La Marea de Pérez Henares

La calavera de Lorca

La calavera de Lorca
El ingles Ian Ibson se quiere llevar la calavera de Lorca a su estudio pero sus familiares prefiere que descanse en los olivos entre los que le asesinaron. Que le dejen en paz al poeta, a ellos y a las semillas del odio que yacen, esperemos también que para siempre, en esas fosas, en esas tapias de los cementerios y esos paseos al amanecer.
Una cuestión es que se entierre como Dios, y la dignidad, manda a los muertos y otra es montar un circo de garzones y abuelos fusilados que habrá quien los tenga a pares y uno por bando, juicios a otros muertos. Y esto segundo camino, el del ajuste de cuentas, que el primero de dar tierra y descanso en paz a quien se negó esa último acto de humanidad y respeto.
Porque se negó y se ha seguido negando. Y exigirlo por parte de los familiares no es un acto de revancha. Es de mínima humanidad. No se trata de abrir juicios sino de cerrar tumbas que mientras sigan así permanecerán abiertas como heridas en el costado del recuerdo de sus familias.
Lo perverso es que sobre esa razón se alimentan dos sinrazones enfrentadas. La una que pretende arrimar esos muertos de las guerras de sus antepasados a su actual guerra política. Utilizarlo ya es una insensatez. Pretender ahora abrir causa general y juicio que se atisba parcial, sesgado a la atrocidad de un lado pretendiendo que en el otro solo hubo beatifico idealismo, es tan repudiable como la pretensión de otros de negarse a que nada se renueve aduciendo que ellos también tuvieron sus muertos.
Y si. Pero los suyos fueron reconocidos, dignamente enterrados y honrados. La diferencia es que estos otros no. Y eso no es justo ni puede pretenderse que las familias ni siquiera sepan donde están sus huesos. Reconciliación fue y es y reivindico que sea la palabra. Pero por ella es necesario que de una vez por toda se de digna tierra a quien se le negó. Aunque fuera hace setenta años. Un hijo siempre ha de tener derecho a poner flores en la tumba de su padre y un nieto saber donde reposa aquel abuelo.
Habrá y hay quienes hasta sin deudos y sin memoria han quedado. Todos sabemos una historia. Siempre que pasó por un lugar de mi pueblo junto a la carretera recuerdo que un día en un susurro me contaron como allí, ahora tapado por una enorme escombrera que ha cegado el barranco, yacen un madre y su hija a la que asesinó un cabo cuyo nombre aún produce escalofríos. Nadie supo de donde venía huyendo, nadie la reclamó nunca. Nadie se atrevió a preguntar por ella. Nadie osó reprocharle nada a aquel cabo.
Nadie hoy, en su sano juicio puede pretender iniciar un juicio a los muertos. Por ello y por ellos, que Garzón no quiera subir otro peldaño de fama sobre sus huesos y que Ibson deje en paz a la calavera de Lorca, pero que de una vez se ayude y se apoye a esas familias y se otorgue a esos seres humanos, a los que también eso se les negó, su dignidad de muertos.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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