Bokabulario

En la muerte de Adolfo Careaga: adiós a un amigo

Un amigo de Bilbao me escribe por el Skype para darme una mala noticia: ha muerto Adolfo Careaga. Hemos llegado a una edad en la que, cuando suena el teléfono o el Skype por la noche, nos tememos el anuncio de la muerte de un amigo.

Un hombre generoso como pocos, dispuesto a dar y compartir; un patriota que creía en España; culto, con libros por toda la casa; un liberal de verdad. Con cien como él, ¡qué distintas serían las cosas!

Poco más puedo y quiero decir sobre Adolfo Careaga. Hay tres costumbres modernas sobre el trato que damos a los muertos que me desagradan sobremanera: la rapidez en el entierro, los aplausos y discursos en los funerales -como si estuviéramos en una boda- y los tanatorios.

Por tanto, yo sólo añado lo que me gustaría que se leyese en mi funeral, después de los Evangelios y en una misa oficiada en latín y con el cura de espaldas:

Demos gracias a Dios de habernos otorgado el combate, y no pidamos sobre la gracia del combate, la gracia del triunfo a aquel que en su bondad infinita reserva a los que combaten bien por su causa una recompensa mayor que la victoria (Donoso Cortés).

El viaje no concluye aquí. La muerte es sólo otro sendero que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces cuando se ve. (…) La blanca orilla, y más allá la inmensa campiña verde tendida ante un fugaz amanecer. (J. R. R. Tolkien).

Y esta música.

Dios, en su sabiduría y misericordia le permitió asistir al desalojo del PNV del gobierno vasco. Una pequeña alegría humana.

En fin, todos cruzaremos la línea que nos separa de la otra vida.

Una carta suya me quedó pendiente de contestar. Ese compromiso se satisface con otro a partir de ahora: otra alma por la que rezar y a la que pedir.

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Autor

Pedro F. Barbadillo

Es un intelectual que desde siempre ha querido formar parte del mundo de la comunicación y a él ha dedicado su vida profesional y parte de su vida privada.

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