Aquí podéis contemplar el dolor de un hombre al que una mujer le ha arrebatado a sus hijos.
Santiago (no es su nombre) era un buen amigo mío. Tenía don de gentes, amabilidad, cultura, seguridad en sí mismo… Un hombre con madera de dirigente, capaz de ganarse el respeto y de ejercer la autoridad, como un capitán de soldados de una novela de Emilio Salgari o de un relato de la conquista de América. Nos veíamos poco, pues aparte de vivir separados por 400 kilómetros, quería marchar al extranjero por su carrera, y al poco de acabar la universidad cumplió su deseo.
Un día, ya no recuerdo cuándo, me llamó para invitarme a su boda con una francesa. Después, se marcharon de España y sólo supe de él por correos electrónicos y llamadas de Navidades y cumpleaños.
Hace unos meses me enteré de que le habían divorciado, y la madre, como suele ser habitual, se había quedado con los hijos, como si fueran la vajilla. Y les retorcía el alma y les manipulaba como si rompiese los platos sólo para vengarse del hombre con el que había decidido unirse.
Muchas mujeres, en especial las feministas pero no sólo ellas, están convencidas de que los hombres no amamos ni tenemos sentimientos. Quizás por eso esas mujeres hieren a los padres de sus hijos sin remordimientos: creen que no sienten dolor. Santiago está llorando por sus hijos, de los que le separa un muro más alto que una casa, más extenso que un océano o más impenetrable que una cárcel: el papel judicial. Poco a poco, a Dios gracias sus problemas se van solucionando.
Mi amigo cuenta sus desgracias en una bitácora en la que deja testimonio de su fe y de su amor por sus hijos. La acabo de encontrar y me ha causado tal impresión que he escrito este post, domando las ganas de irme a la cama. He aquí su invitación a nosotros, la razón por la que coloca sus lágrimas en nuestros ojos.
No sé qué os habrá traído hasta este humilde rincón del ciberespacio ni cómo habéis llegado hasta aquí.
Digamos que me llamo Santiago, aunque éste no sea mi verdadero nombre. Digamos que tengo en torno a cuarenta años. Digamos que tengo varios hijos. Digamos que mi ex mujer –una ciudadana francesa- me abandonó, tomó los hijos con ella y luego se divorció de mí. Digamos que durante varios años ella ha puesto a los hijos en mi contra. Digamos que ahora tengo muchas dificultades para acceder a mis hijos. Digamos que soy un católico de las Españas.
Otras cosas que pudiéramos decir … ya se irán diciendo Dios mediante.
Esta bitácora, como dije en el primer post, no es más que un diario abierto a mis hijos.
¿Por qué abierto? Pues para que vosotros, estimados lectores, seáis testigos mudos de que este padre no olvida a sus hijos. Los ama con locura, aunque no les pueda expresar este amor en el día a día. Es un diario íntimo para ellos, pero daréis fe de que nunca dejé de amarles, aunque su madre a veces, y erróneamente, se empeñe en intentar convencerles de lo contrario.
Los hombres también sentimos, los padres también queremos a nuestros hijos. No puedo expresarlo de otra manera, con metáforas ni comparaciones. ¿Tan difícil es que las feministas, los políticos, los jueces y los abogados lo comprendan?
Por favor, leed su bitácora… y rezad por él.