Estos días muchas casas tendrán nuevo inquilino: un cachorro. Un perrete que hará las delicias de los niños y de los grandes. Bueno será saber desde ya que como todo ser vivo hace cuatro cosas esenciales: comer, beber, mear y cagar. Además suele emitir sonidos, gemir y ladrar, y siendo como es , un crio, suele morder, arañar, y cometer todo tipo de travesuras. Pero hay más, no es una cosa. Siente y padece, se alegra y goza.
Y otra más, depende por entero de nosotros. Para el nosotros somos su manada y en ella ha de encontrar y saber desde el primer momento su sitio. Será lo mejor para el y para todos.
No hay nada que objetar por la creciente simpatía hacia los animales de la sociedad urbana. Ni el mejor trato que se les dispensa en la rural. Pasaron, por fortuna aquellos tiempos crueles en que en un pueblo uno se agachaba y el perro salía, en un acto reflejo, corriendo, fingiéndose cojo y aullando. O sea, que se ponía la venda antes de la pedrada.
Pero el maltrato continua y a veces de manera masiva. La primera y más silenciosa pero terrible forma es la del abandono. El cachorro crece y molesta cada vez más. Y entonces se le tira. Cientos de miles corren esa suerte. Sobre ellos se habla poco. Es más periodístico el cargar las tintas sobre casos terribles de animales cruelmente asesinados y si la canallada la comete un cazador, mejores titulares. Que hay que hacerlo porque si alguien es más compañero de un perro que nadie es el cazador y sobra un caso para seguir denunciando la atrocidad. Como parte de ese colectivo, no entiendo practica más repugnante, cobarde y repulsiva.
Pero el abandono es el crimen masivo. La inmensa mayoría perecen, atropellados, de pura inanición, o sacrificados en las perreras. Tan solo unos pocos encuentran una segunda oportunidad.
Un hombre que maltrata a un animal indefenso se retrata en su infamia. Resulta gratificante, pues, que el rechazo social crezca y se les trate cada vez mejor. Aunque eso tampoco significa que alguien que quiera a su perro extienda esos buenos sentimientos al conjunto de su vida. He conocido auténticos h.de p. que amaban a sus perros tanto como odiaban a sus congéneres humanos.
P.D. Los dos de casa andan bien. El viejo Lord, 16 años de perro que son muchos años, aun talonea, aunque ya no puede venir a cazar. Se conforma con acarrear, a la vuelta, algun conejo que pasea muy orgullosamente. El joven Mowgli, dos años, tambien bretón, aunque de pequeña alzada, es ahora el que trabaja. Se llevan, por lo general muy bien, aunque el pequeño le «chulea»comida al viejo al menor descuido. El otro pobre ya se sabe inferior en fuerza y agilidad y se retira. Sin embargo, cuando un perro de la cuadrilla atacó al abuelo, salto sobre el como una pequeña furia en defensa de su anciano colega. El gesto me llenó de emoción y ternura. Ahora estan los dos en la cabaña. Fuera llueve, sutil y blandamente. Nieblas meonas y nubes plomizas vienen desde la sierra de Altomira. Dormitan juntos, al lado de la chimenea, en un sofá. Lord ronca y sus cansados pulmones parecen un fuelle viejo. Mowgli dormita con un ojo medio abierto por si a mi se me ocurre la locura de ponerme las botas y salir a dar una vuelta.