Se acusan los partidos políticos de corrupciones, corruptelas y choriceos varios. Y tienen toda la razón. Pero la tienen todos y todos la tienen perdida. Pues afean al contrario de lo mismo que practican. La casta política, pues esa es la verdadera definición de quienes han hecho profesión de la presunta ideología encuadrados en partidos donde quien no lame no mama, es clónica , independientemente de siglas, y para demostrarlo ya está el Audi. Si se abrieran las faldas de un Vesubio y esto fuera una Pompeya a ver quien era el arqueólogo que sabia distinguir entre la momia de un taifas de estos o de un alto cargo de los otros.
Es la casta y el sistema quien abre las veredas de “correas” o “calayos”, de “mortadelos” y “sastres”. Y en todos los sitios cuecen habas y en todos pretenden retirarlas de la misma manera de la lumbre cuando se socarran. Con una comisión de investigación a medida de los investigados que concluye que los culpables son las victimas. Pongamos de hablo de espías en Madrid. Una pantomima como aquella del incendio de Guadalajara y que se reabrirá de idéntica manera. Lo que voten las siglas políticas ya lo rebotarán los tribunales.
Esa es otra. También son las siglas políticas quienes votan en los tribunales. Y pongamos que hablo ahora de Garzón. Pero , aunque no tan “monos” mediáticos, con la sigla como máximo principio jurídico votan en los más altos tribunales, empezando por el Constitucional, capaz de declarar ajustado a ley que , por ejemplo, el sexo exige desigualdad legal, o en ese Consejo General donde ya ni siquiera se disimula que quien propone manda.
Pero no es solo cosa de palacios de califas moros o reyes cristianos restaurados para deleite de los nuevos emires y señores, ni de corredores donde roza el terciopelo. Habas se cuecen también en las cabañas. Y no digamos ya en los sindicatos. Le llaman responsabilidad a seguir en la teta liberada y se van en manifestación a dar vivas al gobierno que ya va por los tres millones y medio de parados.
Por donde mas borboteaba el caldero era por el ladrillo, donde se prendía la candela con mazos de billetes de 500. Allí era el aquelarre, el baile que recorría toda la geografía entera, de corruptos y corruptores saltando borrachos de poder e impunidad a la luz de las hogueras, exhibiendo yates y aviones o recibiendo en las comuniones cheques del “Padrino” . Corruptos o corruptores, es lo mismo, la corrupción es cosa de todos.
Y de todo ello debía de dar cuenta y relato el periodismo. Pero resulta que el relato es una parte más de la tramoya y los medios de comunicación la polea de transmisión de los feriantes anteriormente señalados. Polea cuando no motor, infantería cuando no generalato , que hay quien ya aspira, porque ha probado, a ser entrenador, delantero centro y presidente de la bandería de los verdes o de la “contrade” de los morados.
La corrupción somos todos. No es cosa sólo de políticos. Es cosa de una sociedad que ha vivido y medrado en ella. Es una forma de vida y trinque que parece haberse anclado en el alma colectiva, que quien no corrompe 1.000 millones es porque se tiene con corromper una pensión falseada, un salario trampeado o un subsidio mentiroso. Aquí el que no trinca un “jaguar” se lleva al menos una manta.
Y no hay cura. No puede haberla. Porque todos nos hemos puesto de acuerdo tan sólo en una cosa: corruptos son siempre los otros.Y no. La corrupción somos todos.