La Marea de Pérez Henares

El fantasma que recorre Europa

En el actual momento político e intelectual de Europa parece que si algo está prohibido es llamar las cosas por su nombre. El que dirán social ha alcanzado la categoría superlativa de lo correcto y el que sale de sus cauces es condenado al anatema. El problema es que los hechos, se les quiera llamar como se quiera, tienen como fea costumbre una inaudita tozudez y perseveran por mucho que se les intente camuflar con palabras. Si Marx empezó su Manifiesto Comunista con “un fantasma recorre Europa”, hoy ese fantasma recita suras del Corán y lleva velo.

La emigración, y en concreto y para ser exactos, la emigración musulmana es el centro de los debates, de las elecciones y , cada vez más, de los conflictos. Las vías de integración consideradas como posibles a pesar de su clara divergencia, la una en el laicismo republicano y la otra en la convivencia multicultural han roto las costuras , la una en las calles incendiadas de la capitales francesas, la otra en los atentados londinenses y la escalda de tensiones posteriores. Un sentimiento de impotencia generalizado recorre el Viejo Continente. No hay integración, no hay voluntad de integración y cada vez existe un conflicto mas encrespado. Puede no quererse ver o puede mirarse para otro lado. Pero ahí está y cada vez es percibido de manera más intensa por la población. Y cada visita a las urnas es un aldabonazo.

La gran alarma saltó cuando los obreros de los barrios populares franceses dejaron al socialista Jospin fuera de la segunda vuelta ante Le Pen. Las clases populares son las que sufren el día a día y son , que contradicción, los que votan ultraderecha. Los burgueses cultivados siguen siendo mucho menos xenófobos. La respuesta esta en las calles y en la convivencia y el ejemplo bien puede aplicarse a España. Son esas clases populares quienes soportan los problemas y los choques. Para los ricos los emigrantes son los sirvientes, los que les lavan la ropa y les sirven la cena.

Pasó en Francia. Hubo conmoción y reacción, pero no está habiendo remedio ni globalidad a la hora de afrontarlo. Y las alarmas se suceden. En Suiza y en referéndum se aprobó hace poco más de una semana la más restrictiva ley que imaginarse puede. Hoy los belgas han avisado de su malestar votando en algunas zonas de manera elevadísima a quienes hacen del discurso contra los emigrantes su principal slogan.

He viajado recientemente por Centroeuropa. El clima en este sentido es cada vez más encrespado, y la autocensura de una opera de Mozart o la amenaza a un columnista de Le Figaró por un artículo critico al islam, no ayuda precisamente a mejorarlo. En Holanda se recuerda el asesinato del nieto de Van Goh y las amenazas a su sucesora. Cada vez, es palpable, la reacción es más hostil y cuando alguien plantea que cuidado con la xenofobia lo que esgrimen es la autodefensa de unos valores, de unas libertades. Cada vez valen menos las consignas y lucir una pegatina de “S.O.S. racismo” queda muy bien pero no resuelve nada al igual que soltar encendidos discursos contra la ultraderecha que alientan la xenofobia. El racismo y la xenofobia no están ahí como un monstruo dormido que todos llevamos dentro. Pueden ser, y en muchos casos lo son, una consecuencia, una reacción primaria a unos hechos y a unos comportamientos.

Debemos analizar el problema pero de entrada niego esa primera premisa de algunos de que , de entrada, Occidente, o sea nosotros, somos culpables. Estoy harto de tener que autoflagelarme por el pecado primigenio de Europa y si a día de hoy nos referimos de sus derechos y de su democracia. ¿No es hora de que señalemos a los otros señores que algo les es también exigible a ellos? La tolerancia solo en una dirección y la intolerancia como respuesta y exigencia continua en la otra no suelen acabar en ningún buen resultado. Sobre todo si unos piensan que se la están imponiendo en su propia casa.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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