La Marea de Pérez Henares

Venezuela: los sitiales de los antiguos dioses

Venezuela : de los Tepuys a Los Roques

LOS SITIALES DE LOS DIOSES ANTIGUOS

(El presente relato es fruto de tres diferentes viajes a Venezuela, el ultimo finalizado el pasado 27 de septiembre. Es un extenso reportaje que estreno aquí ante de publicarlo en papel)

Diez años han aguantado las viejas botas que un día estrené aquí, en estas selvas del Orinoco, donde ahora no muy lejos del gran río, a orillas de su afluente el Caroní, han acabado por quedarse. Me han servido bien y no he querido que tengan un final urbanita, trituradas por uno esos camiones de la nocturnidad madrileña que nos quitan de encima las basuras. Decidí, pues, dejarlas en esta vuelta a Venezuela en lugar donde habrán sido fácilmente encontradas y quien sabe por donde y a quien calzaran ahora. Aunque son muy grandes para estos pies indígenas que además prefieren andar descalzos seguro que alguna utilidad les han encontrado. Tal vez estén convertidas en tiestos que algo parecido he visto como maceta en alguna maloca india. De lo que estoy seguro es que aun no les ha llegado la hora, a mis botas, digo, de exhalar el último suspiro.

Me dio pena el desprenderme de ellas porque algunos viajeros, diría que casi todos aunque algunos no lo confiesen, hacemos de ciertas cosas, de un sombrero, una pulsera, una camiseta vieja o una piedra caprichosa, nuestro fetiche y oculto compañero sin el cual no nos gusta demasiado salir de casa, al menos cuando la salida es para algo lejos y para algo más que una noche. Mis botas que se mojaron por primera vez en agua del mar en el golfo de Paria, cuando desembarque en Macuro han sido una de esas “cosas” que acaban siendo un poco mas que “cosas” y he aprovechado este regreso para que el reencuentro fuera también despedida.

LAS AGUAS DEL PARAÍSO TERRENAL
Macuro fue el primer lugar de continente americano en que puso pie Cristóbal Colón . Antes , en el trascurso de sus dos viajes anteriores tan solo había andado dando tumbos de isla en isla creyendo siempre, se murió en ello, que andaba por las Indias. En Macuro pensó , además, que había llegado al Paraíso Terrenal o al menos a sus puertas. No es broma. Lo cuenta el mismo en el diario de su viaje, cuando avistó aquellas riberas el 2 de agosto de 1498.
La belleza del lugar , el agua dulce en medio del mar , la frondosidad de las selvas, la sensación de un continuo vergel allá hasta donde abarcaba la vista, el buen porte y la dulzura de trato de los nativos le arrebatan los sentidos y un mucho también su juicio. Fino observador, como siempre, se percató de que en aquel Golfo, el de Paria, se vertían aguas poderosas-estaba a un paso del Delta del Orinoco y el mismo dio con la desembocadura de los ríos Grande y San Juan – y eso completó su convencimiento de que en aquel lugar era donde había estado ubicado el paraíso terrenal. Y aquellas aguas dulces, que teñían de marrón los azules marinos, habían de nacer por fuerza en los mismos jardines- así bautizo, como Jardines, a uno de los lugares- del Edén antes de que los hombres fueran de ellos arrojados. Así que prestamente arremete contra la creencia de la época que situaba el hogar de Adán y Eva entre el Tigris y el Eufrates y propone como sede a sus tierras recién halladas.

Escribe en su diario de a bordo:“Grandes indicios son estos del Paraíso Terrenal, porque aquel sitio es conforme a la opinión de santos y sanos teólogos y asimismo las señales son muy conformes, que yo jamás oí de tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro y vecina con la salada; y en ello ayuda asimismo la suavísima temperancia y si de allí el paraíso no sale, parece aun maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan fondo”.

LAS HUERTAS DE VALENCIA EN PRIMAVERA
Colón esta encantado: ha llegado a las puertas del Paraíso y aun se reafirma más en su idea cuando los nativos vienen a él y traen “muchos de ellos piedras de oro al pescuezo y algunos atados a los brazos perlas”. Se asombra de la hermosura de la raza, de su afabilidad, de la fertilidad de la tierra, de la abundancia y variedad de sus manjares, frutos y zumos y bautiza a toda la región como Tierra de Gracia “hallé a las tierras y árboles muy verdes y tan hermosos como en abril en las huertas de Valencia , y la gente de allí de muy linda estura y blancos mas que otros que haya visto en las Indias, e los cabellos muy largos e llanos e gente mas astuta y de mayor ingenio e no cobardes”.
Ingeniosos, alegres y amables son los macureños, pero de blancos poco tienen por no decir que nada. Aquellos indios de Colon se extinguieron. Hoy la población de toda la zona son esencialmente de raza negra, traídos aquí como esclavos, mezclada en diferentes proporciones con el resto. Los niños que se bañan con alegre jolgorio en el puertecillo de Macuro tienen el cabello rizado y , eso si, las sonrisas siguen siendo igual de blancas que las de aquellos presuntos habitantes del paraíso terrenal.

Pero si Colon creyó estar en el paraíso resulta que ahora el viajero donde cree estar es en Macondo, el escenario mítico en el que trascurre la novela “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Había oído decir que Gabo se había inspirado en este apartado lugar, al que no puede accederse por tierra, ya que está aislado por selvas y montañas y al que es posible llegar por el mar y en barca. Y apenas puse el pie en Macuro supe que el dicho encerraba verdad. Lo proclamaba a quien quisiera verlo la calle larga, sin asfaltar, disfrutada , sufrida y peleada por perros, cerdos y gallinas, a cuyos lados cada casa es un vibrante color, cada puerta un olor, cada árbol un diferente verdor y cada pequeño grupo de gentes a las puertas una placentera obligación para la mirada para detenerse e ir saboreándolo todo.

LA INSPIRACIÓN DE MACONDO

Un bar , que es también salón de baile, donde me detengo a refrescarme con la cerveza venezolana por excelencia, la “Polar”, me trae de inmediato a la memoria una escena ya leída. Flanquean la gran sala dos largos poyos de cemento. Sobre cada uno de ellos , en la pared hay pintado un cuadro. Uno representa una guapa señorita muy peripuesta y el otro un elegante señor. En uno pone “damas” y en el otro”caballeros”, indicando donde deben de sentarse los diferentes sexos para solicitar o ser solicitados a bailar. La dama y caballero del cuadro son , curiosamente, de raza blanca y digo curiosamente porque excepto una levísima minoría, un catalán que me encontré y un inevitable gallego, yo creo que otros blancos no hay en Macuro.

Pero este es el bar fino, al que acude la población “bien”, la gente de orden. Hay otro, metido por afueras y lindero a playas de escape que tiene otro sabor y donde al que escribe, de entrada, no le querían servir un “roncito” por “blanco y español” . Lo logró, y generoso, tras una réplica en seco y por lo bravo que contó con el apoyo de la clientela presente que acusó al de la barra de ser “un ingles cabrón y un trinitario“. La negra clientela contraatacaba así al negro barman y le señalaba su lengua y origen en la isla vecina de Trinidad . Fue el inicio de una buena amistad con los unos y con el otro que culminó luego en una noche de lo mas movida y donde el ambiente si que estuvo, y por mejores causas, caldeado al ritmo del calipso, la música venezolana por excelencia y uno de los ritmos mas sensuales que pueden darse en el ya de por si sensual Caribe.

O sea, que estuve dándole al ron con los negros parroquianos, que en este establecimiento lo eran prietos y sin matices. Todos ,como marca de tribu de la que no se privaba ninguno, con un grueso cadenón de oro al cuello rematado en un crucifijo y todos , según confesión coral, de oficio “tiburoneros”, aunque de trato con escualos lo único que estaba en sintonía eran las sonrisas con que acompañaban la respuesta.. Trinidad está a un paso y los “peñeros”, propietarios de barcas de las cuales algunas tenían mas motor que eslora, se mueven de allí para acá y de acá para allí, trayendo y llevando vaya usted a saber el qué y mejor ni preguntarlo ni saberlo. No hay apenas vigilancia y disponen de mucha libertad de movimientos, aunque de vez en cuando aparezca la sombra de un buque de la armada venezolana y haya que varar las lanchas.

Una de las cosas que traen hoy los “peñeros” es cervezas, refrescos y todo tipo de bebidas para la fiesta de esta noche .Y me cuentan que cuando se acabe la “Polar” pues que no habrá mas hasta el día siguiente y adiós juerga. Así que ayude a descargar el material , acabado de amigar con “el ingles” y comentando la peripecias de la muy extendida profesión macureña de “tiburonero”, cené luego en alegre compañía para regresar al pecador local donde las últimas cervezas fueron pagadas a peso de oro y alguna en vez de ir por el gaznate acabó derramada por la cabeza. El calor, el sudor, la musica a todo decibelio y el baile arrebatador así lo exigieron. Menos mal que la playa estaba cerca . Y allí fue donde vimos llegar un buen amanecer.

Me fui de Macuro , con la sensación fijada de que aun cuando por allí no hubiera estado ningún Buendía, García Márquez si que lo había hecho y en mas de una ocasión y con el paisaje de sus selvas y las riberas de su mar ya grabadas para siempre con la frase de Colon y ese recuerdo los huertos levantinos. Las riberas de los bosques tropicales de galería parecían en verdad, huertas de Valencia en primavera.

LA INGLESA TRINIDAD

El Almirante había llegado hasta aquí en su viaje tras haber descubierto previamente la isla de Trinidad, haberse introducido por la muy peligrosa boca de la Sierpe, así la nombró y así se llama aun hoy, tocado en Macuro, costeado por toda esa tierra y salido de nuevo a mar abierto por la boca del Dragón, entre Trinidad y la punta de la península de Paría , para irse rumbo a Cumaná y descubrir las islas de Margarita y Cubagua.

Esa es la ruta que ahora quinientos años después he ido siguiendo yo atónito por la precisión con la que el genovés describía lo que iba viendo. De tan exacta manera, que aun hoy y siguiendo su estela se identifican perfectamente los lugares aunque les hayan variado el nombre. Por ejemplo, cuenta : “Subió un marinero ( Alonso Pérez Nizardo, de Huelva), y vido al Poniente tres montañas juntas; dijimos la Salve Regina y otras prosas y dimos todos muchas gracias a nuestro señor y después deje el camino de Septentrión y volví hacia la tierra, adonde yo llegue a hora de completas a un cabo al que dije de la Galea, después de haber nombrado a la isla de la Trinidad”. Pues bien sube uno a proa y desde el mar divisa las montañas de Trinidad, los picos de tres montañas juntas, allá sobre el horizonte y luego el cabo y concuerda todo.

El nombre, Trinidad, es sin embargo lo poco hispánico que queda en la isla. Eso y, si se quiere, el nombre de la capital que se llamó Puerto España y ahora se llama Port Spain. Trinidad pasó al dominio inglés en 1797despues de muchos ataques piratas , fue saqueada por Raleigh en 1595, así como por holandeses y franceses. Ahora forma junto a la vecina Tobago una república y el primero de agosto, que es cuando yo desembarcó allí , están celebrando una gran fiesta, la de la emancipación de los esclavos.

Camionetas atestadas de gentes cantando y bailando ocupan las calles . La música “rasta”, el “reagge”, lo invade todo. La alegría es contagiosa y el calor, el color y el olor caribeño contrastan poderosamente con los cuidados campos de rugbi donde se entrenan robustos mocetones de pelo ensortijado y oscura piel, con las iglesias anglicanas y con los uniforme de los policías, de “bobys” londinenses trasplantados al trópico. Como si Hide Park estuviera en el Caribe.

Bueno, eso parece de día. De noche es otra cosa . Port Spain es una ciudad muy dura y no muy recomendable para andar solo a partir de las diez de la noche. Ambiente, y mas hoy, le sobra por arrobas pero también le sobran otras cosas entre ellas una violencia crónica en la que el narcotráfico y el consumo de todo tipo de drogas tienen bastante que ver. Ahora pienso que mis amigos “tiburoneros” tal vez tenían alguna labor aún menos recomendable que llevar alcohol de contrabando hasta el continente.

Para sus lanchas atravesar el estrecho resulta bastante mas fácil y rápido, con sus potentes motores fueraborda, que le resultó a Colón con el único recurso de la vela. Porque la entrada al golfo de Paria, con los arrastres y el empuje del Orinoco, tenía su miga. “Había unos hileros de corriente que atravesaban aquella boca.-la de la Sierpe.- y traían un rugir muy fuerte y creí yo que sería un arrecife de bajos y peñas, por lo cual no se podría entrar dentro de ella”. Pasó Colon muy mala noche aguantando hasta una ola inmensa “una loma tan alta como la nao” y comparando aquel choque de aguas con lo que el había visto en el sur de España , “ tanta furia como hace el Guadalquivir en tiempo de avenida”.

Por la mañana se aclaró bastante el panorama y al fin consiguió entrar en el golfo donde encontró lo mismo que hoy puede encontrarse para nuestra sorpresa: agua dulce en medio del mar. Por allí anduvo hasta que puso rumbo a la salida, la boca del Dragón y tras costear por la zona de Cumana no tardaría en poner de nuevo proa a España. No seria su ultimo viaje a America, aun realizo un cuarto, pero ya no volvería a ver estas puertas del paraíso.

Lo que yo hago ahora es algo que el no llego hacer : adentrarme en el Delta del Orinoco y navegar río arriba. Pero aun no habiendo remontado por el estuario la descripción del entorno y de algunas bocanas de ríos cercanos por las que si anduvo son tan vívidas que hoy parecen reencarnarse en realidades medio milenio después.

Porque según va nuestro barco navegando aguas arriba por ese río inmenso, ante el cual sus parientes europeos mas grandes no pasarían de la categoría de arroyos, vienen al recuerdo retazos del diario del Almirante al mismo tiempo que casi idénticas canoas vienen como vinieron hacía la suya acercándose a nuestra nave. Y vienen , aun siguen viniendo, de los palafitos de las lejanas orillas, aquellos poblados sobre el agua que valieron que el cartógrafo Juan de la Cosa, pusiera a esta tierra , Venezuela, “pequeña Venecia”. Otros dicen que fue Américo Vespucio, el italiano que iba con él quien se lo dio pero yo creo que Vespucio ya tiene mucho más que de sobra para sus pocos méritos el haber bautizado con su nombre a todo el Continente.

El amanecer en la cubierta nos trae una imagen que parece querer recrear el diario de a bordo del Almirante Colón .Llegan hasta los costados del buque ligeras curiaras indias, en pequeñas flotillas, cuyos ocupantes saludan agitando los brazos. En algunas van familias enteras, en otra solo jóvenes remeros.
“Vino de hacia oriente una grande canoa con 24 hombres, todos mancebos e muy ataviados de armas, arcos y flechas y tablachinas (sic) Yo les hacia mostrar baicines y otras cosas que lucían, para enamorarlos porque viniesen y a cabo de buen rato se allegaron mas que hasta entonces y yo deseaba mucho haber lengua e hice sobir un tamborim en el castillo de popa para que tañesen y unos mancebos que danzasen, creyendo que se allegarían a ver la fiesta; y luego que vieron tañer y danzar todos dejaron los remos y echaron mano a los arcos y los encordaron y embrazo cada uno su tablachina, y comenzaron a tirarnos flechas”

O sea, que no les gustó nada la música de Colón. Estos indígenas, los pobres, no traen arma alguna sino frutos y artesanías para intentar venderlas pero la borda de nuestra nave es altísima y navega demasiado rápido. Así que todo queda en saludos y agitar de brazos. Y así , Orinoco arriba, venciendo su crecida y esquivando auténticas islas de vegetación que bajan con la corriente, llegamos a Puerto Orgaz.

Esta es , se percibe aún más claramente si se llega a ella desde el aire, una ciudad minera. Los montes que la rodean, heridos por las maquinas de los hombres para extraerles el hierro, tienen una entraña rojiza que se derrama por las cuestas e impregna todo el paisaje. Yo siempre he andado por Puerto Orgaz de paso y así es una vez mas.. Apenas una noche y una fugaz visión de sus luces en el río o un rato en su ahora bien cuidado aeropuerto donde se pueden comprar los mejores anacardos pero como se te ocurra hacer mención de que vas a encender un pitillo te cae encima una muy malencarada la autoridad competente y te amenaza con sanciones terribles. Luego, el mismo, te ofrece cambiar dólares por bolívares de estrangis. El mejor recuerdo y mantenido a lo largo de los viajes del aeropuerto de Puerto Ordaz es una tiendecilla de anacardos. Se acaba uno comiendo la bolsa y termina empachado.

A la altura de puerto Ordaz está el segundo puente sobre el gran Orinoco. A mi me gusta más el primero. El puente conserva el nombre, bien puesto por el estrechamiento alli del inmenos cauce, de Angostura que antes llevo también la ciudad.
Ciudad Bolivar, antes llamada Angostura, esta aguas arriba y ahí si que me detengo. Mucha historia de Venezuela ha pasado por ella. Lleva el nombre de el Libertador porque aquí encontró Simón grandes apoyos a su causa y sacó fuerzas y recursos en los momentos de máximo apuro, que no fueron pocos ni pequeños. Y aquí se dio a luz ,en 1819, a la Constitución de la Gran Colombia, el efímero sueño bolivariano.

Angostura se llamo así porque esta en eso, en un estrechamiento del Orinoco. Por ello es donde se encuentra el espectacular y único puente que atraviesa el gran río y que aun sigue conservando el viejo nombre: Puente de Angostura. El que perdió la ciudad para lucir orgullosa el de su idolatrado caudillo. Porque lo de Bolivar en Venezuela es idolatría. Es más que un hombre y más que un héroe. Y ahora es ya una religión que todos los días se predica y ante la cual hay que postrarse con suma reverencia o te excomulgan. Y no solo los chavistas. Bolivar es intocable y son tantas las loas y églogas sobre su persona , que uno acaba por acabar un poco hasta el gorro del personaje .

Vamos que en un descuido hasta te acaba por caer simpático su peor enemigo, José Manuel Boves, el “Urogallo”, un asturiano realista que defendió la suerte de España casi sin medios y sin ayudas contra los insurgentes, apoyados por la poderosa burguesía e incluso por no pocos aristócratas de origen español..Al frente de los lanceros llaneros , y ayudado por negros y zambos, Boves, trajó en jaque y puso en fuga, tomándoles hasta Caracas ,a las huestes de Bolivar al que obligó a huir del país. Pero un día se le trabó el caballo, cayo el “urogallo” y sus “lanzas coloradas”, así llamadas por el trapo rojo con que adornaban las puntas, cambiaron de bando y al mando de Paez fueron decisivos en la victoria y en la consecución de la independencia.

Bolivar era de origen guipuzcoano, muy rico, casado con una madrileña y que en Madrid aprendió a odiar al absolutismo y a los borbones. A el se unieron la emergente burguesía y las clases ilustradas para las que la decadente y corrompida metrópoli era ya un estorbo mientras que las clases populares, eso no le gusta nada que se recuerde a los apologistas de Bolivar , zambos, negros y llaneros, o sea, los mas pobres, permanecían leales a la tambaleante corona. Lo de que Bolivar tuviera origen vasco tampoco ha de sorprender. Siempre hubo muchos por allí y sigue habiendo. La Compañía Guipuzcoana dominó en exclusiva todo el comercio de Venezuela con el exterior y aquello fue un chollo durante mas de la mitad del siglo XVIII. Así que muchas pudientes familias vascongadas , como la de Bolivar, sacaron de aquello buen provecho. Y vascos sigue habiendo, digo, amen de la legión de canarios afincados en Caracas, porque después de la guerra civil allí se establecieron muchos exilados al calor de viejos antepasados y allí entre otros han nacido el peneuvista Anasagasti, en Cumaná, o el socialista Txiqui Benegas, en Caracas. A día de hoy incluso siguen por allí algunos etarras mas o menos cobijados. Al calor del chavismo, dicen, aunque se niega con mucho énfasis. Pero haberlos “hailos”. Y su mensaje está a veces tan presente en algunos lugares que un alcalde se permitió el despropósito de recriminarnos el genocidio de España contra ellos.

EL MANA DE LOS PECES

Pero bueno yo lo que quiero es hablar de la hermosa tarde en que llegue a Ciudad Bolivar, en plena crecida del Orinoco, con la ciudad volcada sobre el río, con toda la vieja Angostura oliendo a pescado. Porque tiene pegadas en en sus casas, en todo el largo malecón, hasta en la misma catedral y por todo el casco viejo y colonial las escamas de la zampoara. Porque los vecinos se han lanzado a pescar como si fueran de romería y pescan desde la orilla, desde los pantalanes, con cañas y sedales , o de desde multitud de pequeñas barcas con redes que lanzan a mano y se abren como corolas de flores antes de caer al agua.
La zampoara, un gran y sabroso pez, que remonta con la crecida está subiendo y hay que aprovechar la oportunidad. Es el mamá en forma de peces . Multitud de gentes , los que tienen una buena caña con ella y los que solo tienen un tornillo para plomear un hilo de nailon y un anzuelo, ocupan el largo paseo que bordea al río y lanzan su señuelo al agua bajo la atenta mirada de corros de mirones . Y pescan. Ya lo creo que pescan con gran alborozo tanto del pescador como de la concurrencia. A cada trecho sale un pez y en cada escalinata te venden dos. Y cuando me acerco a un vetusto y popular mercado hay allí una autentica saturación de peces. La actividad es continua, que no frenética, porque esto al fin y al cabo es vecino del Caribe y aquí el frenesí se reserva tan solo para el baile y sus consecuencias.
El atardecer en el río es un ballet de barcas y redes hasta donde llega la vista. Hasta el gran puente allá arriba que ahora iluminan los últimos rayos del sol acariciando las aguas del padre Orinoco.

Cae la tarde. Las mujeres exhiben su hermosura amulatada y ceñida. Es el imperio de la sinuosidades de chocolate que se exhiben con la alegría de gozar la vida aunque sobrevivir cada día sea toda una hazaña. Las ganas de disfrute no se las mojan ni los aguaceros como este que me cae de improviso cuando subo hacia la zona “noble” de la ciudad. Un “palo de agua” de los de alivio y que me ha dejado como a una “zampoara” cuando llego por fin a la plaza mayor que presiden la catedral y unos hermosos edificios coloniales, de patios floridos, con balconadas y corredores recatados con celosías de maderas, con patios floridos. En la pared exterior del templo mayor hay una placa a otro héroe republicano, el general Manuel Piar. Murió fusilado, pero mira tu por donde no fuimos ni los españoles, ni Boves. Resulta que lo hizo ejecutar el propio Bolivar por una rebelión de las que tuvieron lugar en su propia facción. Cosas de las revoluciones que devoran a sus hijos. A Piar le han puesto a su nombre también el aeropuerto de la ciudad donde esta tambien la avioneta del americano Jimmy Angel, el que descubrió el salto del Angel, la mayor catarata del mundo y aterrizó en lo alto de Tepuy desde el que se despeña. El gringo es una gloria local venezolana y su avioncito de madera está en permanente exhibición y bien cuidado. Angel fue un aventurero de nato y lo cierto es que descubrir el salto, al que muchos suponen origen celestial porque harian faltas esas alas para descender los más de mil metro de caida libre, fue parte de una peripecia más de las suyas y quetal vez ya habia aterrizado en aquel tepuy en una anterior ocasión en la que acompaño a un buscador de oro, que parece que encontraron. Pero como Jimy se lo gastaría en dos noche en Panama volvio a descubrir la catarata que otros aseguran ya llevaba algún tiempo descubierta. Pero en esto de los descubrimientos a cosa de suerte y un más de propaganda a quien se le atribuyan . Y Jimmy Angel era un tipo muy simpático.

Puerto Ordaz y , mas aun Ciudad Bolivar, se han convertido en las puertas de entrada turística hacia el corazón del Estado también llamado de Bolivar , el mas atractivo desde el punto de vista de selvas y espectáculos naturales de toda Venezuela. Allí se encuentran los “tepuis”, el barranco del Diablo, el salto del Angel, Canaima, el Sapo y mucho de lo que aun queda de virgen e impenetrable en estos bosques tropicales y en estos llanos que a veces recuerdan al buhs sudafricano. Y para llegar a ellos hay que ir , si no se dispone de meses para el viaje, en avioneta. Y las avionetas hacia allí, siempre salen o pasan por aquí.Volar en ellas es en si mismo una emocionante experiencia. Lo ha sido al volar desde Caracas a Margarita.

Tanto que me parece que lo mejor de la famosa isla turística es justamente la llegada aérea , a no mucha altura y pudiendo contemplar abajo un bellísimo paisaje de montañas primero, nubes entre montañas y montañas entre nubes después y luego, por fin, mar, islas y manglares. A un lado Cubagua, la isla desierta y seca y al otro Margarita, la mas más nutrida de árboles pero también saturada de cemento y hoteles. La isla, arrumbada por el turismo, carece de otro interés que su noche. Que lo tiene.

Desde allí el itinerario mas habitual es que las avionetas lleven a los turistas rumbo a Canaima, con escala en Ciudad Bolivar o Puerto Orgaz. También se dirigen a los campamentos de Kavac y de Arekuna.. Para alcanzarlos y tras dejar atrás el Orinoco hay que legar al Caroní y sobrevolar por el autentico mar interior en que se ha convertido la gigantesca presa y pantano del Guri, que ha logrado que desde entonces Entrepeñas, en mi Guadalajara natal, el mas extenso de los pantanos sobre el Tajo, me parezca un charco.
.

Kavac es un lugar para gozar del agua, para ascender en silencio en la estrechez del desfiladero donde a veces pueden tocarse las dos pareced a la vez, para levantar la mirada al cielo, para sentirse traspasado por la belleza. Cuando se llega a la “cueva”, que no es tal sino una olla profundísima donde se desploma una cascada, uno debe ya haber olvidado cualquier otro mundo.

CAMPAMENTO SOBRE EL CARONI

El otro destino es Arekuna y alli siempre cumplo el rito .M i obligación más perentoria es saludar al Caroní, el sereno paisaje de agua y selva en la curva del rio de un paisaje que ya tengo como mío, que siento que me quiere y al que quiero. Que eso también es parte de la huella del viaje en la piel del viajero. Para el reencuentro con el atardecer nada mejor que un ron añejo y sentarse a esperar casi a que se detenga el tiempo en ese instante del crepúsculo para poder seguir en su paz y su disfrute.

El río Caroní, un afluente del Orinoco. Este es marrón y desde arriba aun mas impactante en su grandiosidad mientras que su potente tributario es de color negro desde lo alto y con reflejos rojizos cuando se desciende a sus orillas. Las juntas de ambas aguas son una larga lucha hasta que los oscuros reflejos del vástago acaban por fundirse con la corriente del padre.

El Caroní baja en medio de las selvas intensas y extensas, más allá de donde el ojo, y es de pájaro ahora, alcanza. Se desliza entre ellas como una enorme culebra , retorciéndose entre el verdor y ,a veces, enrabietándose en rápidos y rompiéndose en espumas que aun destacan mas en sus oscuras aguas. De pronto , en un recodo, sobre un montecillo aparece un poblado indígena. Apenas media docena de edificios de techo de palma . Son pemones, la tribu que vive a sus orillas y a cuyo territorio nos dirigimos. Kavac y Arekuna están en territorio pemón. .
La avioneta entra en la pequeña pista de tierra que linda con el río, con las ruedas casi rozando el agua y me deposita en medio de la selva. Pero esta muy bien acondicionada, no vayan a malpensar. El campamento está concebido al estilo de los logdes sudafricanos, respetuoso con el medio, con edificaciones confortables pero construidas y acondicionadas con materiales autóctonos tanto en techo, de palma, como en la osamenta, de madera. Agradezco la tela antimosquitos y la hamaca por si uno, es mi caso, la prefiere a la cama clásica. El campamento esta atendido por un pequeño grupo de personal que reside allí y otro bastante más numeroso de pemones que vienen cada día desde sus poblados vecinos en unas lanchas de aluminio, que son algo así como su autobús fluvial y que los devuelve a su poblados vecinos al atardecer.
No hay nada como una hamaca, y las venezolanas con su famoso nudo que ¿cómo no? se llama “bolivar”, son las mejores de iberoamérica y su compra la mas aconsejable de todas en este país. Yo acabe por mercarme una justo antes del regreso, en Los Roques, para que sustituyera a la también venezolana que había dejado en Madrid ya lista para que la hicieran bayetas después de mucho trote y excelentes prestaciones a mis huesos . Al perpetrar el cambiazo no pude evitar pensar: “He dejado unas botas viejas y me he traído una hamaca nueva. ¿será todo un síntoma?”.

La primera señal de lo que aquí me ha esperado siempre se tiene nada más ascender al edificio central del campamento, sobre la colina, realizado con gusto y respeto, y desde allí se me ofrece el extraordinario paisaje del río, en curva a los pies del montículo, con las selvas flanqueándolo. La contemplación del atardecer, con la última luz dotando de una extraña placidez a la corriente y hermoseando aún más los verdes recién lavados de los árboles en galería por las laderas hace desear que el tiempo se detenga. La llegada de un “palo de agua” que viene barriendo los horizontes, una cortina que borra los contornos y luego se hecha sobre el espacio que nos rodea, hasta envolvernos con el frenesí de la lluvia hace que aprendamos a medirlo de otra manera. Los bosques cercanos están llenos de pájaros. Sobrevuela el espacio un ave de presa, sobre una rama seca se posa un tucán para que le veamos el pico y hasta pasan gritando, como un arco iris en movimiento, un grupo de cuatro guacamayos.

Una excursión río abajo, primero en una de sus ligeras lanchas y luego a pie por entre esa formación boscosa y arbustiva que cuando no se cierra en selva me recuerda tanto a la sábana arbustiva sudafricana, el “buhs” me lleva hasta el salto de las Babas donde el Caroní se despeña en unos espectaculares rápidos que cruzan de orilla a orilla, golpeando con furia unos afloramientos rocosos que osan asomar en mitad de su impetuosa avenida.. La mirada de la inmensa mole de agua desplomándose vertiginosamente a nuestros pies, las irisaciones que la luz consigue en las lomas de la gigantesca ola justo antes de colapsar en espumas tienen un efecto hipnótico. El guía cuenta que no hace mucho “tres canadienses intentaron conseguir lo que no se ha logrado nunca, pasarlos en “rafting”.Estudiaron la corriente, idearon un posible itinerario sobre las olas , se lanzaron y ahí se quedaron para siempre. Los cogió el turbión y no los devolvió mas. Durante semanas se buscaron sus cuerpos pero no aparecieron jamás”.

Pasadas las aguas bravas, cuando el río se serena un poco, veo a una ligera curiara de pemones pescando. A ellos desde luego no se les ha ocurrido nunca ponerse desafiar por capricho al salto de las Babas. Tienen cosa mucho mas importantes que hacer como por ejemplo la que están haciendo :conseguir comida. Río arriba lo que observo es una especie de cabaña sobre las aguas, esta cerca de la orilla , suelta una humareda feroz por su rudimentaria chimenea y cuando me he alejado suficiente para que el rumor del salto de Babas no lo ahogue compruebo que tiene ruido de motores dentro.

BUSCADORES DE ORO No es una cabaña, o mejor dicho también ejerce de vivienda, pero su labor fundamental es otra. “Es una batea de los buscadores de oro jamaiquinos” me explica Jose, el guía.- Hay muchas. Vienen con la crecida”.

En efecto a cada tramo y en cuanto el río lo permite se observa un penacho de humo que delata otra batea y así cuento hasta tres mas mientras regresamos al campamento. Bajo este mismo lugar y a poco mas de medio kilómetro de distancia aguas arriba diviso otra y no dejaré de verlas de continuo en todas las expediciones por el Caroni. Son ilegales pero nadie dice nada y los pemones, dueños en teoría de toda esta tierra, tampoco. Así que ahí están los negros de Jaimaca intentando cumplir el viejo sueño del hombre y del oro. Un día, al regreso de un poblado pemón, pude contemplar de cerca su actividad. Un buzo , con un rudimentario equipo, un largo tubo a la superficie, unas gafas de buceo y un bañador , se sumergía provisto de una bomba de aspiración e iba removiendo y haciendo subir arena y agua del fondo que después de su decantación y filtraje para extraer el codiciado metal se derramaba por la parte de atrás de la batea. Esta tenía adosada otra especie de chabola que servia de vivienda a los buscadores . Algunos descansaban en sus hamacas mientras un par de ellos que trabajaban en ese momento nos saludaron agitando las manos y sonriendo desde la cubierta de su rudimentario artilugio.

.-¿Y sacan mucho oro?

.- Pues sacaran porque siguen viniendo y cada año alguno mas.

.- Pero si es ilegal …

.- ¿Y quien va a venir a decírselo. Aquí no viene nadie y si a los pemones no les importa…

Pero según parece a los pemones acabó por importarles. De hecho y en el último viaje las bateas jamaiquinas han desaparecido. Me cuentan que el oro ahora lo intentan conseguir los pemones. No se como.

Hay cierta fiebre por el metal en toda la zona. Y una explotación industrial del mismo en el Parque Nacional de Canaima que a juicio de algunos puede estar poniendo en peligro al propio parque.

PEMONES TURISTICOS
Pude pues visitar un poblado pemón, el de Tarsicio, y su larga familia, compuesta por mujer, hijas, hijos, cuñados y algún primo. Total unas veinte personas cerca de un cristalino arroyo que baja al cercano Caroni. Se dedican a la agricultura y a la pesca. Cuando llegue estaban pelando tubérculos para hacer mandioca , esa pasta a la que con largos costaletes de fibras tejidas extraen el veneno para hacerla comestible. Me dieron a probar pero me sigue sabiendo a rayos.

Tarsicio ha encontrado una mina, casi de mayor rentabilidad que sus tolerados vecinos jamaiquinos, en lo de venderles “artesanías” a los visitantes que se acercan desde el campamento de Arekuna y tiene a la familia fabricando a destajo cerbatanas, pulseras y lo que se tercie y que los turistas se llevan con el regusto de haberlo comprado en un “autentico poblado indígena”. Tarsicio es pemón, de pura raza , pero ¡ojito! : algunas de las pulsera que vendía, idénticas, valían la mitad en las tiendas de Canaima.

LOS SILLONES DE LOS DIOSES ANTIGUOS

El amanecer trae la selva al habitación donde uno ha descansado . Todos sus rumores, gritos, cantos y hasta los aleteos parecen estar compartiendo el lugar e invitarle a desperezarte. Se hace con gusto porque es el día de la marcha hasta los tepuis, en concreto a Nonay Tepui, que queda relativamente cerca. Inicio la jornada en una de las imprescindibles lanchas, que me deja a la entrada de una trocha en la orilla misma del río y que antes me ha permitido contemplar como se debe estas selvas. Porque una vez adentrado en ellas solo se sufren y muy poco se disfrutan. Desde la lancha si que puede admirarse la profusión de sus árboles, de sus innumerables especies, de su lucha por crecer mas que el vecino y alcanzar la luz. Se puede uno fijar con detalle en el abrazo asfixiante y al fin mortal de las enredaderas sobre los troncos por los que han trepado, en las palmeras que se yerguen en medio de todos sus rivales con un desafío vertical y hasta oír los gritos de las tribus de monos. Verlos resulta mas difícil.

La ascensión hacia el tepuy no es demasiado dura pero tiene sus repechos empinados y algún mal paso. El sendero transita al principio por una selva tupida, enmarañada, cargada de humedad y con múltiples hilillos de agua que en ocasiones llegan a ser arroyetes que bajan por la ladera. Colgado en las ramas de un arbolillo encuentro al borde de la trocha un nido de colibrí con algunos huevos.

Cuando se remonta a una primera meseta la vegetación se espacia y la selva se abre para dar lugar a zonas dominadas por los arbustos e incluso por algunos herbazales. Hay muchos restos de pequeños incendios provocados por los rayos de las continuas tormentas. Uno es tan reciente, de anoche mismo, que algunos tocones requemados aún tienen olor a quemado .
Es desde esta meseta cuando al fin puedo contemplar en su esplendor Nonay Tepuy, al que antes solo había vislumbrado en la distancia desde el rio, con su farallones tallados verticalmente desde la nube a la selva, inaccesibles y donde, desde lo mas alto, desde el borde mismo del cielo, se desploma, como una cola de caballo hecha de espumas, una cascada.

Sabía ya de estas mágicas formaciones pétreas y míticas. Son los restos de cuando la tierra era joven, cuando todos los continente eran uno, Pangea, y no habían comenzado su descuaje y su deriva . Los Tepuis son los restos de aquellos tiempos, formaciones labradas en la mas remota de las eras, cuando la vida sobre la tierra era todavía un sueño de un dios o de un azar y cuando al hombre ni siquiera se le esperaba en los designios del universo.

Ésa es la verdad científica de los tepuys no menos hermosa que sus hermosas y literarias leyendas. Aquí, en estos mismos parajes, sobre una de estas cimas aisladas y que han visto pasar todas las edades de la tierra imagino su “Mundo Perdido”,el escritor ingles Arthur Conan Doyle, al que solo se quiere conocer por su Serlock Holmes que el llegó a odiar por tapar todo el resto de su obra y sus otras novelas.. En esta Sir Arthur , ” , mucho antes de que existieran el cine y Spilberg y los velociraptores que aterrorizaron el “Jurasic Park”, recreó a pterodáctilos, tiranosaurios, brontosaurios y todo tipo de criaturas ancestrales en convivencia y lucha con diferentes especies de homínidos en plena y enfrentada evolución por sobrevivir en aquella inexploradas alturas en medio de las impenetrables selvas. Preciosa.

Y eso es, cuando uno va caminando, oyendo la selva, oliendo la selva, sintiendo la selva, con Nonay Tepuy al alcance los ojos y otros de sus hermanos emergiendo en las distancias sobre la floresta y las nieblas , lo que siente bajo su piel de humano recién llegado no solo al lugar sino casi como especie a este planeta. Que si los viejos dioses existieron ,si aun sobreviven y si alguno vaga por los cielos debe ser por estos parajes y que es verdad, que es aquí, como cuentan los pemones, donde se sientan a descansar de sus viajes . Los tepuis son sus sillones de piedra desde donde contemplan a esos minúsculos humanos a los que ignoraron por su insignificancia y que se han hecho ahora dueños de su mundo.

Cuando llego junto a la raíz de piedra desde la que se eleva la mole rocosa, justo donde la cascada golpea contra un pequeño canchal de piedras , veo grabados en una gran roca algunos extraños signos indígenas, hoy indescifrables. Son petroglifos. Pienso que deben decir algo del Tepuy y cuando ya desciendo, trocha abajo, con la tormenta de la tarde avanzando sobre nosotros deseo fervientemente que llueva y que se lave la selva de nuestra presencia y que si algún dios antiguo me contempla ahora no le importe que me bañe al acabar el descenso en las aguas frias, oscuras pero en absoluto sucias de su río Caroní.
LOS SALTOS DE UN ANGEL Y UN MOHICANO
El campamento de Arekuna propicia la ocasión y tiene la situación ideal para rematar el viaje a los tepuis que ha de contemplar la visita ineludible a los mas famosos y a los enclaves más impactantes de todos los que pueda ofrecer Venezuela: el Cañón del Diablo y el Salto del Angel. Ha de tenerse algo de suerte . Las tormentas impiden en muchas ocasiones alcanzar esa cita a las avionetas y ocultan su tesoro a los ojos del viajero. Nosotros lo conseguimos al segundo intento y la experiencia me deja una huella imborrable .
El pequeño pájaro, porque lo es en esta inmensidad , el que nos lleva en su barriga por esta inabarcable extensión de selvas , rios y barrancas que se abre a nuestro pies y flanquea con sus altísimas paredes de roca nuestro vuelo. Y el grandiso escenario se eleva a lo irrepetible cuando aparecen ante los ojos las siluetas de los tepuis emergiendo y traspasando las nubes hasta asomar de nuevo sobre ellas para dejar caer desde allí sus cascadas.
La avioneta entra en el Cañón del Diablo y en su cabina se hace el silencio del estupor y la admiración muda de lo no visto . Por un costado se divisa la vertical caida del Salto del Angel, que podía ser por contraposición al Diablo que enseñorea según parece la zona de esa atribulada e impenetrable orografía, pero que como ya ha quedado dicho se llama así por su descubridor, el piloto Jimmy Angel. Este aterrizó en su cima , la del Tuyantepuy, allá por los años 30 con un geólogo, “gringo” como él, que había conocido en Panamá, que le pagó 5000 dólares y que se llevó tras unos días de enfebrecida labor un tesoro en pepitas de oro. Jimmy siguió volando con su avioneta por aquí , quizás intentado localizar de nuevo el lugar exacto donde se encontraba el yacimiento de oro, pero no parece que con demasiada suerte . Sin embargo del nombre del geólogo no se acuerda hoy nadie y Jimmy le ha dado su apellido a la mas alta cascada, con sus 978 metros de caída, de todo el planeta. Todo un salto hasta para un Angel.
Tras la emoción de sobrevolar esta zona, al viajero la famosa Canaima se le queda algo pequeña. Y eso que el espectáculo del río Carrao desplomándose en un horizonte de cataratas con dos tepuis casi gemelos como fondo del cuadro es de una belleza mas que singular y cruzar en una larga curiara por la laguna que forma el río tras superar las cascada, resulta impactante. La espuma de las aguas tiene cierto toque crema, como si las agitadas aguas acabaran por hacerse nata con tanto batido.
Canaima tiene como vecino otro lugar de obligado cumplimiento, el salto del Sapo al que tras cruzar la citada laguna se llega tras caminar un cuarto de hora . El obligado ritual es atravesarlo pegado a la roca con la cortina de agua cayendo ensordecedora sobre y ante uno . Hay momentos en que el vapor de agua y la espuma parecen incluso asfixiarte pero otros si se sabe absorber el instante, si se decide uno a quedarse quieto en algún recodo y empaparse del ruido, del olor y de las sensaciones del agua desplomándose es un lugar que permanecerá para siempre en el recuerdo. En el mio lo estaba y tras el último viaje aún más lo estará para siempre.
Es uno de los pocos lugares además que muchos reconocerán porque aquí fueron rodadas algunas de las escenas mas espectaculares de”El Ultimo Mohicano”, incluido el salto por la cascada del protagonista. Lo cierto es en Venezuela se piden muchos permisos para rodajes en su Parques Nacionales pero sin excesivo éxito. De hecho se solicitó Nonay Tepuy para “Jurasic Park” pero el gobierno se negó. Y me parece que no hizo mal.
Salgo de Canaima.. La última imagen es el extenso y hermoso palmeral que la rodea. Pero no me voy con pena porque el lugar al que me dirijo es por el que un día, hace siete años, supe que iba a regresar a esta tierra: Los Roques.

LOS PELICANOS DE LOS ROQUES
Los pelícanos siempre están allí. Vuelan en alineadas escuadrillas de combate, se ciernen un momento en el aire y se dejan caer en un picado veloz y perfecto ,como mortíferos “stukas”, sobre los cardúmenes de pececillos. Emergen luego con las bolsas de los inmensos picos a rebosar, expulsan el agua, soportan alguna incómoda gaviota al acecho de su descuido y se tragan el pescado capturado. Después menean enérgicamente, con glotón placer, su pequeña cola, como deseándose buen provecho. Y cuando se cansan de comer se ponen a hacer la digestión en fila, como venerables monjes en gozosa meditación, posados en la borda de alguna pequeña barquichuela. Su favorita, alguna razón tendrán, es una que tiene el muy personal nombre de “El saimon soy yo” en la que para conseguir un sitio sea a babor o a estribor hay que reservar sitio con días de antelación .
La repetida e incesante ceremonia de los pelícanos alcatraces pescando en compañía de los mas menudos y estilizados piqueros, las bobas, es la estampa primera y la que acompañara para siempre al viajero que ha sabido llegar y poner el pie en el minúsculo puertecillo, en realidad un arenal y cuatro maderas como pantalán improvisado, de este ultimo paraíso del Caribe, sin coches, sin hoteles, con calles de arena y casitas de colores verdes y azules que se llama Los Roques.
Antes, a vista de pelicano o aun mejor de fragata de ahorquillada cola y alas talladas en algún acero de viento negro, habrá podido ya enamorarse del lugar. Porque al llegar desde el avión que trae a las gentes , lo que aparece bajo los ojos son todos los colores del mar , todos los verdes, todos los azules jugando con los blancos cegadores de las arenas coralinas y la espuma de las olas en los arrecifes y elevándose hacia arriba con el canto mudo de verde aun mas vibrante de los manglares que pueblan los islotes. Que son muchos, mas de ciento cincuenta diseminados por 42 cayos, unos de cierta envergadura como Cayo Grande, con su quince kilómetros cuadrados y otros que apenas llegan a los 0,001 km cuadrado y al que ,claro, le han puesto de nombre Pulguita. Todo el atolón, pues esto es un enorme atolón coralino, con sus barreras externas y sus lagunas internas, hecho a base de la perseverancia de los minúsculos animalejos y cuyo único afloramiento rocoso es el Gran Roque, o sea, la única piedra y tierra verdaderas, esta protegido por dos barreras , por dos arrecifes, el uno de Norte a Sur de 24 km y el otro de Este a Oeste de 32 kilómetros que guardan el tesoro de los Roques a salvo de todos los embates peligros y furias de aguas y vientos que vengan de los duros mares exteriores. Bueno de todos no siempre puede, porque por ejemplo, el huracán “Ivan” azotó tan solo con su cola pero sin ninguna misericordia fondos y costas haciendo sobre todo en los primeros un auténtico destrozo. Nada parece querer recordarlo hoy ni presagiar a ninguno de sus hermanos para un día futuro cuando de buena mañana bajo en el pequeño aeropuerto del Gran Roque, la única isla habitada del archipiélago.
Los Roques están a 166 km de distancia de la costa continental venezolana y la clave primera de que se mantuvieran tan vírgenes e intactos es porque no tenían agua dulce. A esa ausencia de antaño de agua potable deben los poco mas de mil habitantes que ahora residen allí de manera fija, y mucho ha crecido la cosa porque en los 80 no llegaban a 400 las almas residentes ,el poder vivir en el lugar mas cercano al paraíso que aun queda impoluto sobre los caribes americanos
Por Los Roques siempre vinieron gentes desde tierra firme o desde la isla Margarita . Pero de paso. Hasta hace tres mil años venían y se quedaban unos días cogiendo botutos, unos grandes caracoles, a los que tanto se ha explotado desde entonces, como denuncian los enormes montones de sus conchas, que no quedó mas remedio que prohibir su captura porque se estaban extinguiendo. Eso lo hicieron después de que en 1972 se declarara la zona parque nacional. También se prohibió pescar tortugas que era a lo otro que mas se dedicaban aquellos visitantes prehistóricos y sus sucesores que hace ya solo unos mil años dejaron en Dos Mosquises las primeras muestras de cerámica. Resulta curioso que estas dos islitas casi gemelas y enfrentadas la una a la otra fueran el lugar favorito de aquellas gentes que sin embargo por el Gran Roque no paraban demasiado. Tenían otro gusto. Bueno sin duda porque Dos Mosquises es de los lugares mas hermosos dentro de toda la hermosura roqueña.
Pero vamos, que no acababa por quedarse nadie. Tampoco los españoles hicieron poco mas que darse alguna vuelta , lo mismo que los bucaneros y es que descubrieron que aunque lo parecía a primera vista no había ostras de las que criaban perlas por allí. Lo único que lograron sacar fue sal y el viajero Humbolt de eso si que tomo nota diciendo que Caracas disponía de “hermosas salinas en los escollos de los Roques”.
Con las salinas y con el carbón que hacían a base de quemar mangle y ya con un faro, el viejo faro hecho a base de “piedras de coral y cal quemada” que aun domina el paisaje del Gran Roque y que es el monumento mas querido de los isleños, quienes acabaron por quedarse allá por el XIX fueron los holandeses quienes se establecieron en el lugar y lo dominaron por un buen periodo de tiempo. Pero finalmente a ellos también los terminaron por largar los pescadores margariteños que de explotados por los europeos pasaron a ser quienes por fin colonizaran el atolón de manera fija.
La cosa no fue siempre así. Al principio y por los principios del siglo XX lo que hacían era venir para pescar, langosta sobre todo, aunque sin hacerle asco ninguno a tortugas, botutos y peces. Aparecían por el mes de octubre, reparaban sus ranchitos y se quedaban al menos hasta mayo que era cuando se acababa la temporada. Hoy algunos aun lo siguen haciendo , la veda de la langosta se levanta el 1 de noviembre y se cierra el 1 de mayo, pero la mayoría empezó a traerse a su familias y concluyeron quedándose a vivir de continuo. Les fue bien y allí perseveraron, no demasiados, en buena armonía , con sosiego absoluto- si Caracas es la ciudad mas peligrosa Los Roques son el lugar mas tranquilo del mundo donde la delincuencia no existe y donde aun se puede dormir tranquilamente con la puerta abierta o en la playa- y no pasando nunca de un par de centenares de habitantes.
Pero entonces llego el turismo. Menos mal que ya era Parque Nacional y que además seguía habiendo poco agua, porque la vieja desaladora todavía un poco antes del año dos mil no daba ni para un balde al día por cabeza. Ahora aunque hay planta nueva, el viejo resorte de ahorrar toda la que se pueda, continua bien impreso en las cabezas de los roqueños. Y no dudan en recomendarlo también al visitante.
Además , aunque el sitio era de los de provocar una oleada enorme de visitas , quedaba algo lejos y solo podían venir los muy aventureros y los muy ricos, que fueron los primeros en disfrutarlo. Algunos se hicieron casitas y los isleños y algunos italianos y españoles, que de estar de paso pasaron a quedarse, comenzaron a trasformar los ranchitos en posadas que son la forma de hospedaje tradicional y única que existe. Son bonitas, aseadas, limpias y con lo indispensable . Pero no busque usted un edificio ni hotelero ni de otra clase de mas de dos plantas, que no lo encontrara. Y esta muy bien que así lo sea. “Aquí no hay lujos . El lujo es este lugar” me asevera sonriente y ufana la patrona .Las posaditas, de las que hay mas de cincuenta, forman parte del paisaje y acogen al año a unos 80.000 visitantes que ahora tienen mas fácil venir que antes pues salen vuelos diarios de Caracas y se ha puesto de moda el viaje de un día que no sale muy caro desde la atribulada capital. Mucha parejita con posibles lo hace, aunque los que de verdad quieren disfrutarlo sec quedan mas tiempo y se pasan como mínimo una semana. Y algunos una vida, porque ya no se mueven de allí.
LA IGLESIA ABIERTA AL MAR
La estructura del Gran Roque es como sigue: hacia el mar , en la parte mas exterior de la pequeña bahía están los barcos de mayor tronío, algún yate y veleros de buen porte, luego, en una larga línea las barcas de pescadores que ocupan justo la orilla, unas flotando en el agua y otras varadas. En paralelo con la fila de barquitos, hermanada con ellos, están las casas de una planta que albergan viviendas, algunos bares y restaurantes , a los guardaparques y a la iglesia. Lo que mas me gusta es la iglesia.
En Los Roques no tienen cura fijo pero la iglesia siempre esta abierta. Y esta abierta por los cuatro costados, porque no tiene puertas ni paredes cerradas. En pequeña, limpia, blanca y azul, amable, con la imagen ingenuamente tallada de una virgen marinera, su patrona. Por la noche y como al lado hay un restaurante-bar con mesitas y velas- el rumor de los amores de las parejas se cuela hasta el altar . Allí se celebran bautizos y los oficios navideños y el día de la Virgen del Valle, el 8 de septiembre, sale una romería marinera durante la cual los “peñeros” pasean por el mar su protectora.. Me cuentan que ,además, ahora se ha puesto de moda entre algunos ricos venezolanos el casarse en la iglesita y que hay que ver como se pone. Me lo imagino. No imagina uno un entierro en ese lugar , aunque los habrá, claro, porque en Los Roques la gente no tiene ninguna pinta de morirse.
Yo empiezo a hacer en Los Roques lo que debe hacerse: disfrutar del mar. Un paseo a cualquier cayo es lo primero y después de aspirar el color y el olor de sus aguas, sumergirse en ellas. Los fondos son de los mas espectaculares del Caribe, aunque han recibido en algunos lugares el duro castigo de “Iván” y muchos corales están destrozados. Con todo y en cualquier lugar los peces del arrecife salen al encuentro y hay lugares portentosos de formaciones inauditas de coral cerebro, reconozco que por alguna extraña razón mi favorito, parece que uno se encontrara con un mar lleno de inteligencias y de ondulantes gorgonias . Contarle el colorido de los bancos de peces es gratuito. Aquello parece un homenaje a Cousteau.
Quiero visitar un lugar especial. Le llaman “La Piscina” y es eso, una especie de piscina, con salidas a mar abierto que quizá sea la concentración de mas belleza submarina que recuerdo. Y deberá quedar ahí durante mucho tiempo y sin refrescar porque tardara mucho en recuperase si es que aun día lo logra. El huracán la ha cegado en buena medida y arramblando con no poco de su espacio y de sus corales y peces. Pero “la Vieja” sigue merodeando por allí.
“La Vieja” es una tintorera que me dio el susto de mi vida hace siete años cuando me la tope de cara al darle la vuelta a un gran formación de coral , precisamente cerebro, y me pareció que por lo menos media tres metros. No se aún hoy, con toda su longevidad tiburonil llegue a los dos pero a mi me puso el corazón a rebato. En realidad nos asustamos bastante los dos y cada uno salió de naja por su lado.
“La Vieja” siempre ha estado allí y allí ha decidido quedarse a pesar del “Ivan”. Me cuentan que una acompañante que tuvo durante algunos años pereció a manos de un furtivo pescador de arpón que encima bajo con botella, el muy cabrito.
Tiburones ya no quedan muchos por aquí. Están siendo tan castigados por la pesca que su disminución alarma. En estas piscinas de los atolones solían dejar a sus crías a cubierto de los peligros del mar abierto, o sea que eran, y aun siguen siendo aunque con pocos “niños”, guarderías de tiburoncillos que allí medran para cuando ya son unos escualos hechos y derechos salir a buscarse su vida pirata y sanguinaria por los océanos
La mejor manera de pasar el día, pues, es en el mar y dejando llevar a hasta uno de los muchos cayos. El más lejano, ya lindando a mar abierto es Cayo del Agua. Queda lejos pero quizás sea el más bravío y el más hermoso. En mi última arribada allí acabé por dar con los pelícanos que esta vez no habían querido venir a saludarme en el puertecillo del Gran Roque. Sea como fuere y en Los Roques uno acaba encontrando lo que busca con tal de que no le eche muchas prisas.

PESCA CON “FLAI” Y “TROLEO” DE BARRACUDAS.
Pescar en Los Roques es otra de las decisiones que no se lamentan. Mi voy con Orlando y Edgar, vamos a por el Pez Raton , o Pez Hueso que es la estrella y por el que hasta aquí peregrinan los mas apasionados pescadores deportivos norteamericano. Tantos vienen que ahora los isleños a la pesca con mosca que no conocían la han bautizado como pescar a la “flai”.
.- O sea, con mosca.-dice el españolito entendido.
.- No, no. Aquí se pesca a la “flai”
Y con flai, a pie por cayos someros o en barca, es como me dedico a pescar al pez ratón. Lo localizan por los enturbiamientos que crea en las aguas sobre los fondos arenosos. El verdoso de las aguas aparece de pronto y en una extensión como emborronado y es que allí están los bancos de peces removiendo el fondo para comer. Se pesca al lance ligero y recogiendo con tironcitos. Entran como “tigres” y huyen como torpedos. Uno grande, pueden llegar a los cinco kilos, me quemó el sedal al salir como una bala y a pesar de que le soltaba carrete.
En Pez Ratón tiene tantas espinas que apenas si se ha pescado por su carne y ahora la mayoría de ellos son devueltos al mar una vez completada su emocionante y cardiaca captura . Así se preserva el ecosistema y el negocio. Pero no todos tienen tan buena suerte. Los mas pequeños se quedan abordo porque el pez ratón es el bocado mas apreciado por las barracudas. De hecho vi a una enorme adentrarse, como una sombra ominosa, en uno de los bancos y salir con un buen pez entre los dientes que se tragó de dos bocados ante nuestros ojos . Pues ese, va a ser el cebo para la segunda parte de la mañana, de la segunda mañana mejor dicho porque la primera tuvimos la mala suerte de quedarnos averiados, con el motor muerto, y a la deriva durante un par de horas hasta que pasaron unos guardaparques y nos remolcaron al puertecillo. Los dos peñeros ni inmutaron. Nada de estrés, la deriva nos hubiera llevado en una hora mas hasta la punta de una isla donde ya hubiéramos conectado con algún otro barco.
La técnica de pescar barracuda se llama “troleo”, que es como el curricán. Ponen el pez ratón vivo de cebo se suelta hilo y se le deja a unos veinte o treinta metros de la popa de la barquichuela. La barracuda o “picua”en argot roqueño no tarda en hacer su aparición, como una mancha oscura que sigue al pez. El ataque suele ser fulminante. Tras sentir el tirón primero, potente, hay que dejar hilo para que el predador trage su presa sin recelo y es después cuando empieza el combate que no es pequeño con un animal que sobrepasa los siete kilos y que alcanza con frecuencia los quince. Muchas veces se pierde la presa porque la barracuda corta limpiamente con sus afilados dientes la mitad del pez y deja tan solo la cabeza con el anzuelo. Cuando se consigue acercarla y vez que llega a la lado de la barca los peñeros no se andan con ninguna contemplación . La clavan con un gran garfio y una vez izada un palo contundente en la cabeza elimina cualquier peligro de sus bocados, que pueden ser muy peligrosos.
Logre capturar algunas y especialmente el salto de la ultima de ella para intentar arrancarse el anzuelo es de las imágenes que uno ya guarda para una vida. Las barracudas si que son apreciadas por su carne y las cuatro que conseguimos izar a bordo tenía contentos a nuestros guías.
El atardecer en Los Roques hay que pasárselo al borde de la playa. Lo otro es perderse un cuadro de los que nunca podrán colgarse en el Louvre . La noche tiene olor dulzón de ron y fiestas. Hay un bar que ha puesto como sillones grandes costalones llenos de arena y cuya terraza es el suelo de la playa, apenas a unos metros del agua . Se llama “Aquaerena”, pero en muchos otros hay “baile rico”. Lo que no se suele es trasnochar mucho . Por lo menos los días de diario pasada la una de la madrugada es hora de apenas nadie por las calles de arena. Los fines de semana hay , claro, bastante mas trasnoche. Pero en general lo que pasa es que en los Roques el trasnoche se suele llevar ya puesto y emparejado.
Los isleños tiene algunos sitios mas de ellos que de los turistas. El mas especial es un bar justo en la plaza central donde eso si solo sirven refrescos y cerveza porque a licores mas fuertes no están autorizados. Es al que acuden los pescadores y sus precios son con mucho los mas baratos.
Uno se puede pasar en Los Roques una semana, un mes o una vida pero soy de los que tuve la sensación por fortuna cumplida de que un día regresaría y allí he regresado en varias ocasiones y espero volver a hacerlo en cuantas me sea posible.. Este lugar, mas que ningún otro, es la cara mas hermosa de esa Venezuela que siempre sale convulsa y manifestante en todos los telediarios. Aquí la vida tiene otro ritmo y una muy diferente cadencia. Tanto que en toda su historia hace unos años se tiene noticia del único crimen sangriento que sacudió a las islas. Protagonistas fueron unos turistas italianos. Acabó por ser cosa interna y de ajustes de cuentas entre ellos mismos, aunque me parece que no por un asunto turístico precisamente. Pero fue tal la conmoción que los roqueños lo siguen contando, como lo del Ivan como lo del francés que arponeo a la compañera de “la Vieja”. Porque si, aquí la vida tiene otro vivir. Los Roqueños lo saben y no hay manera de arrancarlos. De hecho ahora suelen ofrecerles autenticas millonadas por sus casas, el bien mas codiciado. Y la respuesta es casi siempre negativa.
.- Si acepto la plata , tendré mucha plata pero para ¿qué?. Me tendría que ir a vivir fuera y yo lo que quiero es seguir viviendo aquí.- suelen responder.

Los roqueños se sienten muy orgullosos de todo ello y no cambian su forma de vida por nada . Gastan la broma de aquel a quien le vinieron a comprar la casa y dijo que por un millón lo hacia. El “gringo”, pues era gringo se marcho muy contento pensando que era de bolivares, pero cuando volvió al día siguiente el roqueño le dijo.-No señor, no. De los suyos. El millón es de los suyos.
Estoy tumbado en la playa del “Aquarena” en el ultimo atardecer. Del mar, de hacia el continente, viene una oscura fragata que en un suspiro alcanza la costa y se pierde hacia el viejo faro . Tras su estela llega el ruido del avión. Los que tenemos que irnos nos ponemos en pie y vamos caminando el corto trecho que nos separa del asfalto, casi el único de la isla, de la pequeña pista de aterrizaje. Luego, mirando tristemente al paraíso que se nos escapa, nos elevamos rumbo a Caracas, rumbo al atasco de coches y prisas que ya nos preludia la vuelta a casa.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

Lo más leído