Dicen las gentes de la hermosura de las noches de procesión con la luna llena iluminado el cielo y, por ejemplo, la Esperanza de Triana cruzando el puente del Guadalquivir. Quizás no sepan que en absoluto es casualidad que haya precisamente luna llena y no un año sino todas las Semanas Santas. En realidad es por ello porque esta cambia de fecha. Por seguir a la luna.
Es la primera luna nueva de la primavera y al llenarse es cuando se celebra la Pascua Judía. Fue en esa Pascua hace 2010 años cuando tuvo lugar la entrada a Jerusalém de Jesucristo, cuando fue prendido, torturado y muerto. Sus seguidores actuales, los cristianos, celebran en esa fecha su pasión y resurrección. Y claro, la conmemoración ha de tener lugar en ese momento , o sea en esa luna. Así pues no es casualidad ninguna. Pero eso no quita un ápice de la belleza. O quizás aún se lo añade.
En España se lo aumenta, además, la idea de la Madre. Porque la otra connotación especial de la Semana Santa española y ,cuanto más hacia el Mediterráneo y hacia el sur más notorio resulta, es el protagonismo definitivo de la virgen, o de las diferentes vírgenes hispanas. Se conmemora la pasión del hijo pero se celebra a la madre. Y es todo un símbolo de vida, tras la muerte del hijo, esa madre rodeada de flores y aromas de primavera. De nueva vida.
La virgen Maria no tiene apenas protagonismo alguno en los Evangelios. Su papel es más bien secundario. Pero desde la Edad Media y sin duda como elemento diferenciador luego de los católicos y en particular del catolicismo español y su trasplante a Iberoamérica y a todo lo hispano, su papel es esencial y sentimentalmente el más cercano y atractivo. Personalmente reconozco que me parece la idea, la figura más atrayente de la religión católica y mucho más amable y capaz de ser amada que los dioses terribles, vindicativos y duros de las tres religiones monoteístas. Con el respeto que como ser humano tengo al personaje , en mi caso entendido en su faceta plenamente humana, de Jesucristo, cuya contribución a la mejora de la Humanidad me parece innegable, uno se queda con esa imagen de la Madre. Es la “buena” porque es la madre y quien intermedia (ese fue el papel atribuido ya desde el Medioevo), siempre perdona y ampara. Si además nos adentramos en la raíz de nuestra estirpe y en aquel culto primigenio a la Diosa Madre la síntesis está hecha. La emoción que despierta en el sentimiento colectivo español, incluso en los no creyentes, o en los que lo son pero a su manera muy escasamente doctrinaria, es inigualable.
Y vaya la confesión de parte, cada uno es corazón elige a su virgen. La de uno que son dos, porque tengo permiso para hacerlo de la Diosa de las Marismas, la del Rocio, es la Esperanza de Triana.
Porque una noche lejana la ví cruzar, bajo la luna llena, el río y una aún cercana mañana la vi mecerse, rodeada de primavera, por sus calles y sus plazas.
P.D. Me acaba de surgir un viaje antes de partir el domingo hacia el Gran Cañón. Un gran amigo alemán, y con avioneta, me lleva mañana, viernes, hacia al sur. Sobrevolaremos el Guadalquivir y su hermosa campiña y aterrizaremos en Córdoba para regresar al atardecer. Yo me llevaré, claro, mis cámaras de fotos. A ver si sale algo.