Participo en Salobre (Albacete), pueblo natal de Bono, en unas jornadas sobre desarrollo rural. El presidente del Congreso ha ejercido, y sabe hacerlo, de anfitrión y han asistido los presidentes de Castilla-La Mancha, José María Barreda, y de Galicia, Alberto Núñez Feijó, uno PSOE, el otro PP, pero que pusieron de manifiesto cercanía más allá de siglas. Una normalidad en la cierta anormalidad reinante.
Pero dejemos, por un día, vericuetos políticos y vayamos al campo. Y lo que quiero decir es que, aunque no se lo crean, el campo no es una postal a la que los urbanitas vamos de visita los fines de semana. Que es cuando mayormente vamos porque en agosto el común se va a la playa .
El campo existe, más alla de la visita. Y vive en el y de el gente. Es más , son quienes producen los alimentos, los cereales, las verduras, las frutas, los huevos, las carnes que cada día consumimos. Pero sobre ellos tenemos la imagen de que parece que solo han de ser el lugar apacible e idílico y su única pauta de desarrollo es una casa rural y convertirse todos en camareros.
Caricaturizo, ya lo se, pero no está lejos de la realidad la caricatura. Y el campo, el medio agrario, ha de poner en valor su valor. Ese, primario y esencial, y el no menos trascendental de seguir cuidando del territorio. Ellos son sus guardianes.
No estoy en la imagen bucólica de agricultor o el ganadero, ni añoro épocas pasadas. Que eran terribles en sudores y vida. Pero es hora de empezar a ver y a comunicar al mundo rural de otra manera. Como productores, como empresarios agrarios, como PIB, eso que parece que sólo mide industrias pero que tambien mide cereales, viñedos y sus trasformaciones, que si son industria. Y todos riqueza.
Cierto que el ocio de la ciudad puede ser parte de la sostenibilidad del campo. Pero no puede ser el todo. Y diría que tampoco lo más importante. La mirada debe empezar a dirigirse a la raiz. La población agraria, envejecida y decreciente, está en verdadero peligro. Y su mantenimiento puede comenzar a ser una prioridad nacional.
Pero lejos de pensarse en ello pareciera que se sigue empeñado en aplicarles las peores burocracias y afectar a sus labores y laboreos con crecientes impedimentos y cortapisas. El labrador y el ganadero parecen, de principio, candidatos a delincuentes meioambientales cuando son ellos los prioritarios hacedores y conservadores del medio.
Se ha puesto tanto acento digo en presuntamente proteger todas las plantas y animales que en nuestras tierras habitan, que parecemos habernos olvidado de los humanos que allí trabajan y del campo viven. Suele exclamar el urbanita que “el campo es de todos”. Pero parece que los unicos que no son sus dueños, dado el intervensionismo administrativo y la creciente interferencia de los sumos sacerdotes del talibanismo ecologista, son lo que sí lo son de veras. Al menos mientras que la propiedad privada sea un hecho y el trabajo sobre ella confiera algún derecho.