La Marea de Pérez Henares

La muerte del fuego

La muerte del fuego

Antonio Pérez Henares

(Un cuento prehistorico para completar la Semana Santa libre de polución política)

El fuego es lo único que vive. Todos los demás han muerto. El último de los hombres ha muerto también. Era ya viejo y débil. Antes que él murió el macho fuerte, el que sembró semilla en mi vientre. Lo hirieron en el muslo con una de esas pequeñas lanzas que ellos saben lanzar desde lejos. Aunque logró regresar a la cueva y le curamos con hierbas y ocre machacado, la carne se le pudrió alrededor de la herida y luego se le pudrió toda la pierna y al final la podredumbre entró en su cuerpo y murió. Para entonces había muerto el hijo que ya caminaba con firmeza y la acompañaba a ella y al viejo a recolectar conchas, huevos y bayas. No pasó del último gran frío. El hambre y el hielo matan más a los niños y a los viejos. El que aun mamaba de mí lloró anoche por ultima vez , luego calló y al amanecer ya sabia que estaría frío. No tuve comida y el no tuvo leche. El fuego es ya lo único que vive a mi lado.

La Gran Agua es ahora una negrura profunda y temible. Otras noches sobre ella, bajo mi gruta , la luna ponía una esperanza de luz y en el aire, arriba, junto a ella, había muchos lejanos fuegos suspendidos . Pero hace mucho que el Gran Azul esta oscurecido incluso durante el día. No hay sol. Solo una nube mas ancha que la tierra. Solo nieve que baja con el viento. Solo aullidos en el aire y el rugido de la Gran Agua, como si intentará asaltar el acantilado donde se abre la boca de mi cueva. Solo el fuego vive ya junto a mi. Pero también para el me falta el alimento.

La tempestad siempre ha pasado. Pero nunca antes estuve sola. Dejará de caer la nieve y de rugir el viento y podré salir a buscar comida para el fuego y para mi. Con que tan solo disminuya un poco la tormenta saldré en busca de ramas y matojos y bajaré al lado del agua a coger caracoles y cangrejos. La tempestad siempre ha pasado. Pero antes, cuando volvía la luz, yo tenía con quien alegrarme.

Aquellos momentos, desde niña, en que la tormenta se desvanecía y regresaba el sol era el tiempo en que me inundaba la alegría. La sentía en mi gente y la sentía en mi, saltándome por el pecho y haciéndome reir y jugar con cualquier cosa.

Entonces la gente era mucha. Mas que los dedos de mis manos y mis pies juntos y yo no había visto todavía la Gran Agua ni el Gran Azul de ella y el cielo juntos. Había otros niños y otras mujeres y hombres fuertes que cazaban grandes animales. Había carne secándose. Había muchos fuegos. Y había un río a los pies de aquella otra gruta donde cogíamos peces cuando no estaba helado.

Había frío. Siempre ha habido frío. Pero por algún tiempo el sol calentaba mas y hasta picaba en la piel y el agua corría entre praderas de hierba. A veces hasta era agradable chapotear en ella y lavarse el cuerpo. En la cueva había carne ahumada y montones de frutos secos y de plantas cuidadosamente guardadas para cuando la tormenta venía y nos obligaba a todos a permanecer al resguardo de la gruta y de sus fuegos. Mucha gente vivía allí y en una ocasión hasta una gente nueva vino y hubo un gran fuego en la pradera, donde asamos un uro joven para celebrar la visita. Luego se marcharon pero nos dejaron el miedo . Traían noticias terribles de otra gente que no era como nosotros. Que mataban a nuestra gente como nosotros a los ciervos y los uros. Aunque no se nos comían, los mataban.

Ya antes habíamos oído hablar algo de ellos. Pero estaban lejanos. Muy lejanos. Algunos hombres conocían a gente que se los había topado y las mujeres nos asustaban con ellos cuando hacíamos algo que no les gustaba. Yo era una niña y ni yo ni nadie de mi gente los había visto. Ni les vi después en mucho tiempo. Antes de verlos ya fui mujer y un hombre me tomó y tuve un hijo.

Tardaron en llegar pero un día vinieron. Hubo muchos gritos de los hombres, brazos que señalaban hacia el río grande , en el que se perdía el agua del nuestro, donde se levantaban columnas de humo de muchas hogueras. Los hombres con sus lanzas partieron hacia allá.

Volvieron en la noche. Huyendo. Volvieron solo algunos y volvieron manando sangre.

.- Matan desde lejos.-dijeron

En la noche, antes de que descubrieran nuestra gruta, huimos todos. Nunca antes habíamos abandonado aquel territorio. Casi ninguno de nosotros había salido de los limites de los cazaderos. Yo solo había visto otras gente aquella vez que otros que huían pasaron junto a nuestra cueva y asamos el uro joven. Ahora huíamos nosotros. Como ellos, lo hicimos remontando el río, alejándonos de los que nos mataban . Pusimos rumbo hacia donde el sol nace.

No vimos en mucho tiempo rastros de gente nuestra y fue un viaje muy duro. Algunos mas murieron. Hubo que caminar siempre y pasar terribles montañas cubiertas de hielo, sin comida para nosotros ni para el fuego. Pocos logramos atravesarlas y en ellas murió el primer hijo. Al otro lado ya encontramos la huella de los que nos habían precedido

Desde entonces he vivido en muchas cuevas hasta llegar a esta sobre la Gran Agua que no se puede beber. Pero de todas ellas he tenido que huir. En algunas encontrábamos a nuestra gente y nos quedábamos juntos, aumentando nuestro número, con mas cobijo de hombres y de lanzas. Y yo parí mas hijos. Pero ellos siempre han acabado por llegar.

Un día yo también los vi. Son mas altos que nosotros, de piel oscura, con menos pelo en el cuerpo y la cara pintada. Parecen débiles. No tienen espaldas anchas ni brazos y piernas fuertes. Pero son muy ágiles y rápidos. Tienes extraños rostros afilados y puntiagudos, con feas frentes abombadas. Les he oído hablar y su voz es chillona, constante, un griterío agudo, y cuando atacan sus alaridos son espantosos. Hablan mucho. Nunca callan. Por ello les podemos espiar mejor y retirarnos antes de que nos descubran y den alcance. Pero si lo hacen estamos perdidos porque nos matan desde lejos y nada podemos hacer contra ellos. No se ponen al alcance de las lanzas poderosas de nuestros hombres. Lanzan las suyas , minúsculas pero mortíferas, desde muy lejos. Hieren , matan y corren. Son veloces y nunca podemos alcanzarlos. Luego cuando estamos fatigados vuelven de nuevo y nos hieren y nos matan.

Ahora hace ya mucho, desde que vinimos aquí, junto a la Gran Agua, que no les he visto. Llegamos ya muy pocos y no pudimos seguir más allá. No había más sitio donde ir. No han venido ellos pero tampoco ha venido ya nadie de nuestra gente. Deben haber muerto, porque mas allá ya no se puede ir.

Aquí hemos vivido pero hemos pasado mucha hambre. Solo hemos comido lapas, caracoles y cangrejos y algún animal de la Gran Agua que hemos podido sorprender en un charco cuando el agua grande se retira. Hemos comido huevos de pájaro , pero solo los hay durante muy poco tiempo, hemos comido hierbas y alguna vez un conejo o un lagarto. No hay animales grandes. El alimento para el fuego también es malo y la llama no come con aquella alegría con que se comía las ramas y los troncos de pino. Aquí solo puedo darle matojos y algunos árboles de maderas retorcidas como tendones. El fuego y yo hemos pasado mucha hambre.

Ahora de todos los que llegamos, solo el fuego y yo vivimos. Todos los demás han muerto. Ya no queda nadie de los míos ahí afuera. La tempestad sigue. La Gran Agua ruge. Solo hay noche. Es una noche que no pasa . Solo vive el fuego y el también se me está muriendo, como murió anoche el último hijo. No tengo comida para él y él también va a morir. Entonces ya estaré sola.

(Homenaje a los otros humanos que sobre la tierra han sido,a los últimos nehandertales a los que nuestra especie extinguió hace unos 28.000 años en su último refugio de la Península Ibérica)

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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