Bokabulario

Un libro del genial Julio Camba para conocer la II República

¿Quieres saber cuándo empezó a usarse la palabra enchufe para designar a los colocados a dedo en la Administración?, ¿y quién denunció que en un cementerio se había levantado una tapia para que la chusma se diese el gusto de derribarla? Pues tenéis que leer Haciendo de República.

Para mí, la mejor novela sobre la guerra civil de 1936-39 es Madrid, de Corte a checa, de Agustín de Foxá. Y la mención de mejor crónica periodística sobre la II República se la disputan ex aequo Madrid. El advenimiento de la República, de Josep Pla, y Haciendo de República, de Julio Camba.

Ahora, la editorial catalana Libros del Silencio ha escogido este título para inaugurar su colección El arte de la discusión. La actual edición reúne los 39 artículos de Haciendo de República ya conocidos, con su presentación y final, más una cuarentena de artículos que abarcan los años republicanos, la guerra y los primeros meses de la guerra europea.

Por las páginas pasan la paletería de las élites españolas (¡impagables los artículos sobre la llegada de ideas nuevas a España identificada con la arribada de chisteras a islas de salvajes!), la corrupción de los socialistas (es en esta época cuando nace el uso de la palabra enchufe como empleo dado por un cacique a un compañero), el anticatolicismo, la violencia y el fracaso del régimen republicano, que Camba no recibió con hostilidad, sino con esperanza.

Como en todos sus artículos, traten sobre el zoo de Berlín, los hoteles de Nueva York o los crímenes en Londres, Camba es capaz de, en un par de folios, sorprendernos con un lenguaje sencillo y unas ideas geniales. Por supuesto, este libro no es una excepción. Los juicios sobre el nuevo régimen son demoledores. Camba insiste en que él conocía a los prebostes de la República, pues muchos habían sido compañeros suyos de pensión o de café. «Son legión los republicanos que (…) no fueron nunca en rigor más que partidarios de un cambio del nombre de régimen.» Se siguió haciendo una política que sabía «a pollo de hotel». Atribuye el fracaso de la Revolución de Asturias a que los revolucionarios, aunque «contaban con todos los elementos de combate necesarios para su triunfo, pero en el momento decisivo (…) se pusieron a matar curas y comer jamones».

En los artículos de este libro encontramos comentarios y hechos que valen para la España de Juan Carlos y de ZParo. Las similitudes son inquietantes. Juzgue el lector y donde pone Azaña ponga otro apellido:

Me he enterado de que soy católico y de que nuestra civilización es una civilización católica, y de que (…) todos los españoles somos católicos aunque lo ignoremos y no pongamos jamás los pies en una iglesia.

Hubo un momento, en efecto, durante el cual quisimos darle a todo el mundo la nacionalidad española. Los chilenos, los peruanos, los mejicanos, los argentinos, los judíos de Hungría, de Rusia y de Salónica; todo el mundo iba a ser español; y sólo dejarían de serlo los catalanes, los vascos, los gallegos, los andaluces y demás habitantes de España.

Todos los conflictos bélicos que estallan en el mundo no nos interesan nunca, a los españoles, más que en cuanto pueden suponer una variación táctica de nuestra antigua e interminable guerra civil.

Es una República de hombres muy avanzados que se avergüenzan de España porque España tiene la costumbre de ir a misa.

[Los socialistas] son burgueses y están encantados de serlo, y por eso precisamente es por lo que predican la revolución social.

[Al anterior jefe del Estado] se le puso fuera de la ley y quizá haya llegado hasta a ejecutársele, pero nada más que moralmente. Al fin y al cabo, señores, no en balde España es un país famoso por su capacidad de imaginación.

Azaña fue la discordia, el rencor, la división en bandos irreconciliables, la envidia y el secretismo.

En resumen, España ha dado un salto atrás de más de 70 años. ¿Se repetirá la historia que ya conocemos o habrá alguna manera de sacudirnos este olor a polilla que impregna el país?

A la nota del editor que prologa esta edición sólo le hago un reproche: no destaca la brutalidad de la censura de prensa republicana. «Así las cosas, no es de extrañar que la censura fijara sus ojos en Camba. Los periódicos le devolvían sus artículos de forma cada vez más frecuente». Y es que la censura del Gobierno de Azaña solía cerrar periódicos mediante órdenes dadas por teléfono y encarcelar a sus propietarios y directores sin ponerlos a disposición de un juez, como le ocurrió a Juan Ignacio Luca de Tena, preso dos veces por casi cuatro meses y que para evitar un tercer encarcelamiento huyó de España. Luego colaboró en el alzamiento. Para comprender por qué lo hizo, así como para comprender por qué Camba elogió al general Franco se debe de leer este libro.

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Autor

Pedro F. Barbadillo

Es un intelectual que desde siempre ha querido formar parte del mundo de la comunicación y a él ha dedicado su vida profesional y parte de su vida privada.

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