Sin tener que recurrir a mis pelonas matemáticas ni a encuestas rastrojeras, he llegado a la conclusión de que me paso y nos pasamos demasiado tiempo enfadados y tomado por tanto la decisión de no enfadarme en el futuro ni con mi perro. Bueno, con mi perro no me enfado ni pienso enfadarme en mi vida.
Pero con lo demás si. Y puede que con motivos pero sin resultados. Se enfada uno las cosas del Gobierno y con las cosas de los otros, con un disparate en educación, cinco en medio ambiente, diecisiete ,multiplicados por diecisiete, en autonomías, con sesenta bazofias al minuto en televisión, con la procesión incesable de espantajos, con el triunfo continuo de la estupidez y con la imperecedera dictadura de los imbéciles. Y se enfada uno, más que con nada, con sus propias tonterías, con sus defectos y con sus bajezas .
Y ¿para qué?. María Jesús Alava, tan buena comunicadora como psicóloga, exponía en un celebrado libro “La inutilidad del sufrimiento”. Pues igual , en realidad es tan sólo una derivada en ocasiones, sucede con el enfado. Que resulta inútil y es dañino mas que con nadie y a veces en exclusiva, para quien el que lo tiene. Vamos, que el enfado quien lo sufre es uno mismo.
Así que no. En lo que pueda, desterrado. Y no es que me convierta al pasotismo. No. En la medida de las fuerzas es necesidad intentar enderezar lo torcido y oponerse a daños y torpezas. Pero sin zambullirse en hervores de olla podrida . Decir o hacer lo que en conciencia se deba si. Pero lo que es cansino es pasarse la vida enfadado con los tontos y en primer lugar con el tonto que todos llevamos en mayor o menor grado dentro.
Lo he consultado con mis perros , sobre todo con el viejo “Lord” porque “Mowgli” como buen jovenzuelo no lo entendería y hemos llegado a un pleno acuerdo. Que se enfaden los demás, oye. Aunque luego el perro me ha mirado y me ha parecido entenderle que la razón y corazón suelen divergir a las primeras de cambio y que el carácter y el pronto son como la cabra y el monte.