Tiene que llover a cántaros. España necesita la lluvia más que nunca. Pero no sólo el campo sediento, no sólo los pantanos esperan el agua purificadora y vivificadora. Lo esta necesitando una sociedad cuarteada por la crisis económica y agostada por el espectáculo político. Necesitamos agua, mucho agua.
Pocas veces la ciudadanía ha tenido ante si una situación de tal desaliento y de tal falta de perspectiva futura. Siente, y no le faltan razones, que nadie piensa en ella y que quienes la gobiernan sólo piensan en sus intereses para seguir haciéndolo y quienes aspiran a gobernar únicamente aspiran a que los otros se achicharren para ocupara su lugar, confiando en que los socarrados no sean ellos.
El Gobierno aspira a que el caso Gurtel, aunque sea a base de pasear una y otra vez los mismos “moros” y los “regulares” que tienen en recámara para cuando los primeros empiecen ya a no colar, se prolongue mediante la dosificación político-procesal del escándalo llegue hasta las elecciones autonómicas del 11 y se arrastre y haga reptar a la oposición hasta las generales de 12. Confían que para entonces y por obra y gracia de Europa, Obama o el Espíritu Santo la crisis que nunca existió comience a remontar.
La oposición aspira, por su lado, a que para entonces nuestros bolsillos sigan para entonces sobrecogidos por estacazos de la recesión y el paro y que la pandilla de golfos enquistados en sus filas o aposentados en las antesalas de sus despachos tenga algún límite en extensión y deje de ahondar y profundizar en su estructura. Que se acaben de leer los 34.000 folios que aún quedan y cuando se dé cumplida propaganda del último de ellos, la pesadilla pueda tener punto final.
Esos son sus cálculos. Tan sencillos como miserables. Porque lo que tiene es que llover, tiene que llover a cántaros.
Que llueva todo lo que sea necesario sobre le Gurtel. Que el aguacero sea un escarmiento para todos, que se destapen todos los “Gurtel” de todos y con el mismo rasero de medir. Se llamen Mercasevilla, Palau, Egijo, Baleares o Estepona. Que los delincuentes sufran el peso de la ley y los indignos de estar en política sean arrojados de ella sin contemplaciones.
Que llueva también contra los que desde el Gobierno no han querido primero y no han sabido después afrontar una de las ciadas económicas más importantes de nuestra historia que tiene en el paro a 4,2 millones de compatriotas. Que llueva sobre las espaldas de quienes nos engañaron primero negando la evidencia y después lejos de buscar soluciones se dedicaron a buscar culpables, los que fueran, desde Bush a los “demoníacos” empresarios, en vez de asumir la más mínima responsabilidad y actuar en consecuencia.
A estas alturas las gentes de a pie han actuado con mucha mayor seriedad y sentido que sus gobernantes sean estos nacionales, autonómicos y municipales tras haber cometido todos el mismo error: despilfarrar y vivir por encima de sus posibilidades. Todos hemos cometido ese pecado. Pero al ver ya no las orejas sino el mismísimo garganchón del lobo, el común de las gentes ha optado por lo sensato: gastar menos y hasta ahorrar. O sea, lo contrario de lo que siguen haciendo sus gobernantes que no encuentran mejor solución que derrochar el dinero en rotondas y pajareras en el peor ejercicio que se conoce de pan para hoy y hambre para mañana.
A estas alturas las sencillas gentes de a pie perciben que lo que Gobierno y oposición deberían hacer es afrontar juntos y con humildad la dura travesía. Pero el Gobierno entiende el acuerdo como que le den la razón en todos y cada uno de sus pasos aunque sean verdaderos disparates y la oposición como que el Gobierno simplemente se haga el harakiri y se entregue. Y las gentes con ello ya saben lo siguiente: que lo deseable es lo imposible. Que tal cosa no sucederá. Que ellos sólo importan cuando tienen que votar.
Así que llueva y llueva, aunque haya que temer cada vez con más aprensión que estos aguaceros en vez de calar la tierra y purificar la atmósfera se transforme en una feroz tormenta que nos deje caladitos hasta los huesos los presentes y apedreados los futuros.