La Marea de Pérez Henares

La soledad de Umbral

Le han escrito todos pero a su entierro no ha ido nadie. Ni académicos vejestorios que tanto le ningunearon ni poetisas púberes a las que tanto rondó. Por no ir no han ido ni los que aspiran a sucederle la columna.

Recordaba Raúl del Pozo en su despedida , tras sincerarse sobre su larga relación “me quería pero no se fiaba de mí (sic) me veía como un gitano que le iba a chorar chorvas o palabras”, que uno de los días más celebrados fue aquel en que se metieron 10 en un taxi para ir desde el Café Gijón, lugar de sus predaciones literarias y sexuales, hasta el velatorio del admirado, por ambos, Cesar González Ruano. Umbral lo escribió en “Travesía de Madrid” : “Y entonces Raúl del Pozo, gitano de buena prosa, dijo la frase definitiva : Pensar que no nos volveremos a divertir tanto hasta el día que se muera Azorín”.

En el velatorio de Umbral no se ha divertido nadie, ni han salido del Gijón taxis abarrotados de jóvenes que quieren ser escritores a despedirlo. No se ha celebrado nada. No se ha celebrado ni al muerto y eso a Umbral es lo que más le hubiera cabreado.

Peor aún , todos los escritores y , aún más doloroso para la vanidad muerta, aprendices que fueron el otro día a su entierro hubieran cabido de sobra en aquel taxi hacia la casa de González Ruano. Triste entierro de quien hizo de su vida una carrera por trascenderla en gloria y a base de palabras.

Al maestro, también del espectáculo literario , le ha salido mal su última puesta en escena. La muerte de un joven ídolo del fútbol le quitó los telediarios, agosto, las multitudes y el sectarismo político (sólo fueron tres, del mismo sitio, la derecha, pero de ambiciones encontradas) a sus compañeros de viaje y de caminos aunque ahora algunos fueran separados. La izquierda, los progres, a los que el alimento durante decadas con sus columnas , no le perdonaron en muerte haberles fustigado en los últimos años de su vida. El clan del Gobierno lo consideraba un oso cavernario .Los comunistas que le quisieron y de los que se sintió camarada están ya todos muertos, los de ahora, ni lo son ni lo querían. Y a Santiago Carrillo siempre le ha podido el rencor último sobre toda la Transición pasada. Las musas de aquellos años, sus musas, tampoco fueron. O repudian su memoria o les daban vergüenza las arrugas. A varias y a algunos que les hubiera ido bien el ir, se les puso a trasmano y a desgana el renunciar a los últimos días de vacaciones.

Umbral, siempre tan rodeado en vida, se ha quedado muy solo en el entierro, donde tampoco parecía querer nadie que se hablara de su libro. Ni Mercedes Mila se dignó a hacer aparecer por allí su impertinencia. Hubiera sido un detalle al menos para que luego se divirtiera alguien en el Café Gijón, donde ya, aunque se muera Umbral, no se divierte nadie.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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