No pude ver ayer a Zapatero en TVE porque me encontraba yo mismo en otra televisión, la de El Mundo, donde me imaginaba que nadie me estaría viendo a mí. Luego resultó que sí, que siempre hay alguien que te ve y no fueron pocos. Se hincharon a mandar sms de hecho y los sindicatos, presentes en el debate, quedaron bastante mal parados.
Pero vuelvo a Zapatero. Digo que no lo vi por imperativo de trabajo pero de haberlo podido hacer tal vez no hubiera tardado en pasarme a los policías forenses del CSI tras soportar unas cuantas preguntas y , sobre todo, escuchar algunas respuestas. Pero hoy , profesionalidad obliga, me he obligado a verlo. Al menos un amplísimo resumen.
El presidente del Gobierno maneja la puesta en escena y el escenario asi como su gestualidad de sonrisa y manos, que agita como si de alas arcangélicas se tratara, con una maestría maravillosa.
Y cautiva a mucha gente, sobre todo a los que están previamente cautivados emocionalmente por el “sentimiento” de izquierda.
Uno, sin embargo, ya “no tiene un pase”. Vamos, que no está para un discurso más y la tramoya le estomaga.
Yo no tengo por Zapatero ninguna animadversión feroz, no es alguien ni que me repela obsesivamente ni al que odie ni personal ni ideológicamente. Sé que el odio o al menos el asco políticos están muy instalados en nuestra sociedad pero me he ido quitando según avanzaban los años. Lo que me pasa es que ni confío en él ni me convence y percibo en su mensaje muy poca verdad y si mucha hojalata. Y cuando lo he visto al lado de líderes con hondura, por ejemplo Lula, se me ha caído todavía más al suelo.
El paisanaje , por h, b o z (sobre todo z) lo vota y parece que lo seguiría votando. Yo como demócrata acepto el veredicto de mis conciudadanos, pero como persona, como individuo libre, tengo el derecho legítimo a no compartirlo. Y la verdad es que lo comparto cada vez menos.
