Las oí pasar bajo las estrellas- a las grullas siempre se las oye primero y luego se las intenta descubrir en el cielo- cuando el aire de la noche, de un día que había amanecido soleado y tibio, se tornaba gélido a cada ráfaga. Grullas al borde del invierno bajando desde Teruel, desde Gallocanta. Las grandes bandadas ya habían cruzado hacia el sur apenas principiado el otoño pero a estas las estaba oyendo pasar en la noche cristalina de diciembre que había comenzado a destilar el hielo por la punta de cada una de sus estrellas.
Al día siguiente , con el cielo ya encapotado, ví sus formaciones. Volaban raudas, una sucedía a otra y algún ave rezagada se afanaba en trompeteos y clamores para enlazar con cualquiera de las uves dibujadas por sus compañeras . Venían traspasando la Sierra de Altomira, entre Cuenca y Guadalajara, después de haber sobrepasado los Montes Universales, buscando la depresión del Tajo, ya más serenado, para avanzar veloces hacía el sur. Barruntaban la tormenta, presentían el frío de las tierras polares que las vieron nacen, y el ritmo de sus poderosas alas era enérgico y continuo. Traían detrás la nieve. Venía a sus alcances y perseguidas por ella pasaron a centenares durante toda la mañana. Las grullas dejaron de pasar cuando, cada vez más cenizosas, las nubes comenzaron a arremolinarse sobre El Enebral , sobre el mirador y la sabina bajo la que reposa para siempre el buen “Lord” que otras veces también hubiera mirado hacia lo alto conmigo buscando las siluetas de los grandes pájaros viajeros.
La ventisca, anunciada por las grullas, se desató con las primeras sombras. Primero blancos y duros anisillos repiquetearon en los árboles, los arbustos, la cabaña y la tierra, luego copos furiosos trizaron el espacio nocturno, después la cellisca se agitó y silbó durante toda la noche con los ventisqueros corriendo la nieve hasta amontonarla en los terraplenes. El amanecer trajo el albo paisaje que las grullas, hijas del norte, habían anunciado. A esas horas ellas reposaban en las más recogidas dehesas de Extremadura. Mientras, el reposadero turolense ahora vacío, las tierras del Bajo Aragón, el Alto Levante , la Nueva Castilla y la Mancha tiritaban de frío.