se borraban sus nombres en inscripciones dedicadas a ellos; y a menudo se hacía a propósito de forma imperfecta, para que quedara claro de quien se trataba.
Estando el monopolio del relato histórico en manos del buenismo y del servilismo, nos encontramos ante víctimas de primeras y víctimas de segunda.
Las de primeras son de sobras conocidos de por todos: los encontramos sobradamente en libros de textos del cole, películas premiadas en los Goya o en los documentales de la 1.Las de segunda son aquellas de las que nadie habla.
Su mera mención tiene que ser borrada irremediablemente de las páginas de nuestra historia. Habiendo pasado pocos días del 40º aniversario de la muerte de Franco, todavía somos cautivos de una memoria histórica con muchas sombras todavía por esclarecer.
El progresismo alzará la voz por la fosa del abuelo y las mil y una injusticias vividas. Escucharemos hablar de reparación a las víctimas… ¿qué víctimas?
A estas y muchas más cuestiones sólo podremos encontrar una respuesta a través de un relato completo, sereno,desideologizado cuyo único compromiso sea con la verdad.
La persecución religiosa contra la Iglesia Católica española desde 1931 y durante la Guerra Civil (1936-1939) destacó por su brutalidad y su gran magnitud.
Fue superior a la cometida durante la Revolución Francesa y, posiblemente, a las del Imperio Romano. Fueron inmolados a causa de su fe 7000 religiosos, incluyéndose 13 obispos y más de 3000 laicos católicos, por el simple hecho de serlo. Dieron la vida por sus creencias cristianas y murieron perdonando a sus verdugos, dando testimonio del Evangelio en la vida práctica.
El exterminio del clero y la destrucción de la herencia histórico-religiosa de nuestra nación se realizó con extrema crueldad y de forma sistemática. Las vejaciones y las humillaciones sobre las víctimas, muchas veces tenían continuidad sobre los cadáveres, los cuales eran golpeados, quemados a lanzados a los barrancos.
En los conventos habitualmente eran exhumados los ataúdes y esqueletos o cuerpos momificados, siendo expuestos públicamente. Muchas veces los templos se convertían en cuadras o almacenes, altares en establos para los animales y salas de baile. Al devastar los templos abundaban las ceremonias burlescas, con imitaciones obscenas de las misas y la destrucción de objectos de culto.
En los cementerios solían ser rotas las cruces y profanadas las tumbas con alusiones cristianas.
Desgraciadamente una gran parte de la juventud desconoce estos hechos, que son parte muy importante de nuestra historia, que conviene conocer y respetar. En nombre de la memoria histórica se ha querido reparar a las víctimas de un bando olvidando a las del otro.
En algunas ocasiones hasta se ha instrumentalizado para hacer apología de determinadas opciones políticas. Es muy loable difundir nuestra historia más reciente e informar sobre los crímenes del franquismo.
Pero es injusto tergiversar la historia o escondiendo una parte y permitiendo que caiga en el olvido la persecución religiosa y el testimonio de aquellos mártires, que no murieron en ninguna batalla; los persiguieron para matarlos por su fidelidad a Cristo.
Ya sea por ignorancia o por maldad, muchas veces se difunde la falacia de que los mártires son beatificados por haber sido víctimas de las izquierdas, queriendo hacer de esta manera apología del franquismo.
También se suele mencionar que, en cambio, no se beatifican a los 16 sacerdotes que murieron a manos del Bando Nacional en el País Vasco. Los mártires son beatificados porque murieron por su fe, no por una idea política. Aquellos sacerdotes o religiosos que murieron como soldados luchando a favor de uno de los dos bandos podrán ser héroes, pero nunca serán mártires o beatos. Este es el caso de sacerdotes que murieron luchando en Navarra con los requetés y con los falangistas o los mencionados anteriormente en el País Vasco.
La condena del recuerdo ha tachado de los libros de masas los nombres de estos mártires y cubierto con el velo de la ignorancia la visión histórica de las nuevas generaciones. Siendo la dignidad inherente al ser humano, la injusticia cometida contra un semejante merece el mayor repudio y condena entre todas las posibles: las víctimas son víctimas, más allá de que canten la Internacional al levantarse o el Padre Nuestro al acostarse. Desgraciadamente, la memoria histórica en nuestro país todavía tiene una alta deuda que solventar con la verdad.