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Bokabulario

La fantasía de Al-Andalus

Pedro F. Barbadillo 27 Sep 2006 - 00:57 CET
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Las palabras de Aznar sobre la invasión árabe han sido como una patada en el hormiguero de la progresía. Le han saltado al cuello igual que a Benedicto XVI. ¡Ya está bien de estropearnos el fin de semana y el crucero a Turquía!

El Faro del islam ha recurrido a sus lectores para propinarle a Aznar una lección de historia. Ha publicado dos cartas de sendos catedráticos de Institituto que demuestran que nuestros hijos están en manos no sólo de unos sectarios, sino, además, de unos sectarios indocumentados. Uno de ellos, que ejerce en Córdoba, le escribe lo siguiente:

El «ocupante musulmán» [Alhakén II, hijo de Abderramán III] poseedor de una biblioteca de 400.000 volúmenes cuando en la Europa cristiana no brillaban precisamente las luces de la cultura y el saber. Allí podrá aprender, junto a los alumnos de la ESO, que no existió tal ocupación, sino un extraordinario fenómeno de síntesis de religiones y culturas que se llamó Al Andalus. Que ese Al Andalus fue un ejemplo de concordia y de tolerancia, es decir, de esa «estúpida alianza de civilizaciones» de la que se mofa cada vez que puede.

¡Jo con los progres policulturales! Ahora recurren al argumento clasista de la cultura: cuantos más libros tienes, más majo eres. ¿Pero no cantaban eso de arriba los parias de la Tierra? Acabarán proponiendo el voto censitario.

Escribe Stanley Payne.

En la cúspide de su poder, en el siglo X, Al Andalus era el equivalente a lo que hoy en día llamaríamos una gran potencia, con una economía pujante y una brillante alta cultura. Al igual que todas las sociedades de la época clásica árabe, mantenía un sistema de tolerancia discriminatoria que permitía a judíos y cristianos seguir practicando su religión discretamente, aunque nunca con los mismos derechos que tenían los musulmanes. Al Andalus practicaba también sistemáticamente la yihad militar contra sus vecinos, concedía voz a los nuevos grupos islamistas intolerantes y era incapaz de alcanzar otra estructura política que no fuera el despotismo oriental. (…) Si, por algún desastre histórico, Al Andalus se hubiese apoderado de todos sus vecinos cristianos, a la larga la península Ibérica se habría convertido en una especie de Marruecos del Norte.

En ocasiones, pienso que la Alianza de Civilizaciones es la versión para bobos solemnes de la tradicional amistad hispano-árabe del franquismo. Ambos Gobiernos paseaban a los dictadores árabes por Granada y Córdoba y esperaban que les vendiesen petróleo baratito.

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